Pedro Benítez (ALN).- Apenas pocos días después de que el suroeste de Caracas se convirtiera durante casi una semana en una auténtica zona de guerra, por el enfrentamiento de cuerpos de seguridad del Estado con la mega-banda que encabeza Carlos Luis Revete, alias “El Koki”, la agenda noticiosa del país es otra.
El Koki sigue prófugo, las causas institucionales y sociales que le dan origen al fenómeno de la violencia en Venezuela siguen intactas, pero la prestidigitación política y comunicacional sigue tapando una crisis con otra crisis.
Prestidigitación es el arte, o habilidad, para hacer juegos de manos y artificios a fin de desviar la atención del espectador y así engañarlo.
En comunicación este “truco” suele ser más común de lo que parece. Al respecto, Umberto Eco plantea en su libro A Paso de Cangrejo (2006) un ejercicio hipotético. Dice que de estar en los zapatos del entonces primer ministro italiano Silvio Berlusconi (rodeado de escándalos y sospechas por todos lados) le pondría una bomba al tren que iba de Roma a Torino.
SACAR DE FOCO LO IMPORTANTE
Como vemos es una premisa bastante conocida: un escándalo tapa otro escándalo. Sacar el foco de la cámara de lo realmente importante.
En este truco los jerarcas chavistas de Venezuela se han hecho unos expertos. Una demostración de esta habilidad la han dado en los últimos días. En la semana que Venezuela celebraba la Declaración de su Independencia, el suroeste de la capital se convirtió en una auténtica zona de guerra.
Por varios días una área de cubre ocho de las 22 parroquias del Municipio Libertador de Caracas, por donde viven, trabajan o transitan unas dos millones de personas todos los días, fue testigo de un enfrentamiento armado entre cuerpos de seguridad del Estado y los miembros de una mega-banda criminal que había consolidado su control sobre varios barrios pobres, estratégicamente ubicados, en torno a una vía que se conoce como la Cota 905.
En los enfrentamientos salieron a relucir las armas de alto calibre, granadas y hasta drones como parte del arsenal de la banda liderada por Carlos Luis Revete, alias “el Koki”.
LA FRAGMENTACIÓN DE VENEZUELA
Aunque luego de varios días de enfrentamientos 2.500 funcionarios de la Policía y la Guardia Nacional lograron tomar el control de las extensas barriadas, este no fue un acontecimiento aislado. Es una señal más de la creciente fragmentación del territorio nacional a manos de grupos criminales muy bien armados y de la impotencia del Estado venezolano para reducirlos.
De hecho, el Koki, por quien ofrecen una recompensa de 500 mil dólares, no ha podido ser capturado, así como ninguno de los jefes de su agrupación criminal. La ministra del Interior, Carmen Meléndez, calificó como un éxito la Operación Gran Cacique Indio Guaicaipuro (como la bautizó Nicolás Maduro). Pero hace apenas un mes hubo otro operativo similar, destinado también a neutralizar al Koki y su grupo, que ella también afirmó había sido exitoso.
Desde 2013 Revete tiene orden de captura acusado por un homicidio, y desde 2015 distintos cuerpos policiales han ingresado una y otra vez a la Cota 905, y barrios adyacentes, sin poder devolver la paz a sus habitantes. Por el contrario, todo indica que esas incursiones solo dejaron un rastro de abusos y sangre inocente. En esta última oportunidad hubo 24 víctimas mortales del operativo que no pertenecían a ningún grupo delictivo. Solo 4 de los abatidos eran parte de la banda.
En 2017 el gobierno de Maduro declaró como “zona de paz” a la Cota 905 y retiró a la policía a cambio de que los delincuentes cesarán en sus actividades. Pero estos aprovecharon la concesión para ampliar sus operaciones de extorsiones, secuestros y tráfico de drogas, así como para pertrecharse, reclutando más miembros y ganando notoriedad en las redes sociales. El tumor fue creciendo. No es el único.
CRECE LA VIOLENCIA
Al otro extremo de la ciudad, varias populosas barriadas de Petare son dominadas por otra mega-banda conformada por unos 200 hombres que encabezada Wuileisys Acevedo. Durante varias semanas del 2020, y parte este año, hubo un largo enfrentamiento de los cuerpos de seguridad con ese grupo. Pero Acevedo tampoco ha sido capturado y sigue manteniendo el control de la zona.
