Sergio Dahbar (ALN).- Hasta el 6 de mayo la galería Tate, de Londres, exhibe una muestra de 250 imágenes de uno de los grandes fotoperiodistas contemporáneos, Sir Don McCullin.
Críticos como Adrian Serle y Rachel Semple, escritores como Geoffrey Wheatcroft, fotógrafos como Giles Duley, muestran una admiración profunda, verdadera, por la obra del fotógrafo inglés Sir Don McCullin, convertido en caballero en 2016, después de nacer pobre en 1935, y pasar cerca de 60 años sobreviviendo a las bombas y todos los peligros inimaginables en conflictos alrededor del mundo: Vietnam, Chipre, Congo, Irlanda del Norte, Biafra, Líbano y Siria.
La prestigiosa galería Tate, de Londres, exhibe más de 250 imágenes hasta el 6 de mayo próximo, todas en blanco y negro, impresas por él en el cuarto oscuro, que es su confesionario. Ese es su verdadero photoshop y donde suele ocultarse para confrontar el dolor y la decepción por los daños que producen la guerra y el odio.
El fotógrafo inglés Sir Don McCullin fue convertido en caballero en 2016, después de nacer pobre en 1935, y pasar cerca de 60 años sobreviviendo a las bombas y todos los peligros inimaginables en conflictos alrededor del mundo: Vietnam, Chipre, Congo, Irlanda del Norte, Biafra, Líbano y Siria
Lo más curioso para un hombre que ha hundido los pies en el peligro para entender la inhumanidad del ser humano es que no le gusta que lo llamen “fotógrafo de guerra”. Es un apelativo odioso, a sus 83 años. Quizás porque desprecia dos peligros que le parecen sustanciales a su profesión: la polarización a favor de alguna de las causas políticas que conducen a la guerra y a la muerte y al sufrimiento de una persona; y la facilidad con que muchos fotógrafos se convierten en estetas del horror. Frente a ambas tentaciones, salta ágilmente como quien evade un charco de aguas oscuras.
Las imágenes exhibidas en la Tate impactan profundamente. Están sus orígenes como fotógrafo en Londres; las guerras y conflictos que fue a buscar por el mundo; imágenes apacibles de un bosque donde vive su retiro hoy. Siempre hay una mirada perturbadora. Desde el rencor inicial, el posterior paso por los confines del odio entre pueblos hermanos, hasta el reposo del guerrero en Somerset.
Niños en un club de jóvenes del parque Finsbury, rincón deprimido de Londres. Hombres que se quedan boquiabiertos con sus cervezas en un bar de strippers. Pescadores que patean una pelota de fútbol en una playa de Scarborough. Un estanque de rocío en una apacible postal de Somerset. Todas estas perspectivas dialogan con un mundo en ruinas. Escaleras destruidas en Homs, Siria; un vietnamita que ha muerto junto al cuadro de su familia en Hue; un hombre muriendo de sida en Zimbabue; una madre con su hijo hambriento en Biafra.
La prestigiosa galería Tate, de Londres, exhibe más de 250 imágenes hasta el 6 de mayo próximo, todas en blanco y negro, impresas por él en el cuarto oscuro, que es su confesionario. Ese es su verdadero photoshop y donde suele ocultarse para confrontar el dolor y la decepción por los daños que producen la guerra y el odio
Quien ingresa a las salas de la galería Tate debe prepararse para enfrentar la cotidianidad de un oficio extraño. Hay un mueble que exhibe la cámara Nikon que fue perforada por una bala de un fusil AK-47 en Vietnam. La fotografía le salvó la vida. Ahí también se resguarda el casco militar, el medidor de luz, los pasaportes y las brújulas, que lo han acompañado como amuletos. No quedan rastros de la venda que solía llevar por si se doblaba el tobillo, tratando de salir de una encrucijada peligrosa. O del cereal de avena Ready Break, para evitar salir a la acción en la mañana con el estómago vacío.
