Pedro Benítez (ALN).- El destierro por razones políticas ha sido parte consustancial a la historia venezolana. Es uno de sus hilos conductores. Se podrían escribir tomos, solo de este tema. Para los venezolanos de los últimos 200 años el exilio ha sido una historia de tristezas, esperanzas, triunfos y fracasos. Unos haciendo una nueva vida, intentando no mirar atrás; otros soñando todos los días con el retorno, con la cabeza puesta en el país que tuvieron que abandonar.
Durante la etapa más o menos larga de los 40 años del régimen de la democracia representativa esa experiencia tan venezolana como las hallacas y las arepas, pasó casi al olvido. Una cuestión que iba quedando en el recuerdo cada vez más nebuloso de las generaciones anteriores. Las visitas al ex dictador Marcos Pérez Jiménez en su residencia en Madrid, el último exiliado por razones políticas del siglo XX, era un ejercicio de curiosidad histórica, o una oportunidad para reprochar al bipartidismo.
Material para la historiografía y la literatura.
Para no irnos tan lejos de la etapa pre independentista, podemos señalar como exiliados a Francisco de Miranda, Manuel Gual y José María España, aunque el caso del primero habría que matizarlo.
Exiliado fue Simón Bolívar, el más célebre de todos; dos veces luego de las derrotas de 1812 y 1814 (la Primera y la Segunda República). A esos destierros debemos dos de sus más trascendentales (y polémicos) textos políticos: el Manifiesto de Cartagena y la Carta de Jamaica. Allí, sentó un precedente que inspiró a las siguientes generaciones de venezolanos; aprovechar el exilio, no se trataba de vacaciones o una pausa, sino de una etapa más de la lucha.
Como sabemos, Bolívar no fue un caso aislado porque ante cada revés las islas del Caribe se iban regando de partidarios de la causa de la Independencia. De todos, el episodio más dramático ocurrido durante el conflicto fue el de la Emigración a Oriente (junio de 1814), donde una parte importante de la población de Caracas (se habla de 20 mil personas) siguió a los restos del ejército patriota, huyendo despavorida del avance de las huestes del caudillo realista José Tomas Boves. Muchos no retornaron sino hasta el final de la guerra.
En algunos de sus textos, Francisco Herrera Luque llamaba la atención sobre la larga lista de venezolanos que, obligados por las circunstancias, más nunca regresaron al país que los vio nacer.
Miranda, Andrés Bello, José Antonio Páez y Andrés Eloy Blanco, quizás los más recordados.
No faltaron, por supuesto, los que tuvieron más suerte y volvieron triunfantes en olor a gloria, una o dos veces. Bolívar luego de la Campaña Admirable (1813) y de la Batalla de Carabobo (1821).
El exilio
La Independencia implicó el exilio de los realistas en casi todas estas nuevas repúblicas desprendidas del balcanizado imperio. No solo de españoles (tal vez los menos) sino de gente nacida en América que fue leal a la causa del rey. En el caso de Venezuela no duró mucho, ciertamente; a la república instaurada en 1830 se le daba como un hecho definitivo. Había que reconstruir lo destruido por una década de guerra, y se necesitaba inmigración para el nuevo país. Muchos de los derrotados de ayer regresaron pacíficamente.
Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que los conflictos políticos entre venezolanos provocarán una nueva y creciente cuota de exiliados. A José María Vargas, el primer presidente civil (ya se había ido durante la guerra de Independencia), lo expulsaron a raíz del golpe de Estado del 8 de julio de 1835 (la Revolución de las Reformas). Fue breve, en pocas semanas el general Páez lo repuso en su cargo. Otro caso importante por sus consecuencias fue el Antonio Leocadio Guzmán, fundador del Partido Liberal, a quien se le conmutó la pena de muerte por el destierro en 1846. Él y su hijo, Antonio Guzmán Blanco, pasarían buena parte de su vida entre el exilio y el retorno. El mismo destino de Páez en 1848 y 1863, así como de José Tadeo Monagas en 1858 y de los caudillos de la Federación.
Por regla general, cada bando derrotado pagaba con el extrañamiento, cuando no con la vida, la cárcel o la propiedad, el precio de perder la lucha por el poder.
