Sergio Dahbar (ALN).- Las memorias de Roman Polanski coinciden con el aniversario 50 de El bebé de Rosemary, una de sus obras más polémicas y recordadas.
En pleno furor de la liberación sexual y las protestas contra la guerra de Vietnam, un director francés de origen polaco, que había sobrevivido al Holocausto por un pelo, Roman Polanski, adaptó una obra del novelista Ira Levin (La semilla del diablo) para Hollywood. Corría el año 1968 y ya era una estrella del mundo del cine. Su primera película, El cuchillo en el agua, había sido nominada al Oscar a la mejor película extranjera, con sólo 29 años.
Estudió Bellas Artes en Polonia, descifrando los mundos complejos de la literatura de su país (Gombrowicz, Schultz), luego cine en Lodz. Y su segunda película, La danza de los vampiros (1967), realizada en Londres, lo terminó de catapultar al Olimpo de los directores europeos susceptibles de ser contratados por las productoras estadounidenses.
Todo estaba servido para un próximo proyecto en los estudios de California. Así nació El bebé de Rosemary, que se filmaría en la ciudad de Nueva York, y que tendría por protagonistas a un miembro de la segunda generación de la crema y la nata de Hollywood, Mia Farrow (hija del director John Farrow y la actriz Mauren O’Sullivan), y a un actor que se convertiría en uno de los grandes realizadores del cine independiente de los 60 y 70, John Cassavetes.
Una visión panorámica de Manhattan, con un fondo de piano perturbador, que se cierra sobre un edificio emblemático, Dakota, es uno de los comienzos más inolvidables de lo que es capaz de producir el terror psicológico. La película cuenta una historia de amor de dos jóvenes que quieren ser felices en la gran ciudad. Decoran el apartamento y lentamente hacen amigos entre sus vecinos.
Las claves aparecen con naturalidad, como si no estuviera pasando nada. Hacen el amor, ella queda embarazada, preparan el cuarto del niño o la niña, una vecina le regala un amuleto que huele mal, un actor que había ganado un papel en una obra de teatro sufre una ceguera accidental y permite que el esposo de Rosemary gane esa plaza, la misma vecina del amuleto le prepara un postre extraño que es bueno para la barriga, un suicidio empaña la alegría de la nueva vida…
Los malos son personas de edad, que parecieran no matar una mosca. Tienen apariencia de turistas japoneses o médicos judíos prestigiosos, como el doctor Saperstein. El doctor Hill, que podría salvarla del horror, no le cree a una mujer que llega hablando de brujería.
La crítica destacó de manera notable el hecho de que se tratara de una película que costó tres millones de dólares y que recaudara 33 millones. Todo un éxito a pesar de las osadías de Polanski, como era en ese momento usar cámara en mano para filmar la claustrofobia del apartamento, o las tomas en la calle con gente que mira a cámara.
Lo interesante por supuesto es que Polanski nunca muestra el horror completamente. Ni la violación, ni el cuerpo completo del bebé que ha sido entregado al mal. Siempre cabe la posibilidad de que todo sea un mal sueño del que se despertará. O como dice el doctor Saperstein, siempre podrán tener otro bebé…
Llama la atención la escogencia del edificio Dakota como residencia de la pareja que inaugura una vida de recién casados. Construido cerca de Central Park en 1884 (esquina noroeste de la calle 72), su oscura leyenda ya supera 135 años. Allí vivió nada menos que Edward Alexander Crowley, conocido mejor como Aleister Crowley: brujo y profeta.
El saber popular asegura que los ritos profesados por Crowley en la Abadía de Thelema, Cefalú, abrieron las puertas del ocultismo en el siglo XX y marcaron a generaciones de creadores. Su rostro ilustra una de las portadas de los discos de The Beatles: Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. En el edificio Dakota también vivió uno de los maestros del cine de horror, Boris Karloff. Todos estos datos sedujeron a Polanski.
Historia de un edificio
La realidad es menos interesante, aunque pródiga en detalles: Dakota fue diseñado por la firma de arquitectos Henry Janeway Hardenberg. Eran famosos porque ya habían alzado el Hotel Plaza.
No desarrollaron un edificio, sino una utopía. Casi ningún apartamento era igual a otro. De las 65 propiedades originales, los más pequeños tenían cuatro habitaciones. Y los más grandes, 20. Los ascensores para los propietarios estaban en las esquinas del edificio y el servicio entraba y salía por accesos en el corazón de la infraestructura. Fue uno de los primeros edificios en Nueva York en tener ventanas en todas las habitaciones.
En 1969 la secta de Charles Manson asesinó en un ritual espantoso a la esposa del director polaco, Sharon Tate, quien se encontraba embarazada. No faltaron observadores que rápidamente relacionaron la perversa trama de Levin y el satánico edificio donde ocurría la historia, como parábola final de una meteórica carrera cinematográfica
Las comidas podían ser trasladadas a las habitaciones principales por ascensores complejos. Tenía planta de electricidad propia, calefacción central y en las buhardillas, zonas de juego y gimnasios. Hay salas de estar que tienen 15 metros de largo y todos los techos 4,3 metros de altura. Todos los techos fueron entarimados en roble, cerezo y caoba.
Crowley y Karloff dieron el empuje original, pero luego llegaron otras celebridades: las actrices y actores Lauren Bacall, Judy Garland, José Ferrer, Robert Ryan, Jason Robards y Steve Gutenberg; la cantante Roberta Flack; el compositor Leonard Bernstein; el bailarín Rudolf Nureyev y la escritora Carson McCullers.
No menos célebre fue el matrimonio John Lennon y Yoko Ono. Allí vivieron, allí fueron felices, allí se hundieron en una crisis que los separó por dos años y allí, en la puerta de este edificio que remedaba el esplendor de la construcción francesa, fue asesinado uno de los músicos más famosos del planeta por un muchacho que perseguía unos segundos infernales de gloria.
Esa es parte de la historia del edificio Dakota, una singular amalgama de verdad y mentira que hace fascinante cada detalle inclusive de los jardines traseros con canchas de tenis y croquet.
Una de las últimas polémicas desarrolladas en el edificio Dakota fue la del millonario Alphonse Fletcher. Descontento, demandó al edificio por 15 millones de dólares en daños y perjuicios. Acusó al consejo de propietarios de racistas. “Vetan a los futuros propietarios por el color de la piel, la nacionalidad y la profesión”. Fletcher quería comprar el apartamento de al lado, pero se lo impidieron.
Uno sabe cuándo comienzan a ocurrir cosas malas en un edificio. Lo que resulta más complicado es advertir cuándo dejarán de suceder. Un año después de la filmación de El bebé de Rosemary, en la que una trama imaginada por Ira Levin establecía que un marido ambicioso pactaba con el diablo para obtener un trabajo deseado, a costa de ofrecer su hijo como intercambio, Polanski sufrió una tragedia que le cambió la vida para siempre.
En 1969 la secta de Charles Manson asesinó en un ritual espantoso a la esposa del director polaco, Sharon Tate, quien se encontraba embarazada. No faltaron observadores que rápidamente relacionaron la perversa trama de Levin y el satánico edificio donde ocurría la historia, como parábola final de una meteórica carrera cinematográfica.
La realidad pareciera negar las profecías de aquella época. En 1968 no se opacó la carrera cinematográfica de Roman Polanski. Hoy tiene 86 años y sus estrenos siempre despiertan interés. Es uno de los directores esenciales del cine contemporáneo, autor de una obra compleja que ha enriquecido el séptimo arte.