Pedro Benítez (ALN).- Según algunos estudios de opinión pública efectuados a lo largo del año pasado, un 70% de los venezolanos que permanecen en el país rechazan el gobierno de Nicolás Maduro, tienen una mala evaluación del mismo o desean que sea reemplazado. Es bastante razonable pensar que esa cifra aumente dado el descalabro silencioso que ha venido ocurriendo con la economía venezolana desde las últimas semanas del año que acaba de fenecer.
Como lo ha indicado el más reciente informe del Observatorio Venezolano de Finanzas, Venezuela está, nuevamente, al borde de la hiperinflación. En el transcurso del pasado mes fue de 37,2% y anualizada se ubica en 305%. Una vez más, los magros incrementos salariales concedidos al sector público, luego de mucha presión de los sus trabajadores y empleados, han sido diluidos por el incesante incremento de los precios. 2023 promete ser un año de mayor malestar social.
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Así pues, las expectativas de una relativa estabilidad económica se esfuman junto con el valor de la moneda nacional. Las posibilidades de Maduro de reelegirse en 2024 de manera que obtenga reconocimiento internacional van atadas a eso. En ese sentido va tarde y va lento.
Sin embargo, frente a ese cuadro tiene a su favor a una oposición en proceso de autodestrucción, cuyos dirigentes, dominados por la inconsciencia, piensan que esa dinámica la pueden solventar por medio de un proceso de primarias; dirigentes que creen, y sostienen, que la base opositora y los sectores no afectos al régimen chavista les deben lealtad ciega y absoluta dados los sacrificios personales que ellos han hecho por país. Leales siempre, traidores nunca.
Unos dirigentes que se pretenden con el derecho de no rendir cuentas de los recursos económicos que han manejado desde 2019 a esta parte, en el denominado Gobierno Interino, porque, a fin de cuentas, el chavismo ha robado como nadie. Un sector que ha desaprovechado la ocasión de demostrar que sí se podían hacer las cosas distintas, con transparencia en el manejo de los fondos públicos y tolerando las críticas justas e injustas de la opinión pública.
Sin estrategia clara
En resumen, tenemos a la principal alianza opositora retrocediendo (antes MUD, ahora Plataforma Unitaria), haciendo control de daños, sin una estrategia clara y sin ser una alternativa de poder.
Si en este momento la moneda nacional estuviera estabilizada en cuatro o cinco bolívares por dólar, la inflación controlada, la producción petrolera, así como otras actividades económicas, en franco crecimiento, Maduro podría capitalizar mucho más esa desorientación de sus adversarios. Su mensaje sería muy claro y efectivo: yo o el caos. Pero ese no es el caso.
La crisis política opositora disimula el hecho de que el Gobierno tampoco la tiene fácil. Como nos tiene acostumbrados a los venezolanos, hace maniobras de distracción y vende expectativas de mejoras que no terminan de impactar en las vidas de la mayoría. El regreso de un crucero con 500 turistas europeos a la isla de Margarita o el reinicio de las exportaciones petroleras por parte de Chevron a las refinerías de Estados Unidos son buenas noticias; pero solo eso, buenas noticias.
Un dato que asombra
Para darnos una idea de la actual situación venezolana digamos que el Presupuesto General de la Nación aprobado por el Congreso de Colombia para el 2023 es de 83 mil 800 millones de dólares (al cambio pesos/dólares de fin de año). En Argentina es de 180 mil 100 millones, Perú 55 mil millones y Chile 80 mil millones.
El presupuesto anual de 2023 aprobado por la Asamblea Nacional (AN) de Venezuela es de apenas 11 mil 563 millones de dólares (al tipo de cambio oficial 14,76 bolívares por dólar del mes de diciembre). Dos mil millones de dólares menos que en 2022 (al ritmo que vamos cada día que pasa es menor) y casi la mitad del presupuesto público estimado de la República Dominicana para este mismo año. Sí, leyó bien.
El gobierno federal de Brasil estima gastar esa misma cantidad (11 mil millones de dólares) sólo en el programa Auxilio Brasil, un sistema de transferencias para las familias más pobres de ese país.
Un periodo que será difícil de explicar
Comparados con los países de nuestro entorno (no con Suiza o Noruega) las diferencias son, sencillamente, abismales. No podía ser de otra manera dada la magnitud de la destrucción de la riqueza nacional ocurrida a lo largo de la última década que explica las cifras anteriores donde el PIB se contrajo en un increíble 70% y la producción petrolera se desplomó de 2.5 millones de barriles/día a casi 600 mil. La emigración masiva de los venezolanos se ha dado no por moda o por gusto sino porque esta es una economía que se ha reducido dramáticamente.
