Pedro Benítez (ALN).- El pasado miércoles 5 de enero, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, fue dado de alta luego de haber sido ingresado dos días antes en el hospital Vila Nova Star de Sao Paulo, debido a una obstrucción intestinal. Esta es la segunda ocasión en la que el controversial mandatario suramericano ha sido hospitalizado como secuela de la puñalada de la que fue víctima el 6 de septiembre de 2018, durante la campaña presidencial que finalmente ganó. Desde entonces ha pasado en seis ocasiones por el quirófano por el mismo motivo. Cuatro en las que va de mandato.
Fuera del propio interesado, y de su círculo más cercano, es muy probable que la persona que más deseos tiene en todo Brasil que Bolsonaro recupere plenamente su salud sea el expresidente Luis Ignacio Lula Da Silva, hoy candidato in péctore de la izquierda brasileña a las elecciones presidenciales a realizarse en ese país en octubre de este 2022.
Con casi todas las encuestas de opinión pública dándole hasta 20 puntos de ventaja en las preferencias sobre el actual presidente de cara a la disputa comicial de este año, la peor noticia para Lula en su propósito de regresar al Palacio de Planalto en Brasilia sería que, por alguna circunstancia como la señalada, Bolsonaro no pudiera ser candidato a la reelección. Eso podría cambiar totalmente el cuadro electoral de Brasil.
Todo parece indicar que el mejor competidor de Lula es Bolsonaro. Tal como ocurrió hace cuatro años, el estilo de Bolsonaro lo hace el candidato perfecto para polarizar. Solo que en aquella oportunidad sus desplantes y provocaciones conectaron con el estado de ánimo mayoritario en un electorado que quería castigar a su clase política, en particular al Partido de los Trabajadores (PT), desprestigiada por la corrupción.
Hoy la situación es distinta. Disponiendo de un amplio capital electoral, libre y con la posibilidad de presentarse a una nueva reelección, Lula intenta capitalizar el cuadro político a su favor, presentándose no como un peligroso outsider o un vengador en busca de revancha, sino como el sabio estadista que le puede dar a Brasil la estabilidad que necesita.
Mientras, del otro lado, Bolsonaro paga el costo político de todos los efectos económicos que la pandemia dejó de por medio, más su estilo atrabiliario que entusiasma a sus millones de partidarios en Brasil pero que ha resultado políticamente ineficaz. Desde que llegó a la presidencia en enero de 2019, se ha peleado con el Congreso, el Tribunal Supremo, la oposición, los gobernadores de estado, los medios de comunicación e incluso con tres de sus ministros de Salud por el manejo de la pandemia.
Bolsonaro, el principal saboteador de su propio Gobierno
Bolsonaro ha sido el principal saboteador de su propio Gobierno. Con reservas internacionales superiores a los 360 mil millones de dólares y creando millones de empleos, sin bien tiene una inflación inusualmente alta de 10%, la situación económica de Brasil es envidiable si se le compara con la de su vecina Argentina. Aunque su ministro de economía Pablo Guedes no ha logrado pasar por el Congreso todas las reformas pro mercado que prometió, sí ha logrado revertir el gigantesco déficit fiscal del 2020 en un modesto pero significativo superávit al cierre del 2021. Las perspectivas económicas brasileñas a mediano y largo plazo son buenas.
Sin embargo, nada de eso domina la agenda política de Brasil. Las tácticas trumpistas de Bolsonaro le han regalado el centro político a Lula, permitiéndole presentarse a sí mismo como la mayor amenaza a la democracia de su país. No pasa un día sin que sus adversarios recuerden la amenaza que directamente formuló de no reconocer los resultados electorales de ser derrotado este año. A la sombra de su admirado Donald Trump.
Astutamente, recordando aquella premisa según la cual más sabe el diablo por viejo que por diablo, Lula no ha desaprovechado la oportunidad. Sin decir aún que será candidato presidencial por séptima vez, se ha movido con calma acercándose a antiguos rivales buscando crear un “frente anti Bolsonaro”.
Así, por ejemplo, se ha reunido con su antecesor el ex presidente Fernando Henrique Cardoso, quien lo derrotó en dos elecciones presidenciales (1994 y 1998) y quién a su vez llenó de toda clase de ataques y cuestionamientos por su política de apertura económica que, una vez que lo tocó a él gobernar, optó sabiamente por continuar.
Con en el paso de los meses el encuentro con el que fuera un viejo amigo de la izquierda, cuando los dos se oponían a la dictadura de los generales (1964-1985) antes que la lucha por el poder los distanciara, se demostró como parte de una maniobra más audaz y ambiciosa que el exdirigente sindical ha estado armando. En las semanas finales del año pasado, los medios brasileños dieron a conocer las conversaciones que Lula ha sostenido con el excandidato presidencial del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB), el mismo que fundó Cardoso, y ex gobernador de Sao Paulo, Geraldo Alckmin, con quien vendría evaluando la posibilidad de presentarse en una fórmula conjunta. Lula presidente, Alckmin vicepresidente. Una inédita alianza PT/PSDB.
Las bondades de las alianzas
Un giro intrépido, pero lógico y que en el pasado a Lula le dio abundantes réditos. Fue en su cuarto (y exitoso) intento por llegar al gobierno nacional en 2002 cuando Lula “descubrió” las bondades de aliarse con políticos de la centro derecha. Con ellos él y su sucesora Dilma Rousseff gobernaron durante 14 años.
Por otra parte, Lula también es consciente de la enorme resistencia que su candidatura va a generar en el rico sur de Brasil, que se ha transformado en el bastión del bolsonarismo. La alianza con el PSDB, el partido más fuerte en el decisivo estado de Sao Paulo, lo puede ayudar a abrirse paso en esa parte del país.
También calcula, y desde su punto de vista no es menos importante, el día después de su retorno al poder. Sabe que la izquierda no será mayoría en un Congreso que seguirá dominado por los partidos del centro y la derecha.
De modo, que prefiere pactar con sus antiguos rivales, los mismos que dieron sus votos para destituir a Dilma Rousseff de la presidencia en 2016, que repetir la alianza que el anterior candidato presidencial del PT, Fernando Haddad, hizo con el Partido Comunista de Brasil, y que Bolsonaro derrotó.
Lula conoce muy bien una de las máximas más importantes de la política: el enemigo de mi enemigo, será mi amigo. Pero esa jugada solo es posible si Bolsonaro es candidato presidencial a la reelección. Si llegara a salir de la carrera estos mismos políticos de centro que hoy Lula corteja irían a buscar los votos del bolsonarismo y el cuadro de polarización política en Brasil se disiparía. Desaparecería el enemigo necesario.
Como buen creyente hoy Lula reza por la salud de Bolsonaro.