Don McCullin no tiene 83 años en vano. Sabe que muchos fotógrafos se emocionan cuando las balas pasan cerca de su cabeza y sobreviven al peligro. La adrenalina se dispara de manera feroz y el corazón parece hacerte sentir que estás vivo. Pero él sabe que esos adoradores del peligro se engañan. La guerra no es emocionante. Y el peligro latente es que una persona, detrás de la idea de capturar la imagen perfecta para un medio de comunicación, olvide que las personas sufren y mueren como moscas alrededor de ella.
Este fotógrafo, que comenzó capturando zonas pobres que hoy se han gentrificado, piensa que una fotografía debería gritarle a quien la observa. Ser capaz de decirle a esa persona que el mundo está mal. Que eso que ocurre alrededor no está bien. Una denuncia tan contundente y veloz, que no hay palabra que pueda competir con ella.
Así se lo explica Don McCullin al amigo y fotógrafo Giles Duley, en un diálogo ocurrido días antes de la inauguración de la muestra en Tate. “Cuando entré a una escuela en Biafra en 1969 y vi a 600 niños moribundos, algunos de ellos colapsando y muriendo frente a mí, simplemente no puedo decirles cómo era, sabiendo que tenía mis propios hijos viviendo en Hampstead. Cuando una imagen como esa es tan mala, es fácil presionar el botón, pero no es fácil vivir con ella. Moralmente, siempre he tenido una conciencia terriblemente incómoda al respecto. Tratar de justificar mi trabajo, en cualquier declaración, en cualquier forma, es lo más difícil para mí”.
Una mirada inquietante
Hay algo paradójico en la manera de trabajar de Don McCullin. Él puede recordar cada fotografía que ha tomado. Las que realmente lo persiguen son aquellas que nadie ve, las que no son escogidas y no se publican. Él siente que ha decepcionado a esas personas, porque han confiado para que les tome una fotografía y él las ha dejado ir.
En el más reciente documental de la BBC sobre su obra, Looking for England, insiste en destacar “lo extraordinario que puede ser el inglés, lo excéntrico”. Don McCullin documenta Inglaterra, desde las ciudades del interior hasta las costeras, en un paseo profundo por su nación
Una mirada inquietante para alguien que apenas ostenta una educación formal. Sus conocimientos sobre fotografía y sobre los secretos del cuarto oscuro los aprendió como soldado de la Royal Air Force. Después se hizo a sí mismo y encontró el lenguaje para mostrar lo que le inquietaba. En Inglaterra, McCullin se enfrentó por primera vez a la miseria y a las personas que quedaban en la periferia del poder económico. Los hijos de Margaret Thatcher.
Sus imágenes de los años 70 y 80 captan zonas industriales, espacios relegados como Bradford y Sunderland, donde vive mucha gente que terminaría votando por el Brexit, quizás por desesperación como por el anhelo de un mañana mejor.
En el más reciente documental de la BBC sobre su obra, Looking for England, insiste en destacar “lo extraordinario que puede ser el inglés, lo excéntrico”. Don McCullin documenta Inglaterra, desde las ciudades del interior hasta las costeras, en un paseo profundo por su nación. Regresa a sus antiguos lugares en el East End de Londres, Bradford, Consett, Eastbourne y Scarborough.
En este peculiar recorrido se encuentra con una variedad de personajes ingleses, en el Festival de Glyndebourne y el Goodwood Revival. Captura una escena de caza e interrumpe a un grupo de saboteadores. En el fondo siente una pasión curiosa por la forma en que “como nación somos personas realmente extrañas”. En Bradford tropieza con una escena imposible 40 años atrás: un festival religioso chiíta.
Don McCullin no baja la guardia, ni siquiera cuando su obra ingresa en una institución como la galería Tate. “Debemos tener cuidado con lo que hacemos porque si lo hacemos demasiado bien, estamos convirtiendo nuestro trabajo en íconos. La palabra ‘arte’: odio que se asocie con la fotografía. La mayoría de los fotógrafos estadounidenses ahora quieren ser llamados artistas. Estoy en una galería de arte porque no estoy en un periódico. Tengo 60.000 negativos y una colección muy buena de aproximadamente 400 fotos de las que estoy muy orgulloso”. Sin duda, tiene con qué estarlo.