Nelson Rivera (ALN).- A lo largo de los años he leído decenas de textos sobre la cuestión de la comunicación verbal. Entre ellos incluyo a muy conocidos manuales del tema y a numerosos instructivos producidos por grandes corporaciones. Ninguno de mayores ambiciones, tan estructurado, tan claro en su recorrido como Saber hablar. Haré esta afirmación: Saber hablar debe ser el mejor libro publicado en nuestra lengua sobre el amplio campo del que se ocupa. A lo largo de los años he leído decenas de textos sobre la cuestión de la comunicación verbal. Entre ellos incluyo a muy conocidos manuales del tema y a numerosos instructivos producidos por grandes corporaciones. Ninguno de mayores ambiciones, tan estructurado, tan claro en su recorrido. Con toda seguridad, el que no sea obra de un autor sino de un equipo de expertos del Instituto Cervantes –Antonio Briz Gómez, Marta Alberda Marco, María José Fernández Colomer, Antonio Hidalgo Navarro, Raquel Pinilla y Salvador Pons Bordería– explica la contextura y articulación del resultado.
En el tráfago de los días, usamos el lenguaje sin el cuidado debido
Entre sus más destacadas virtudes: nos hace conscientes de las posibles inconsistencias o fragilidades de nuestra expresión verbal corriente. En el tráfago de los días, usamos el lenguaje sin el cuidado debido. No apreciamos la corrección necesaria, quizás porque no alcanzamos a imaginar los beneficios de ese esfuerzo. ¿De qué trata ese esfuerzo? De pensar en la audiencia y, como consecuencia de ello, hacer uso de la “modalidad lingüística adecuada”. Si reconocemos la especificidad de cada interlocutor, sea una persona o un grupo, no hablaremos siempre del mismo modo. La adecuación deriva de reconocer los elementos culturales en juego. Esto incluye la condición socio-cultural de los interlocutores. Y, por supuesto, respetar las formas gramaticales, evitar los lugares comunes, pronunciar de forma correcta (el texto contiene un cuadro que ejemplifica errores que cometemos en el uso distorsionado de algunas letras: ‘estención’ en vez de extensión).
Guías para profesionales
Pensar, ordenar y ejecutar un discurso: tal es uno de los desafíos cotidianos de mayor envergadura no solo para políticos y dirigentes sociales: también para profesionales y empresarios. Nadie que tenga actividad profesional vive ajeno a la necesidad de producir discursos. Por discurso se entienden los que se ejecutan en los más diversos formatos: presentaciones, intervenciones en reuniones de trabajo, palabras en actos de carácter ceremonial o social, pruebas orales, conferencias, participación en mesas redondas, entrevistas de trabajo y varias otras opciones más.
Los discursos deben prepararse / Flickr
Las etapas de construcción de un discurso -el acopio de lo que se quiere comunicar; el establecimiento de un orden expositivo; la escogencia de las expresiones que sean claras para los interlocutores o la audiencia; la intervención de elementos “extraverbales”; el uso de fórmulas de cortesía, etcétera- tienen validez en distintos escenarios y formatos.
Lo anterior nos coloca ante una realidad. Los discursos deben prepararse. No se los puede confiar a las habilidades del vocero, por muy competente que sea. “Tras saber lo que va a decir el orador se enfrenta a otro problema, ¿cómo va a decirlo?, ¿qué recursos lingüísticos le interesa aprovechar y de qué elementos debería desprenderse? En todo caso, antes de tratar de responder a estas cuestiones, no debemos olvidar algo muy importante: el discurso no es algo que se elabore sobre la marcha de forma espontánea, irreflexiva, etcétera, sino que es el producto final de una elaboración previa, de ahí la conveniencia de plasmarlo por escrito antes de ser expuesto”.
Palabras que persuaden
A cada uno de los formatos, Saber hablar dedica contenidos que, además de analizar su significado (por ejemplo, las características respectivas de los discursos monológicos y los discursos dialógicos), derivan hacia sus más puntuales detalles: recomendaciones de cómo ejecutar una charla o cómo conducirse durante una conversación telefónica. Por muy exigente que parezca la charla o muy obvio el intercambio telefónico, ambos géneros demandan el cumplimiento de reglas y procedimientos que tienen una finalidad común: expresar las ideas con total claridad, cerrar la brecha de posibles omisiones o equívocos.
El discurso no es algo que se elabore sobre la marcha de forma espontánea, irreflexiva”
Lo sostienen en el prólogo del libro: hablar bien no es un don, no es una habilidad sobrevenida o innata: es el resultado de un esfuerzo continuado. Hablar bien es el producto de un pensamiento entrenado, que se organiza en todo momento. Esa preparación no significa el destierro de la espontaneidad. La práctica de preparar los discursos no equivale a la construcción de un habla acartonada. El resultado es justo el contrario: mientras más se preparen las palabras con que nos dirigimos a los demás, mayor será el brillo de la ocurrencia, de la chispa que surge en el momento menos esperado.