Decretos de amnistía permitiendo el regreso a la patria a todos los venezolanos hubo varios. Aquí citaremos dos: la dictada por Francisco Linares Alcántara en 1877, como parte de la reacción contra su antecesor y ex jefe político, Guzmán Blanco, por el que la prensa de la época lo apodó como El Gran Demócrata; y la de Juan Vicente Gómez, también como reacción contra Cipriano Castro, que le abrió las puertas del país en 1909 a todos aquellos a los que él y su compadre habían derrotado en la última guerra civil que asoló este país, la denominada Revolución Libertadora (1901-1903).
En su biografía sobre el personaje, Manuel Caballero recuerda que la amnistía de Gómez, también abrió las cárceles y varios de los antiguos adversarios pasaron a servir en sus gobiernos. No obstante, aquella primavera aperturista sólo duró hasta 1914, cuando el Benemérito decidió seguir mandando por las malas, lo que provocó nuevas olas de presos, perseguidos y desterrados; incluyendo a su también compadre y socio Román Delgado Chalbaud.
Los exiliados venezolanos de 1936 y 1958, varios de los cuales vivieron la misma experiencia en esas dos ocasiones, experimentaron la emoción del retorno, junto con la del triunfo muy personal de haber sobrevivido al tirano de turno, por su fallecimiento o caída. Curiosamente, en esas dos oportunidades, con el exilio venezolano se dio el fenómeno de la puerta giratoria; mientras unos regresaban del destierro otros se iban. A veces hasta en el mismo barco.
La reconciliación nacional
Los venezolanos tenemos una larga pelea contra la reconciliación nacional. Parece que estamos destinados, por una fatalidad, a que la felicidad de unos sea sobre la desgracia de los demás. No deja de ser extraño, tratándose de una sociedad ausente de divisiones étnicas y religiosas.
Así, por ejemplo, entre diciembre de 1935 y enero de 1936, luego del fallecimiento del general Juan Vicente Gómez, mientras los opositores al régimen retornaban, algunos con 20 o 30 años fuera del país, la familia del dictador y un buen número de sus colaboradores tomaban el rumbo contrario; muchas veces a los mismos destinos de donde venían los desterrados. Atrás dejaban sus residencias saqueadas en Caracas y sus haciendas asaltadas o expropiadas.
Sin embargo, lo que ha ocurrido en lo que va de siglo en Venezuela, en particular en el transcurso de la última década, no tiene precedentes. Nunca tan gente, en tan poco tiempo, había emigrado de un país en todo el continente. Y tal vez con la excepción de Cuba luego de 1959, nunca un país de la región había pasado en tan poco tiempo de ser un destino de inmigrantes a una sociedad de emigrantes.
La diáspora venezolana tiene una motivación económica, pero a la vez política. Muchos se han tenido que ir directamente porque son perseguidos políticos, y la mayoría que se ha ido por el desplome de las condiciones económicas, lo han hecho porque no ven expectativas de cambio político.
En ese sentido la emigración venezolana guarda mucha similitud con el exilio español luego su guerra civil (1936-1939), donde los motivos económicos y políticos se entremezclaron, porque una parte del país venció a la otra parte.
Los exilios de los siglos XIX y XX
La gran diferencia con los exilios de los siglos XIX y XX, es que en esta ocasión la sociedad venezolana se ha visto involucrada como un todo. No se trata, como en el pasado, de un puñado de enemigos del gobierno de turno. Con más de un cuarto de población en la diáspora, no hay un venezolano que no tenga, al menos, un familiar fuera del territorio nacional. Para un país que durante décadas fue un imán para la inmigración, este cambio de tendencia, en tan poco tiempo y de manera tan masiva, necesariamente tiene que ser traumático.
Sin comprender eso, no se puede entender el resultado electoral del pasado 28 julio. Como el poder y la codicia ciegan, muchos no lo ven o no lo quieren ver.
Además, su magnitud es una de las razones (hay otra) por las que el exilio venezolano de hoy ha tenido un impacto tan grande en el resto del mundo. La causa democrática venezolana se ha internacionalizado. Ya no se trata de nuestros antiguos conflictos parroquiales. Para bien y/o para mal, pero es así.