Esto tiene una explicación que va más allá de las pequeñas disputas y miserias de la política venezolana. A los historiadores del futuro les costará explicar que en determinado momento Venezuela llegó a tener dos presidentes y dos parlamentos al mismo tiempo. Ciertamente, uno de ellos fue, en realidad, como presidente de la Asamblea Nacional (AN) electa en 2015, la cara más visible de la oposición venezolana, con una legitimidad constitucional bastante cuestionable como Presidente Encargado de la República, pero que llegó a tener una enorme popularidad dentro del país. Nunca ejerció autoridad sobre el territorio, ni de aduanas o edificios públicos, ni contó con el respaldo de la FANB, ni controló los cuerpos de seguridad; pero fue reconocido como jefe del Estado venezolano por la mayoría de las democracias del mundo, designó embajadores y tuvo el control de activos económicos importantes de la nación en el exterior.
Los «protectores»
Un hecho insólito y sin precedentes porque no se trató de un gobierno en el exilio, como ocurrió con la república española cuando perdió la guerra civil en 1939, pero su fin es el capítulo más reciente del caos institucional en el que fue cayendo Venezuela a lo largo de los años.
Porque la verdad sobre el inicio de esta historia de poderes públicos duplicados, donde cada uno clamaba su propia legitimidad, empezó con la costumbre impuesta por el chavismo de crear autoridades regionales y locales paralelas cada vez que el partido oficial (PSUV) perdía la elección de una autoridad ejecutiva. Fue luego de las elecciones regionales y municipales de 2008 cuando el oficialismo, dando muestras de su talante democrático, se inventó aquello de montarle un jefe de gobierno paralelo (protector, lo llamaron) a los gobernadores de oposición recién electos por voluntad de la mayoría de sus electores. El mismo procedimiento se le aplicó al Alcalde Mayor de la ciudad de Caracas. A cada uno lo despojaron de recursos y competencias que trasladaron al protector oficialista que disponía de todo el apoyo por parte del gobierno nacional.
Destrucción económica
Un salto en esa estratagema aconteció cuando “se eligió” a la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) en agosto de 2017; para todos los fines prácticos fue una Asamblea paralela a la elegida en los comicios de diciembre de 2015. Incluso, las dos compartieron espacios en el Palacio Federal Legislativo. Pero a una la reconocía el Gobierno de Maduro (su Asamblea) a la que “rendía cuentas” y sometía leyes, mientras que a la otra la vaciaron de contenido. De aquellos lodos a estos polvos.
Así que, aplicando lo del “ojo por ojo” y lo “que es igual no es trampa”, a alguien en la oposición se le ocurrió sacar de la chistera la figura del Gobierno Encargado haciendo una interpretación algo retorcida de la Constitución. Total, no importaba, porque nadie en el país cree en la Carta Magna y su texto, como en frase que se le atribuye al ex presidente José Tadeo Monagas, “sirve para todo”.
Si en alguna parte del mundo es clarísimo que la destrucción económica y social es consecuencia directa del desbarajuste institucional es en Venezuela. Es un caso digno de estudio que los profesores Daron Acemoğlu y James Robinson, autores del best seller de 2012, Por qué fracasan los países, deberían tomar muy en cuenta.
Ahora que se hace leña del árbol caído (en esta oportunidad Juan Guaidó) no está demás hacer este recuento.
La rápida transformación de Venezuela
Venezuela se ha transformado a una velocidad asombrosa en el Zimbabue de América como consecuencia de la destrucción de sus instituciones. Cuando se habla de las mismas suena como algo muy rimbombante que no tiene nada que ver con la vida cotidiana. Pero en términos prácticos significa que el presidente de turno no puede, por ejemplo, disponer a su real antojo de las reservas de divisas del Banco Central (el “millardito”) que respaldan la moneda con que se pagan los ingresos de las familias y los trabajadores; ni expropiar un día la propiedad ajena porque le da la gana; y que los funcionarios, no importa cuál sea su posición, están obligados siempre a rendir cuentas de los recursos públicos, que no son su patrimonio personal, ni de su grupo o partido. Las instituciones se crearon para limitar la arbitrariedad del poder político.
Eso es lo que acaba de ocurrir en Chile donde la Corte ha amonestado al presidente Gabriel Boric, o en la Argentina donde el Poder Judicial resiste el embate del presidente Alberto Fernández, o lo que sus pares en Brasil hicieron cuando le pararon el trote al ex presidente Jair Bolsonaro.
En lo que va de siglo esas instituciones han sido destruidas en Venezuela. Y así le ha ido al país.
Reconstrucción
El auténtico propósito de una oposición como la venezolana debería consistir en tener como objetivo la reconstrucción institucional de la nación, basada en el restablecimiento pleno de las libertades públicas e individuales, de los derechos de propiedad, del respeto al debido proceso y los derechos humanos, así como la alternabilidad pacífica en el ejercicio del gobierno con consentimiento de los gobernados.
En los países las instituciones sirven para dar la certidumbre y estabilidad que necesitan las inversiones, el crecimiento y el desarrollo.
Sin embargo, hay que decirlo, la imagen que los principales partidos opositores venezolanos han transmitido en estos últimos años, en los que han podido controlar un pedacito de poder, ha sido muy distinta a esa. Ha sido, más bien, la de una permanente lucha cainita donde se han hecho muy evidentes las ansias del quítate tú para ponerme yo.
Es esa la actitud que primero tiene que cambiar en Venezuela para poder cambiar al país.