Sergio Dahbar (ALN).- Un hipopótamo murió golpeado con hierros y palos en un zoológico de El Salvador, uno de los países más violentos del mundo. La suerte de estos animales no mejora. Los que llevó Pablo Escobar a Colombia en 1993 hoy andan a la deriva y son un peligro para la biodiversidad. Pasan cosas curiosas. En uno de los países más violentos del planeta, El Salvador, en Centroamérica, mataron al hipopótamo Gustavito a palos. Se metieron en el zoológico y lo agredieron con saña -como suele ocurrir en las películas de mafiosos- hasta quitarle la vida.
Gustavito tenía 16 años y pesaba 1.500 kilos. Había llegado en 2014, después de que falleciera Alfredito, hipopótamo que vivió 28 años en el único zoológico público de ese país. Hay que pegarle seriamente a un animal de estas proporciones para robarle el aliento. Este hecho monstruoso ha conmocionado a la sociedad salvadoreña, que no logra quitarse el estigma de la mala suerte del horizonte de sus vidas.
“Lo que le hicieron a Gustavito habla menos del pésimo zoológico que tenemos y más de lo enferma de violencia que está nuestra sociedad”, escribió en las redes sociales el alcalde de San Salvador, Nayib Bukele, quien desea convertir ese zoológico en un ecoparque. Habría que ver.
Lo que le hicieron a Gustavito habla de lo enferma de violencia que está nuestra sociedad”,
No he podido menos que recordar un libro que leí en Colombia hace algunos años, Zoológico Colombia, crónicas asombrosas del periodista José Alejandro Castaño sobre el destino de unos animales desgraciados en otro de los países con una violencia endémica y atroz.
Zoológico Colombia enlaza historias extraordinarias de niñas que venden cabelleras para comprarse una computadora; mendigos que negocian sus dientes cariados a estudiantes de odontología; médicos forenses que persiguen cuerpos mutilados por la guerrilla…
Y de animales: burros, bombas; perros adictos y heridos por llevar drogas en el cuerpo que se convierten en especialistas para detectar contrabandos millonarios en aeropuertos; e hipopótamos del zoológico de Pablo Escobar que quedaron a la deriva cuando el capo de la droga murió en su ley en Medellín, en diciembre de 1993.
Zoológicos personales
Hay personajes célebres que coleccionan hipopótamos de cerámica en su escritorio, como el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. Otros no se conforman con un sustituto simbólico. Quieren tener un zoológico propio. Les ocurre a millonarios que pierden la razón cuando el dinero supera una cifra que tiene el mismo efecto que una sobredosis.
Pablo Escobar tenía su propio zoológico en Colombia / Flickr: Pablo Manríquez
Es el caso de William Randolph Hearst, político y magnate de medios de comunicación amarillistas de Estados Unidos, que se construyó su paraíso en San Simeon, California, donde ubicó su propio zoológico, uno de los más grandes del planeta.
Y también el del narcotraficante y asesino Pablo Escobar, uno de los hombres más sanguinarios de Colombia, que estableció la base de su poder criminal en la hacienda Nápoles, en Antioquia. A ese Edén, como él lo llamaba, trajo en aviones especies animales de todo el mundo: avestruces, búfalos, cebras, ciervos, caimanes, flamencos, tortugas, dantas, monos, elefantes, cacatúas, osos hormigueros, guacamayas, hipopótamos, antílopes y jirafas.
Fabio, antiguo colaborador de Escobar, le cuenta a Castaño los días agitados de los años 80, cuando Escobar ordenaba a sus pilotos entregar cocaína en Estados Unidos, y de regreso pasar por el golfo de Urabá para recoger toneladas de langostinos nada más que para mantener el color rojizo de los flamencos.
Riesgo para la biodiversidad
Muchos de estos animales fueron donados por las autoridades de Colombia a zoológicos regionales o murieron. Se salvaron los hipopótamos, porque escaparon y en el camino nadie los podía detener. Cruzaron lagos y ríos, donde se protegieron. Y fueron reproduciéndose arbitrariamente hasta convertirse en 50 hipopótamos que ya nadie controla. Es el mayor grupo silvestre fuera de África.
Escobar ordenaba a sus pilotos entregar cocaína en Estados Unidos, y de regreso recoger toneladas de langostinos
Biólogos consultados refieren que estos animales presentan un serio riesgo para la biodiversidad: desplazan la fauna nativa como el manatí y la nutria, que están en peligro de extinción. Además portan enfermedades que son letales para el ganado. Afectan la pesca. Y contaminan las aguas porque defecan en los ríos. Y pueden vivir 60 años.
Sergio Dahbar es escritor, periodista y editor nacido en Córdoba, Argentina.
Capturarlos es casi imposible: se requiere de dos retroexcavadoras, un tractocamión de cama baja, un guacal del tamaño de una casa y un helicóptero militar.
Como si se tratara de una maldición que les dejó en Colombia Pablo Escobar antes de irse al infierno, hay comunidades enteras en los caños de Antioquia que padecen las apariciones de estos animales que son capaces de caminar cinco kilómetros en las noches porque huyen de la luz y tienen un apetito voraz. Nadie sabe cómo van a librarse de semejante mal.