Pedro Benítez (ALN).- De aquellos polvos vienen estos lodos. La principal responsabilidad en el desastre económico y humano de Venezuela hoy reside en quienes la han gobernado en los últimos 20 años, Hugo Chávez y Nicolás Maduro, en quienes les han apoyado y en quienes votaron por ellos. Pero también en una red activa de complicidades de gobernantes latinoamericanos que hoy le hacen pagar a sus países con la emigración masiva y la exportación del caos venezolano.
En Brasil la gobernadora del estado de Roraima, Suely Campos, exige al Gobierno Federal que cierre la frontera para frenar el incesante flujo de inmigrantes venezolanos. Mientras tanto, el Partido de los Trabajadores (PT), de los expresidentes Luiz Inácio (Lula) da Silva y Dilma Rousseff, guarda discreto silencio y mira hacia otro lado ante esa inédita situación en la frontera norte, no sea que en vísperas de la elección presidencial brasileña del próximo octubre algún adversario político o acucioso periodista recuerde que fueron los gobiernos del PT los beneficiados del boom que vivió Venezuela y corresponsables del actual desastre económico y social de Venezuela.
De hecho, una proporción nada desdeñable del increíble boom petrolero del que gozó el régimen chavista (1,3 millones de millones de dólares) fue a parar a las arcas del Partido de los Trabajadores para financiar las campañas presidenciales y el proyecto político de Lula y Rousseff por medio de la enorme red de corrupción montada en torno a los millonarios contratos de la constructora Odebrecht en Venezuela.
Bajo el patrocinio de Chávez, y con la bendición de Fidel Castro, se conformó un selecto club de amigos, en el que el primero se comportaba como el niño rico que pagaba las fiestas
Obras como la línea 5 del Metro de Caracas, la ampliación del Aeropuerto Internacional de Maiquetía, la Central Hidrológica Tocoma, el Complejo Agroindustrial José Ignacio Abreu de Lima o el Tercer Puente sobre el río Orinoco, son sólo algunos de los numerosos contratos que fueron adjudicados sin licitación a Odebrecht por parte del expresidente Hugo Chávez como parte de los acuerdos económicos y políticos con su homólogo y aliado Lula.
Ninguna de las estructuras antes mencionadas fue culminada en su totalidad. Sólo Tocoma le costó a Venezuela 10.200 millones de dólares y no ha entrado en funcionamiento. Otra central hidroeléctrica cercana, Caruachi, construida unos años antes, de las mismas dimensiones y capacidad, costó en su momento 2.500 millones de dólares. La diferencia entre una y otra (aparte de los costos) es que de por medio no estaban ni Odebrecht, ni Chávez, ni Lula.
Además, en esos años enormes cantidades de alimentos y bienes industriales o de consumo fueron importados desde Brasil a Venezuela directamente por el Gobierno chavista sin pagar aranceles y con un dólar subsidiado, perjudicando a las empresas y los trabajadores venezolanos.
Esa fue sólo una parte de la extensa red de relaciones que el expresidente Chávez tejió en todo el continente. Esa red incluyó entre otros a Lucio Gutiérrez y Rafael Correa en Ecuador, Ollanta Humala en Perú, Evo Morales en Bolivia, Néstor y Cristina Kirchner en Argentina, Daniel Ortega en Nicaragua, Mel Zelaya en Honduras. En Colombia desde Piedad Córdoba, pasando por Gustavo Petro, hasta las FARC. En Uruguay y Chile a las distintas franquicias del Frente Amplio. A prácticamente todos los líderes de las islas del Caribe, a varios miembros del Congreso de Estados Unidos como Joseph P. Kennedy II, a Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero en España. Y por supuesto, y por encima de todos, los hermanos Fidel y Raúl Castro en Cuba. Todos ellos fueron beneficiarios directos, copartícipes y cómplices del saqueo que se perpetró contra la renta petrolera venezolana.
Chávez, aprovechándose del viraje político hacia la izquierda en la región, pero particularmente del uso discrecional que podía hacer del ingreso petrolero de Venezuela, apoyó sin tapujos ni disimulos a cuanto político latinoamericano se autoproclamase antiimperialista (es decir, antiestadounidense), prometiera barrer con la clase política anterior, hablara con admiración de Fidel Castro, tuviera suficientes credenciales izquierdistas (caso de Lula) o simplemente quisiera ser su amigo.
Ese “apoyo” podía incluir, si las circunstancias así lo permitían, la aplicación del método constituyente, usado por vez primera y con éxito en Venezuela, y que facilitaba al gobierno aliado la captura y control, por mecanismos en apariencia impecablemente democráticos, de las instituciones del Estado e incluir (siempre y muy importante) la reelección presidencial. Evo Morales y Daniel Ortega consiguieron esto último. Rafael Correa, Cristina Kirchner y Lula no.
De exportar dinero a exportar el caos
Con el fin de lograr el objetivo se enviaron maletas repletas de dólares del odiado ‘imperio’ para financiar las campañas electorales de gente que sin ese apoyo económico difícilmente hubiera podido ganar una elección en sus respectivas naciones.
Ya en el poder, la relación de apoyo económico se institucionalizó con la creación de diversos mecanismos de cooperación regional como el ALBA, cuyo común denominador es que los recursos monetarios siempre los ponía Petróleos de Venezuela (PDVSA) a cambio de un incondicional respaldo político y diplomático. Silenciar o atacar a los medios de comunicación críticos fue parte de esa “cooperación política” regional.
Bajo el patrocinio de Chávez, y con la bendición de Fidel Castro, se conformó un selecto club de amigos, en el que el primero se comportaba como el niño rico que por lo general pagaba las fiestas.
Venezuela ha pasado de exportar petróleo y brindar apoyo financiero a proyectos políticos como en Ecuador, a exportar a su propia población que ahora le crea una crisis migratoria a ese país
Con el estilo de Chávez, la falta de escrúpulos de gente como los Kirchner, la sensación de poder absoluto e impunidad, la falta de controles y transparencia, y mucho dinero que iba y venía, era imposible que esa cooperación interregional no terminara en una red de corrupción internacional. Es más, hoy queda más claro que esa era la intención desde el principio.
De modo que Venezuela ha pasado de exportar petróleo y brindar apoyo financiero a proyectos políticos como en Ecuador, por ejemplo, a exportar a su propia población que ahora le crea una crisis migratoria a ese país.
Hasta ahora los venezolanos han sido una mano de obra bien recibida en Suramérica pese lo que afirma con maledicencia la reciente propaganda en contrario del régimen de Maduro.
Sin embargo, no se puede dejar de lado que si bien los venezolanos están pagando la peor parte de esa factura, el heredero de Hugo Chávez y peón de Raúl Castro está exportando el caos hacia sus vecinos.
Esta es una advertencia, porque si Maduro logra superar esta coyuntura y se consolida en el poder, en el futuro le seguirá causando más problemas, aunque de otro tipo, a la región.