Pedro Benítez (ALN).- Diciembre, pero de 1902; Venezuela se encontraba sumergida en el caos y la guerra civil. Desde el año anterior una coalición de caudillos provenientes de casi todos los rincones del país, con financiamiento de alguna compañía extranjera, intentaba desplazar al presidente general Cipriano Castro, quién, bajando de las montañas tachirenses y de manera sorpresiva, se había hecho con el gobierno nacional en octubre de 1899.
Domingo Monagas, Luciano Mendoza, Ramón Guerra, Nicolás Rolando, Gregorio Segundo Riera, Juan Pablo Peñaloza, Antonio Fernández, Amábile Solagnie, Pedro Dúchame, Horacio Dúchame, Zoilo Vidal y el banquero y cuñado de Antonio Guzmán Blanco, Manuel Antonio Matos como jefe nominal; era la Venezuela del último cuarto del siglo XIX en causa común contra los advenedizos andinos que lideraban Castro y su vicepresidente y compadre Juan Vicente Gómez. Esa fue la Revolución Libertadora (1901-1903), la última guerra civil que asoló estas tierras.
La batalla de La Victoria
Momento decisivo de aquella degollina fue la batalla de La Victoria (13 de octubre de 1902 al 2 de noviembre de ese mismo año). El más importante combate armado de toda la historia nacional. Mayor en número de efectivos involucrados y bajas (3 mil) que cualquiera otro ocurrido durante la Independencia. Luego de dos semanas de plomo, en una combinación de determinación propia y suerte, Castro y Gómez salieron bien librados. Salvaron su régimen, pero eso no puso fin al conflicto. Los derrotados regresaron a sus respectivas regiones a seguir dando guerra, mientras Matos intentaba reorganizar su movimiento desde Curazao.
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Probablemente aprovechando las circunstancias de aquel desafortunado país, y usando como pretextos las deudas no honradas por un gobierno financieramente quebrado, el 9 de diciembre de 1902, 15 unidades de las armadas del Reino Unido y Alemania, las mayores potencias europeas de la época, atacaron el puerto de La Guaira.
Asalto el castillo Libertador y el fortín Solano de Puerto Cabello
En los siguientes días, sin necesidad de combate, tomaron naves de guerra venezolanas, sus tropas ocuparon los muelles y evacuaron a sus representantes diplomáticos y varios de sus connacionales.
Los días 12 y 13, el cuerpo expedicionario británico tomó por asalto el castillo Libertador y el fortín Solano de Puerto Cabello. Para completar la nada alentadora situación, dos buques de la armada italiana se unieron en la agresión contra un país mucho más débil que poco podía hacer para defenderse en medio de aquellas circunstancias.
Mientras las familias caraqueñas disponían los preparativos correspondientes a fin de hacer sus hallacas para la Navidad de 1902, el vicealmirante de su majestad británica, Archibald Lucas Douglas, hizo circular un comunicado: “Por la presente se notifica que un bloqueo ha sido declarado para los puertos de La Guaira, Carenero, Guanta, Cumaná, Carúpano y las bocas del Orinoco, y se hará efectivo desde y después del 20 de diciembre…”. Los alemanes se encargaron de hacer lo mismo con Puerto Cabello el 22 de diciembre y Maracaibo el 24.
Venezuela estaba en guerra
Venezuela estaba en guerra, pero no de unos venezolanos contra otros, como había sido lo usual hasta ese momento; sino contra (o, mejor dicho, por parte) de los más poderosos imperios del momento que fieles al devenir de los acontecimientos humanos imponían la ley del más fuerte.
El bloqueo de los puertos venezolanos se extendió hasta febrero de 1903 y fue un acontecimiento que ocupó la primera plana en la prensa de aquellos días tanto en Europa como en América. También fue un momento crucial en el ascenso de Estados Unidos como poder mundial y la imposición de su propio imperialismo, “Big stick”.
Los días 17 y el 21 de enero de 1903, buques alemanes intentaron pasar la barra del lago de Maracaibo y se enzarzaron en un duelo de artillería con la guarnición del castillo San Carlos, para luego retirarse sin tomar la capital del Zulia. Sin duda, un momento heroico que no ha sido suficientemente destacado en la memoria colectiva nacional.
Venezuela estuvo muy cerca de desaparecer como entidad nacional
Aquello no fue un teatro. Venezuela estuvo muy cerca de desaparecer como entidad nacional. Si no ocurrió fue porque para el presidente Theodore Roosevelt era sencillamente inaceptable que las potencias europeas se le metieran en lo que consideraba un lago estadounidense; el mar Caribe. Ya comenzaba hacer sus propios planes para asegurarse el control de esta parte del mundo. Ante la presión yankee los europeos aceptaron retroceder, pero a cambio Estados Unidos obligó al gobierno venezolano a aceptar las cuestionables reclamaciones.
En Venezuela la crisis dio ocasión a uno de los escasos momentos de unidad nacional. Ante una invasión para la cual el país no tenía ninguna oportunidad, Cipriano Castro hizo lo que cualquier gobernante medianamente sensato en su situación hubiera hecho: llamó a la reconciliación nacional y sacó de la cárcel a los presos políticos. El más destacado de todos, José Manuel “El Mocho” Hernández, uno de los perpetuos alzados que ha tenido Venezuela y que luego de apoyar inicialmente a Castro al inicio de su gobierno, rápidamente se había pasado al otro lado de la talanquera.
Pero en diciembre de 1902 hicieron causa común. Aunque debido a sus vicios personales, lo desordenado y venal de su gobierno, y al hecho de que, después de todo, se vio obligado a aceptar las condiciones norteamericanas, la historiografía nacional no lo ha tratado bien, lo cierto es Castro guapeó ante los mayores poderes de la época. Él no se buscó ni se inventó ese conflicto, le cayó.
Por su lado, la crisis internacional terminó por desprestigiar a la Revolución Libertadora, aunque para entonces ya iba camino de la derrota. Pero, más importante para sus fines, le dio a Castro la oportunidad de envolverse en la bandera de la soberanía nacional que resumió en la célebre proclama escrita por Eloy González: “La planta insolente del Extranjero ha profanado el sagrado suelo de la Patria”.