(EFE).- El 4 de agosto de 2018 un dron explotó cerca del presidente Nicolás Maduro y validó lo que él llevaba años advirtiendo: que había planes para matarlo, aunque a veces estrafalarios. Después vino la confusión, la cacería judicial y un esquema draconiano de seguridad para el mandatario que se volvió cauto en extremo.
«Han intentado asesinarme», relató el líder chavista 3 horas más tarde, cuando confirmó que se trató de un magnicidio frustrado por el que no dudó en acusar a «la derecha» y al entonces presidente de Colombia Juan Manuel Santos -a quien le faltaban 3 días para concluir su mandato-, los anticristos habituales en la veintena de planes homicidas que denunció desde que llegó al poder en 2013.
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El atentado, parcialmente televisado por el canal estatal Venezolana de Televisión, consistió en la explosión de dos artefactos voladores que tenían el objetivo de matar al presidente y a representantes de las cúpulas políticas y militares. Todo ocurrió en segundos, en la misma onda de «tiempo récord» en que el Gobierno aseguró haberlo resuelto todo.
Un lustro después, la llamada «operación fénix» es recordada pues trajo desenlaces en todas las áreas.
Judicial
La versión del Gobierno sobre la autoría política del atentado fue respaldada por el sistema de justicia que, el 4 de agosto de 2022, luego de 4 años de polémicas por la detención del joven diputado Juan Requesens -actualmente, bajo arresto domiciliario-, lo condenó a 8 años de prisión, mientras que otras 14 personas recibieron entre 24 y 30 años de sentencia, la pena máxima del país.
La Fiscalía también señaló a la oposición, en general, como promotora del «terrorismo», y empujó la investigación para sustentar los cargos de «asociación para delinquir» y «traición a la patria», entre otros, que sirvieron para encerrar a los acusados, entre ellos un general de la Fuerza Armada y otros militares.
Política
Con las protestas antigubernamentales de 2017 -que dejaron unos 130 muertos- de fondo, la explosión de 2 artefactos cerca de Maduro le devolvía el rol de víctima al mandatario, que endureció sus críticas a la oposición, la cual pasó de ser apátrida y violenta a «magnicida» y «terrorista», según sus palabras.
El fallido ataque combustionó la senda no dialogante en la que entró la política venezolana a finales de la década pasada. Sin puentes entre los extremos ideológicos, todo estaba servido para que el antichavismo desconociera totalmente la legitimidad de Maduro y llamara a sublevaciones en 2019.
Seguridad
Cuando el atentado finalmente ocurrió, el jefe del Estado dejó de repetir que lo querían matar y concentró sus esfuerzos en blindar su esquema de seguridad, prescindiendo de actos masivos en las calles, una modalidad de apariciones públicas que venía reduciendo desde que asumió la Presidencia.
Los servicios de escolta del gobernante sobreviviente agregaron perros, dispositivos y procedimientos para robustecer el chequeo de todas las personas que se acercaran al mandatario, incluidos los periodistas en las escasas ruedas de prensa.
Internacionales
La agenda internacional fue prácticamente cerrada tras las explosiones de agosto de 2018. El presidente pasó de salir hasta 10 veces por año a uno o dos viajes internacionales, exclusivamente a países que son aliados fuertes, como Cuba y, años después, a Turquía, Catar e Irán.
Aunque Maduro ha ganado confianza, con viajes a Egipto y Brasil, su equipo mantiene en secreto su itinerario hasta el último momento, o comunica sus desplazamientos incluso después de concretarlos, como a mediados del año pasado, cuando el Parlamento discutió la solicitud de autorización de viaje después de que el mandatario saliese del país.
Actualidad
Tras una década al mando, el estruendo magnicida va quedando como un inolvidable capítulo en la vida del presidente, que rara vez menciona el hecho y, si lo hace, aprovecha para agradecer a Dios por resultar ileso y para lanzar alguna acusación contra opositores, pero ya no contra Colombia, donde gobierna desde 2022 Gustavo Petro, un «amigo» de la revolución chavista.
Ni el cimbronazo de entonces impidió que Maduro siguiese con su gastado pronóstico de la recuperación económica, un escenario que Venezuela empezó a alcanzar en 2021 y que el mandatario, hoy, a fuerza de discurso, busca afianzar, ahora con más escoltas.