Por Leopoldo Martínez Nucete.- Lo cierto es que el próximo y poderoso jefe de gabinete de Trump enfrenta una tormenta perfecta. Un Parlamento adverso, dispuesto a ejercer su facultad contralora y escrutadora; una cada vez más comprometedora investigación del fiscal Robert Mueller; y una economía que, pese a su buena situación, comienza a encajar el impacto negativo de los recortes de impuestos, que han incrementado sustancialmente el déficit fiscal.
El presidente Donald Trump comienza a operar en un escenario diferente: con la Cámara de Representantes bajo control demócrata. Precisamente, en esa delicada encrucijada se retira su jefe de gabinete, John Kelly, y el cargo es rechazado por el joven operador republicano, Nick Ayers, quien se desempeñaba como jefe de gabinete del vicepresidente Mike Pence.
Para sorpresa de muchos, Ayers prefirió regresar a su natal Georgia y definir su próximo paso, en lugar de asumir lo que, más que un ascenso, lo habría izado, a los 36 años, a la posición más importantes del país (y del mundo), y con mayor poder en la Casa Blanca. ¿Cómo se explica esto?
Como era de esperarse, Trump inmediatamente descalificó a Tillerson, a través de un mensaje por Twitter, y se ridiculizó a sí mismo al decir que este hombre, -que en su exitosa carrera llegó de joven ejecutivo a presidente por décadas de la Exxon-Mobile, una de las empresas multinacionales más importantes del planeta-, es “más bruto que una piedra”. Huelgan comentarios.
Mucho se ha especulado sobre la creciente tensión entre el general John Kelly y Trump. Kelly fue instrumental en la cruel política de separación de familias en la frontera y eso le restó afectos en la comunidad latina y otros sectores del país. Pero sus enfrentamientos con Trump son muchos. Y se relacionan con la improvisación con la que el Presidente se maneja, así como con socavar la institucionalidad provocada por los ataques al poder judicial y a la comunidad de inteligencia; y, muy concretamente, con su proceder ante los eventos de Charlottesville, en Virginia, cuando Trump igualó a las partes de la protesta legitimando grupos supremacistas blancos vinculados al Ku-Klux-Klan.
Hace meses, el senador republicano Bob Corker, quien pasa a retiro en diciembre y a quien se tiene como voz sensata e influyente dentro del partido y los grupos conservadores, dijo que tres personas separaban al gobierno de Trump del caos: el secretario de Estado, Rex Tillerson, el general John Kelly (jefe de gabinete), y el general Jame Mattis, secretario de Defensa. Los dos primeros ya se fueron. Y esta misma semana, Tillerson rompió su silencio de nueve meses para afirmar que Trump es “un hombre sin disciplina, que no presta atención a los detalles, que no le gusta leer ni lee los informes que se le preparan para tomar decisiones”. Y se reservó para el final lo más grave: “el Presidente y yo tenemos un sistema de valores diferente”, puesto que, desde la perspectiva de Tillerson, en su análisis y proceder a Trump le cuesta apegarse a la legalidad.
Como era de esperarse, Trump inmediatamente descalificó a Tillerson, a través de un mensaje por Twitter, y se ridiculizó a sí mismo al decir que este hombre, -que en su exitosa carrera llegó de joven ejecutivo a presidente por décadas de la Exxon-Mobile, una de las empresas multinacionales más importantes del planeta-, es “más bruto que una piedra”. Huelgan comentarios.
Lo cierto es que el próximo y poderoso jefe de gabinete de Trump enfrenta una tormenta perfecta. Un Parlamento adverso, dispuesto a ejercer su facultad contralora y escrutadora; una cada vez más comprometedora investigación del fiscal Robert Mueller; y una economía que, pese a su buena situación, comienza a encajar el impacto negativo de los recortes de impuestos, que han incrementado sustancialmente el déficit fiscal. Por si fuera poco, la guerra comercial con China, que genera inmensa incertidumbre para sectores estadounidenses vitales, como el de alta tecnología. Y, de guinda, el alza en las tasas de interés, que crea expectativas –muy ciertas- de ralentización de la economía.
Todo ello, con las elecciones presidenciales en puerta y después de una derrota electoral de mitad de período de una rotundidad no vista desde el caso Watergate, en 1970, en la que los demócratas sacaron más votos que los que le dieron la Presidencia a Trump en 2016. Un revés muy difícil de imaginar, puesto que niveles tan altos de participación electoral solo se conciben en elecciones presidenciales (y no en unas de mitad de periodo, como es el caso que nos ocupa).
En sus primeros pasos tras desatarse la tempestad, Trump abrió el frente de conversaciones con la mayoría demócrata en el Congreso, a quien toca discutir y aprobar el presupuesto, con un planteamiento absurdo: gastar los primeros 5.000 millones en la construcción de un muro con México, que en su demagogia electoral pagaría ese país. De lo contrario, él se dispondría a no negociar ningún acuerdo, lo cual implicaría una clausura del gobierno federal.
¿Se entiende mejor ahora por qué se fue Kelly, por qué Ayers dijo nones a la vacante, y por qué se había marchado antes Tillerson? ¿Tendrá todo esto un impacto en el resto del liderazgo republicano y en el gabinete? ¿Vendrán nuevas deserciones del Gobierno? ¿Se plantearán otros senadores republicanos lo mismo que pasó por la cabeza de Kelly y de Tillerson?
El Senador demócrata Schummer (líder de la minoría en el Senado) y la Representante Nancy Pelosi, quien presidirá de nuevo la Cámara de Representantes, salieron de un encuentro con Trump claramente diciendo: le hemos presentados dos opciones muy sensatas al Presidente en materia presupuestaria, no hay necesidad de trancar el juego y cerrar el gobierno. La responsabilidad es exclusiva del Presidente si insiste en su posición.
La Senadora Kamala Harris en un contundente tweet dio una primera respuesta: como justificar el dispendio de 5.000 millones en un muro (que agregamos, en nuestra opinión simplemente es un monumento a la xenofobia), en lugar como dice la senadora -posible aspirante a la Presidencia- de invertirlos en infraestructura de vialidad, apoyo a la producción, salud pública y otros beneficios laborales.
El Senador demócrata Schummer (líder de la minoría en el Senado) y la Representante Nancy Pelosi, quien presidirá de nuevo la Cámara de Representantes, salieron de un encuentro con Trump claramente diciendo: le hemos presentados dos opciones muy sensatas al Presidente en materia presupuestaria, no hay necesidad de trancar el juego y cerrar el gobierno. La responsabilidad es exclusiva del Presidente si insiste en su posición.
Así se configura el escenario político de los Estados Unidos al cierre de año, anticipando que la conflictividad y disfuncionalidad que Trump ha incrementado en Washington continuará durante 2019. Nos consuela la certeza de que aburrido no será.