Pese a que esta situación de violencia está creciendo a la vista de todos, está cada vez más cerca a la sede de los poderes públicos y el último de los sucesos, hace apenas unos días, ha sido el más grave de todos, hoy por hoy no es noticia en Venezuela.
En cuestión de horas Maduro se las arregló para desviar la atención, una vez más, del hecho central. Su policía política arrestó al dirigente opositor Freddy Guevara y lo acusó a él, y a Juan Guaidó, junto con los gobiernos de Colombia y Estados Unidos, de estar detrás de la violencia criminal por medio de grupos paramilitares, con la perversa intención de desestabilizar al paìs y derrocarlo a él.
Todo eso en medio del enésimo esfuerzo impulsado por gobiernos europeos de intentar llevar a Maduro y a Guaidó a una mesa de negociaciones. Sin embargo, una crisis tapa la otra.
EL EJÉRCITO, VAPULEADO POR LAS FARC
Tampoco nadie recuerda por estos días en Caracas que apenas en marzo pasado el Ejército venezolano fue vapuleado por un grupo irregular identificado como disidente de las FARC-EP, cuando intentó desalojarlo de sus campamentos ubicados en la frontera colombo-venezolana del estado Apure.
Maduro no ha tenido que esforzarse mucho para construir un relato que disimule estos fracasos, puesto que siempre es el mismo.
Desde que el chavismo llegó al poder Venezuela padece una epidemia de violencia. Durante la etapa del ex presidente Hugo Chávez los indicadores de criminalidad en el país superaron los de Colombia y Brasil, situándose entre los más graves del mundo.
A lo largo de su gobierno se contabilizaron 150 mil homicidios. Más o menos la misma cantidad que en México durante la guerra contra las drogas. La diferencia es que México tiene varias veces más población que Venezuela.
¿CRIMEN POR CAPITALISMO?
La última vez que se difundieron cifras oficiales, hace casi una década, el ministro de Interior de la época, Tareck El Aissami, admitió que en el país ocurrían 49 homicidios por cada 100 mil habitantes. Según la ONG Observatorio Venezolano de Violencia (OVV), la tasa en 2020 fue de 45,6.
Aunque en proporción a su población la situación del país en la materia es muy grave, sin embargo, sus causas institucionales y sociales no son muy distintas a las de otros países latinoamericanos. La diferencia consiste en que se supone que en Venezuela se hizo una revolución socialista.
En la retórica oficial el origen del crimen y el delito son consecuencias del capitalismo, la exclusión y la pobreza. Pero precisamente lo que ha crecido a lo largo de la hegemonía chavista ha sido el crimen y el delito, expresados en fenómenos como las mega-bandas, pese a que el socialismo del siglo XXI le ha declarado la guerra al capitalismo, la exclusión social y la pobreza.
De modo que lo único que se les ocurre a los voceros oficiales para disimular este monumental desastre social, y de violencia generalizada, es apuntar el dedo acusador contra la hermana república. El paramilitarismo colombiano. Siempre la culpa la tienen los demás.
Y no faltan los oídos fuera y dentro de Venezuela que le presten atención, y las voces que lo repitan.
RESPONSABILIDAD DEL CHAVISMO
Lo cierto es que la responsabilidad de la mayor ola de violencia delincuencial en la historia moderna venezolana es del régimen chavista; problema que si bien es heredado, empezó a potenciarse hasta niveles nunca antes vistos con una política que se resumió en una consigna: “si yo fuera pobre también robaría”. De aquellos polvos a estos lodos.
Todos (absolutamente todos) los pranes y jefes de bandas que han sido dados de baja por los cuerpos policiales o militares en los últimos años en Venezuela han sido jóvenes, venezolanos de nacimiento, e hijos de venezolanos, que crecieron y se “formaron” en las barriadas populares del país a lo largo de la era chavista. Ellos son el hombre nuevo.
Adolescentes que no han tenido como modelos formativos a un médico, un maestro, un deportista o un empresario. Si no a los famosos jefes de la mega-bandas que desafían al poder político, o algún todopoderoso y pendenciero jerarca civil o militar. Que no han escuchado otro discurso sino el de la guerra, las balas y la confrontación. Ni vivido en otro ambiente que no sea el de la violencia política y/o criminal.
Hoy son el Koki y Wuileisys. Hace unos años fueron Oriente o El Picure. Mañana serán otros. Y así, mientras quienes gobiernen se ocupen de atacar a otros venezolanos, como parte del truco para conservar el poder, en vez de atacar los problemas.