Leticia Núñez (ALN).- Ella, periodista. Él, ingeniero informático. Ambos amenazados por simpatizantes del régimen de Daniel Ortega. Los dos dejaron atrás su país por miedo. “Es perder todo de la noche a la mañana. Es deprimente, muy duro”, dice Engels, hijo de un sandinista desvinculado del Gobierno. Su hermano, de apenas 20 años, también ha tenido que huir a Costa Rica. Ahora, junto con su pareja Jeymi, buscan nuevas oportunidades en Madrid.
Jeymi tiene 23 años, es periodista y vive en España desde hace cuatro meses. Tuvo que abandonar Nicaragua porque su vida corría peligro. Las transmisiones en directo que hacía para una emisora de radio sobre las protestas contra el régimen de Daniel Ortega que estallaron en abril no gustaban nada al Gobierno. En una ocasión, los antimotines les lanzaron gases lacrimógenos tanto a ella como al camararógrafo que le acompañaba. Después, comenzaron a seguirle en coche hasta su casa. Más tarde llegaron las amenazas por redes sociales.
Amenazas que también sufrió su pareja, Engels Arce, un ingeniero informático de 31 años que se ocupaba del diseño web y en general de la divulgación digital en la misma emisora, Abc Stereo, en la ciudad nicaragüense de Estelí. A Engels le acusaron de manipular información contra el Gobierno. “Le tenían localizado. Es un informático muy conocido. Le decían que sabían dónde vivía y publicaron varias imágenes con su cara y la palabra plomo”, cuenta Jeymi en declaraciones al diario ALnavío.
Desde hace dos meses Engels también vive en Madrid. Se ha reencontrado con Jeimy, quien le suplicaba todos los días que hiciera las maletas. Ha dejado todo atrás. Absolutamente todo. La familia, los amigos, su mascota, su empresa, su dedicación a la radio… “Me entró el temor. Me tocó vender todo lo que tenía: desde la moto hasta la computadora y mi escuela de tecnología en la que contaba con 40 estudiantes”.
“Por las amenazas, si vuelvo a mi país seguramente es para ir preso”, dice Engels
Engels siente que se le ha truncado la vida. “Me enterraron vivo”, afirma rotundo. Manifiesta rabia, mucha rabia. Porque ni él ni Jeimy querían salir de Nicaragua. “Nunca quise irme. Como mucho, pensaba en salir de vacaciones, nunca en huir”, recalca.
Ambos han pasado de estar en una buena situación personal y profesional a escapar de su país. De un país que se hartó de la dictadura de Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, pero que desde abril está teñido de rojo. Las protestas han dejado 512 asesinados, más de 4.000 heridos y 1.300 desaparecidos según los últimos datos de la Asociación Nicaragüense Pro Derechos Humanos.
“Es perder todo de la noche a la mañana. Me dan ganas de llorar. Es deprimente, muy duro, una de las experiencias más duras”, lamenta el joven. Saben a la perfección de lo que hablan. Por su trabajo, vivieron las protestas de cerca. Dicen que apenas dormían cuatro horas al día y que lo hacían con miedo.
En una ocasión, mientras transmitían en vivo unos tranques se quedaron encerrados en el baño de un bar junto con otras dos personas. “Enfrente estaban los paramilitares. Empezaron a disparar. Escuchábamos todo lo que hablaban”, cuenta Jeimy. De aquel lugar terminaron saliendo a las cuatro de la madrugada. Engels lo hizo con el oído afectado ya que una bomba de mortero cayó muy cerca. “No oigo nada”, lamenta.
El drama de toda una familia
No queda ahí la cosa. Un hermano menor de Engels, de 20 años, también tuvo que salir de Nicaragua hace apenas 15 días rumbo a Costa Rica. “Comenzaron a amenazarlo, lo buscaron en la casa, empezaron a tomarle fotos y se las enviaron para decirle que ya lo tenían localizado”, asegura el joven. Después fue expulsado de la Universidad Nacional Autónoma de Managua (UNAM).
Detrás de estas amenazas a los dos hermanos hay un factor clave: su padre fue hasta hace nada secretario político del Frente Sandinista, el partido de Ortega. “Mi padre fue revolucionario, luchó por la libertad”, explica Engels.
No obstante, asegura que a raíz de las protestas se desligó por completo del Gobierno. “Él mismo dijo que no peleaba por que este tipo [Daniel Ortega] se esté haciendo rico. Les dijo que no contaran con él. De ahí las represalias. A mi casa llegaba mucha gente y me conocían muchos. Así que una vez que pasa todo esto, empecé a recibir amenazas y a ver mi cara en imágenes junto a la palabra terrorista”.
El drama es total. Un hijo amenazado que se ha visto obligado a marcharse a España. Otro, también intimidado, que ha tenido que huir a Costa Rica. Y unos padres que se sienten engañados, dolidos. “Votaron por ellos”, por el Frente Sandinista, recuerda Engels, para agregar: “Mi mamá llora cada vez que hablamos por teléfono”.
Los padres del joven le piden que no regrese. “Por las amenazas, si vuelvo seguramente es para ir preso. Allá te matan o te desaparecen”, dice resignado.
Tanto Engels como Jeimy critican que en estos momentos en Nicaragua “todo está viciado”. En este sentido, el joven pone como ejemplo que a su padre le ofrecieron una placa de taxi, valorada en alrededor de 30.000 dólares, si se sumaba a los paramilitares. Y Jeimy recuerda que vio a un amigo de la UNAM, que era docente, “agredir a los jóvenes de la propia universidad”. A ella intentó quitarle el teléfono con el que transmitía. “Ahora es vicerrector”, remata.
Nuevas oportunidades
Engels y Jeimy comparten piso en Madrid con la madre de ella, que junto con su hermana y sus sobrinos se encuentran en España trabajando desde hace años. A la espera de conseguir el permiso definitivo de trabajo y residencia, ambos cuentan con un resguardo provisional. Ella espera conseguir el definitivo el próximo 12 de diciembre. Él aún no tiene fecha.
Las protestas han dejado 512 asesinados, más de 4.000 heridos y 1.300 desaparecidos
Jeimy cuida de una anciana unas horas por la mañana y de sus sobrinos por las tardes. Engels ha tenido peor suerte. Trabajó dos días seguidos desde las ocho de la mañana hasta las 11 de la noche en una reforma, pero el dueño apenas le pagó 20 euros. Sobreviven con los ahorros que tenían.
Los dos esperan que les surjan nuevas oportunidades. Ella en el mundo del periodismo. Él, al menos en lo inmediato, tiene en mente dedicarse a vender productos personalizados para nicaragüenses como camisetas y gorras porque son conscientes de que la homologación de los títulos universitarios conlleva mucho tiempo.
Pero no pierden la esperanza. Ansían regresar a su país. Saben que ahora no es el momento, pero esperan que su vuelta coincida con otro gobierno. Y, sobre todo, con el adiós de la dictadura Ortega-Murillo. Las elecciones son en 2021.