Sergio Dahbar (ANV).- El barco Pilar del novelista estadounidense mantiene viva la memoria de un escritor que encontró en el mar la actividad física para aliviar el esfuerzo que le exigía la creación. La nave de Hemingway, héroe de dos guerras y Premio Nobel de Literatura, se convirtió en una leyenda.
El nombre de Ernest Hemingway aún retumba en Cuba como una isla a la deriva. Desde hace meses las autoridades repiten que el barco del escritor, llamado Pilar por la Virgen de Zaragoza, será restaurado. El calor y los insectos han dañado parte de la nave. Meses atrás, en el Miami Boat Show, fue exhibida una réplica del Pilar. El original se encuentra en el museo de Finca Vigía.
Ambas noticias sacaron a flote la memoria de los mejores años de su vida, cuando de regreso de un safari en África, en 1934, Hemingway encargó un barco a la New York Wheeler Yacht Company (Coney Island, al sur de Brooklyn). Sería el comienzo de su idilio con Cuba y con el Caribe, que se apagaría a comienzos de los años 60 del siglo pasado.
Desde hace meses las autoridades de Cuba repiten que el barco del escritor, llamado Pilar por la Virgen de Zaragoza, será restaurado.
Lo hizo construir de caoba y roble, de 12 metros de eslora y una manga de 3,65 metros. Disponía de un motor Chrysler de 110 caballos de fuerza y otro auxiliar, un Lyncoming de 40 HP. Pagó finalmente 7.495 dólares, con los derechos de autor de unos cuentos.
Hemingway ganó numerosos concursos de pesca entre La Habana y las islas Bimini (Bahamas). También lo utilizó para la identificación de submarinos alemanes en aguas del Caribe, durante la Segunda Guerra Mundial. Fue de muchas maneras una tabla de salvación.
Lo curioso es que el barco de uno de los escritores estadounidenses más emblemáticos del siglo XX, héroe de dos guerras y Premio Nobel de Literatura, se convirtió en una leyenda.
‘El bote de Hemingway’
Esto lo demuestra el magnífico libro que escribió en 2012 el periodista de The Washington Post Paul Hendrickson: El bote de Hemingway. Setecientas páginas que exploran 27 años del escritor, entre 1934 y 1961.
Hendrickson sigue de cerca la historia de una relación afectiva de la familia Hemingway con La Habana, con el hotel Ambos Mundos, sus bares y cafés, y la tranquilidad de una ciudad. En sus páginas se siente el aroma de una época que desaparecería con la llegada de la revolución.
A Hemingway lo enloquecía la pesca del gran marlín azul, de 200, 250 y hasta 300 kilos. Aparecían todos los veranos en Bimini y después descendían por la costa cubana, a lo largo de 10 kilómetros de ancho de la corriente del Golfo. Disfrutaba la pesca como quien enfrenta desafíos prehistóricos.
Le debía mucho al periodismo. Se esforzó en ofrecerle al lector una sensación auténtica de lo que había observado. Sabía eliminar todo lo que era predecible.
En sus primeros dos años Hemingway pescó 91 marlines. Sentía enorme placer cuando llevaba a sus amigos en el Pilar, a pescar o simplemente para dejarse ir por la corriente.
Para Hendrickson muchos analistas y críticos pensaban que el primer Hemingway era el mejor: sus libros eran incontestables. Al madurar, desechó viejos y destartalados hoteles que antes frecuentaba por hospedarse en el Ritz o el Palace, donde lo perseguían los famosos para retratarse junto a su éxito merecido. Había trabajado duro y así lo consignó en una carta a su primera esposa.
“Ya he escrito suficientes libros buenos, así que no tengo que preocuparme. Estaría encantado de pescar y cazar y dejar que algún otro cargue con el petate durante un tiempo. Si no sabes cómo disfrutar de la vida, la única vida que tenemos, eres un desgraciado y no te mereces tenerla. Ocurre que he trabajado duro toda mi vida y he ganado una fortuna en una época en que hicieras lo que hicieras lo confiscaba el gobierno. Eso es mala suerte. Pero la buena suerte es haber tenido todas las cosas y momentos maravillosos que tuvimos. Imagina que hubiéramos nacido en una época en que no hubiésemos podido disfrutar de París de jóvenes. ¿Recuerdas las carreras en Enghien y la primera vez que fuimos solos a Pamplona y aquel maravilloso barco, el Leopoldina, y Cortina d’Ampezzo y la Selva Negra? (…) Te quiero mucho”.
Ya Ernest Hemingway era dueño de un estilo propio. Le debía mucho al periodismo, que había abandonado a tiempo. Se esforzó en ofrecerle al lector una sensación auténtica de lo que había observado. Sabía eliminar todo lo que era predecible, y presentaba el resto con una exactitud envidiable.
Los años finales
A partir de los años 50 su salud comenzó a deteriorarse, con el peso de una vida que había dejado huellas profundas. Padeció dos accidentes de avión en África, que dejaron secuelas en una conmoción cerebral, fractura de cráneo, rotura de hígado, y el hombro y brazo dislocados. También sufrió diabetes, hipertensión, migrañas y los padecimientos que suele acarrear el abuso del alcohol. Lo perseguía el fantasma del suicidio. Su padre se pegó un tiro en 1928.
A finales de los 50 se sometió a tratamiento de choque en la clínica Mayo. Creía que el FBI lo vigilaba (con razón). Hendrickson reconstruye con detalle sus últimas horas: se levantó una mañana en Ketchum, Idaho, se calzó y pasó silenciosamente por la habitación donde su mujer dormía. Y se pegó un tiro. Ya había perdido todo lo que amaba: la escritura, las aventuras, las mujeres, la osadía para mantenerse en pie mientras boxeaba incansablemente… Para Hendrickson, el suicidio fue su último gesto de valor ante una vida que se había apagado.