Pedro Benítez (ALN).- El pasado martes por primera vez se transmitió en Colombia una reunión del Consejo de Ministros. Al parecer la iniciativa fue del presidente Gustavo Petro a quien le pareció un idea novedosa, democrática, incluso revolucionaria. Una manera de gobernar de cara al pueblo, sin nada que esconder. En cambio, terminó siendo un bochornoso espectáculo de seis horas de recriminaciones mutuas, regaños presidenciales, gritos, llantos, chistes, interminables divagaciones, incluida una declaración de amor y hasta un reclamó del primer mandatario al ministro de Educación por llegar tarde a la cita.
En las primeras dos horas y media el presidente amonestó a su equipo ministerial por el incumplimiento de 146 compromisos de los 195 asumidos por el Gobierno, hizo un repaso de la historia nacional desde la Independencia, citó varias veces a Gabriel García Márquez e hizo, como no podía faltar, referencias a Simón Bolívar. Además, de manera sorprendente, en medio de la ola de violencia desatada en la frontera con Venezuela, que ha desplazado a miles de personas, admitió haber cometido un error publicando en su cuenta de la red social X información reservada del Ejército sobre la ubicación del ELN en el Catatumbo, anticipando así una operación militar, “…cometí un error con un trino, casi no me pasa, pero me pasó, se me fue”.
Pero la peor parte del espectáculo ocurrió a continuación, al abrir el derecho de palabra. Los reproches y acusaciones mutuas cruzaron la mesa y la vicepresidenta Francia Márquez se permitió decir que: “me duele que en este Gobierno, que yo ayudé a elegir, no hay transparencia en muchas acciones y hay muchos casos de corrupción”.
Desde entonces dos ministros han renunciado, otra ofreció hacer lo propio y lo mismo ha hecho Jorge Rojas, director del Departamento Administrativo de la Presidencia de la República (DAPRE), con apenas seis días en el cargo, pero con una larga relación de colaboración con el hoy presidente.
Así, ante los ojos incrédulos de la opinión pública, el gobierno colombiano se ha sumergido en una crisis. Si el objetivo de Petro era capturar la agenda mediática, luego de su traspiés con Donald Trump, el resultado ha sido totalmente contraproducente. Todos los rumores sobre las tensiones y desvaríos dentro de su Gabinete se confirmaron. Pero lo que luce más grave no es eso, sino el comportamiento errático, casi inexplicable, del primer mandatario. ¿En manos de quién está el país?
No es la primera vez que en Colombia se ejercita esta forma de “democracia directa”. El ex presidente Álvaro Uribe era muy dado a realizar actos de gobierno en asambleas públicas en distintas zonas del país, los denominados consejos comunales, en donde recibía cuentas, atendía reclamos, daba órdenes y hasta regañaba a ministros y altos mandos militares y policiales. Eso sí, nadie osaba llevarle la contraria. No es el caso de Petro a quien le acaban de hacer una rebelión en vivo y directo. La vicepresidenta le reclamó en la turbulenta reunión la designación de Armando Benedetti como Jefe de Despacho presidencial y la actitud hacia ella de Laura Sarabia, mano derecha del mandatario y nueva canciller. Como hicieron otros miembros del Gabinete, Márquez aprovechó la oportunidad a fin de intentar justificar la casi nula acción del Ministerio de Igualdad, a su cargo, pese a la millonaria partida presupuestaria asignada
La ministra de Ambiente, Susana Muhamad, se quebró emocionalmente en su turno de palabra cuando manifestó que: “No me puedo sentarme como feminista en esta misma mesa de gabinete con Armando Benedetti”. Al día siguiente, el ministro de Cultura, Juan David Correa, justificó su dimisión afirmando que “No puede tener de jefe a un maltratador de mujeres”, haciendo también referencia a Benedetti.
Este es, definitivamente, la manzana de la discordia, tanto en el Gobierno como en la coalición oficialista Pacto Histórico. Desde las propias filas petristas muchos se preguntan abiertamente la razón por la cual el presidente se empeña regresar a la primera fila de la función pública al controversial ex embajador ante Venezuela, luego de cuatro procesos judiciales ante la Corte Suprema, uno por compra de votos, entre otros escándalos que ha dado colorido a su carrera política.
Miembro de la Cámara de Representantes por el Partido Liberal, luego del Senado en las filas del uribismo, se pasó al Partido de la U del ex presidente Juan Manuel Santos, donde se convirtió en uno de sus más fieles y eficaces alfiles. De esa época son los sonados escándalos (algunos no aclarados) como la parapolítica (que salpicó a Uribe), Odebrecht (que salpicó a Santos) y por un presunto desfalco al magisterio en Córdoba (en el que lo implicaron). Benedetti es el típico representante de la clase política, o como dice Uribe con mala intención, del “petrosantismo”. Sin embargo, precisamente es esa una de las razones por las que Petro lo regresa a su lado, luego de varios meses de bajo perfil que siguieron a su salida de la embajada en Caracas, a raíz del último escándalo que divulgó la revista Semana, donde el personaje admitía en un audio la financiación irregular de la campaña de 2022.
En el Congreso hizo buena amistad con Petro, quien en el citado encuentro ministerial recordó que, durante su enfrentamiento con la llamada parapolítica, Benedetti lo defendió. Además, fue su jefe de campaña en la elección presidencial, durante la cual exhibió con eficacia todas sus mañas. De modo que es de su total confianza. Al extremo de haberse dejado persuadir por él de que hiciera las paces con Uribe y ahora esté dispuesto a pelearse con todo su Gobierno y aliados para sostenerlo.
Como se podrá apreciar a estas alturas del relato, el ex canciller Luis Gilberto Murillo se bajó justo a tiempo del autobús gubernamental. Sabía lo que se venía.
En una ocasión el sagaz ex presidente Julio César Turbay Ayala afirmó que en Colombia el primer rehén era el presidente. Es posible que sea esto lo que ocurre con Petro, rehén de sí mismo, de su incapacidad como gobernante, de sus propias debilidades y de unos problemas que lo han superado. Por delante quedan 18 largos meses de mandato constitucional, pero de un gobierno que para fines prácticos ha terminado.