Pedro Benítez (ALN).- El fallecimiento del exministro de la defensa Raúl Isaías Baduel, mientras estaba bajo custodia de la policía política venezolana, es un hecho demasiado comprometedor para el chavismo gobernante. Por lo que ocurrió y por lo que podría ocurrir.
Mientras estuvo vivo, Hugo Chávez y Nicolás Maduro (en particular este último) lo sintieron como una amenaza. Todas las conspiraciones militares, reales o supuestas, fueron vinculadas a su nombre. Sin respaldo popular, cercado diplomáticamente y sin el amparo económico sustancial de una potencia extranjera, el único apoyo real que desde hace rato le queda a Maduro es el militar. Allí es, precisamente, donde Baduel era (y tal vez siga siendo) un problema.
Fue el último jefe militar que dirigió una operación exitosa en el país. «El rescate de Chávez» el 13 de abril de 2002. No se trató de nada parecido al desembarco de Normandía, el cerco de Stalingrado o la batalla de Ciudad Bolívar en 1903. Pero comparado con el desempeño en las empresas del Estado, y dentro de la misma FANB, de sus colegas de armas, su trayectoria quedaba bien parada.
UN MILITAR CON PRESTIGIO
No era un Manuel Quevedo que terminó por arruinar a PDVSA. Tampoco un Manuel Barroso o Félix Osorio que coronaron sus gestas guerreras al frente de Cadivi y Mercal. Eso por no recordar la cuestionable eficacia de sus sucesores en el Ministerio de la Defensa a la hora de defender la integridad territorial de la República.
Es decir, tenía prestigio dentro de la institución. Eso ya era, por lo menos, incómodo.
Pero aparte del militar, Baduel era también un problema político. Su nombre era (y seguirá siendo) un recuerdo que la élite gobernante chavista quisiera olvidar y no puede.
Porque todos en el actual grupo de poder saben que la madrugada del 12 de abril de 2002 fue uno de los (solo) dos jefes militares que le fueron leales a Chávez, mientras el resto de la FAN le daba la espalda y su Alto Mando le solicitaba la renuncia. Que en aquella ocasión, el entonces comandante/presidente se entregó otra vez sin combatir (tal como ya había hecho el 4 de febrero de 1992). Que el entonces Vicepresidente Ejecutivo, Diosdado Cabello, se escondió, y los diputados Nicolás Maduro y Cilia Flores prudentemente huían rumbo a la frontera colombiana.
En resumen: el chavismo cayó sin pelear. Sin jugarse el pellejo. Todo lo demás fueron amenazas vacías y bufonadas. En el momento supremo todos estuvieron dispuestos a traicionar a todos. Empezando por Chávez.
EL HOMBRE QUE RESCATÓ AL CHAVISMO
Todos menos Baduel. Él, en un golpe de mano, les devolvió el poder. Sin él, ellos hoy no estarían dónde están. Y eso no se lo podían perdonar. Mencionar a Baduel entre las altas esferas del chavismo es recordar que el rey está desnudo.
Conocedor de la historia y de los hombres, Fidel Castro captó de inmediato que Baduel era una amenaza.
Sabía que desde la noche del 13 de abril de 2002 el prestigio militar en Venezuela lo tenía él, no Chávez. Eso simplemente no podía ser. Castro, con toda seguridad, recordó como Stalin borró de la historia y del mundo de los vivos a León Trotsky, el auténtico vencedor de la revolución bolchevique. También debe haber pensado en su general Arnaldo Ochoa, comandante de las fuerzas cubanas en Angola. Un jefe no puede estar bajo ese tipo de sombras. Por eso lo mandó a fusilar. Ese fue el consejo que le dió a Chávez. Tenía que salir de Baduel.
El pretexto, ingenuamente se lo brindó el propio general al desafiar públicamente el curso hacia el socialismo que Chávez le dió a su régimen. Por eso Raúl Baduel fue condenado, en la práctica, a cadena perpetua.
BORRADO DE LA HISTORIA
Mientras estuviera vivo, o Chávez o Maduro en el poder, no saldría de la cárcel. Cómo en efecto ocurrió. Cumplió condena y lo volvieron a apresar. Falleció sin siquiera estar bajo juicio formal.
Paralelamente, la red de medios públicos y propaganda, desde Venezolana de Televisión, hasta TeleSur, lo borraron de la historia. Igual que los rusos hicieron con Trostky, igual que los cubanos con Arnaldo Ochoa. El protagonista del 13 y 14 de abril de 2002 no existe en la versión oficial chavista de aquellos sucesos.
Una advertencia para los militares venezolanos. Si eso le pasó a Baduel nada menos les tocará a ellos. Un detalle que el general Miguel Rodríguez Torres no tomó en cuenta, razón por la cual hoy también está preso sin esperanza de salir. El poder chavista es implacable y en él nadie es intocable.
EL INCÓMODO FANTASMA DE BADUEL
De manera reveladora la reacción de Maduro a las pocas horas de ocurrir el deceso, que, independiente de cualquier postura política, es un escándalo incalificable, ha sido ordenar: «la creación de una comisión especial para la conmemoración de los hechos del golpe de Estado del 11 abril de 2002 y de la resurrección cívico – militar del 13-14 de abril de 2002». Recordando la soga en la casa del ahorcado.
La actuación del ex ministro de la Defensa en aquellos días recuerda la cobardía personal y la poca fidelidad que hay entre los jerarcas del régimen chavista. Pero también las torpezas históricas cometidas desde el campo opositor. Porque sin el inaudito decreto de Carmona Estanga no hay Baduel.
No obstante, ya la maquinaria de propaganda tiene material presentando al actual mandatario en el papel histórico de rescate del Palacio de Miraflores que nunca cumplió. Eso lo saben propios y extraños. Por eso el fantasma de Baduel seguirá siendo incómodo.
Su fallecimiento, cuyas circunstancias nunca serán aclaradas, es un recordatorio de cuán efímero es el poder en Venezuela. Aunque no lo parezca.