Pedro Benítez (ALN).- Daniel Ortega Saavedra y su esposa Rosario Murillo han instaurado en Nicaragua el mismo tipo de régimen autoritario y nepotista que la revolución sandinista derrocó en 1979, siguiéndole así los pasos a la familia Somoza. Hasta ahora lo habían hecho discretamente, mientras el resto de Latinoamérica estaba ocupada en problemas más urgentes.
El presidente de Nicaragua Daniel Ortega cometió un error: le recordó a los nicaragüenses y al mundo que ha instalado una dictadura.
Sólo el domingo en la ciudad de León (al oeste de Nicaragua) hubo más de nueve horas de enfrentamientos entre la población y agentes policiales apoyados por fuerzas de choque del partido de Gobierno. Los cinco días de protestas en las principales ciudades de ese país han dejado un lamentable saldo de 30 fallecidos, entre ellos un periodista, Miguel Ángel Gahona (Leer más: La represión mortal de Daniel Ortega se ensaña con los universitarios en Nicaragua).
El detonante de las protestas fue un intento de reforma del sistema de seguridad social; medida, por cierto, sugerida por el FMI para mejorar la financiación del sistema público de pensiones. Como ocurriría en cualquier parte del mundo democrático todos los días, los contrarios a la reforma salieron a las calles a demostrar su inconformidad. Hasta allí lo normal. El problema fue la desmedida represión por parte de la policía, apoyada por las brigadas de choque del sandinismo contra los manifestantes y la censura a los canales de televisión 12, 23, 51 y 100% Noticias por transmitir en vivo las protestas.
Ortega se ha convertido en otro caudillo latinoamericano. La diferencia es que no lo ha hecho con el apoyo de Estados Unidos sino con el de la izquierda populista del continente
Ha sido ese el punto de quiebre que prendió como reguero de pólvora la protesta popular y ha puesto en evidencia el carácter despótico de Daniel Ortega. El excomandante sandinista se ha dejado arrastrar por sus instintos autoritarios. Hasta ahora había podido imponer su creciente control personal sobre Nicaragua sin demasiada oposición y sin recurrir a la violencia del Estado.
No le había hecho falta. Por medio de una serie de victorias electorales retomó el control del Estado nicaragüense que él y el sandinismo habían perdido en 1990.
Desde su retorno a la Presidencia en 2006 ha concentrado todo el poder institucional del país en su persona y la de su esposa Rosario Murillo.
Primero mediante un acuerdo con el expresidente Arnoldo Alemán, seriamente cuestionado por corrupción, Ortega controló el Tribunal Supremo y desde allí en 2008 impidió que el Partido Conservador y el Movimiento de Renovación Sandinista participaran en las elecciones municipales de ese año. Luego, respaldado por la aplastante mayoría alcanzada en la Asamblea Nacional de Nicaragua al ser reelegido en 2011, abolió el límite establecido en la Constitución a la relección presidencial, usó nuevamente a la Corte para intervenir al principal partido opositor en la Asamblea, el Partido Liberal Independiente (PLI), desplazando a su líder y de paso destituyendo del Legislativo a 16 diputados de esa bancada.
Siguiendo el ejemplo de los autoritarismos de nuevo cuño instaurados en Suramérica con banderas de izquierda, Daniel Ortega impuso una nueva dictadura. Pero paradójicamente no por llegar al poder al frente de una columna guerrillera como hace casi 40 años, sino por la vía de los votos.
En la siguiente elección, en 2016, dio una nueva vuelta de tuerca, al imponer a su esposa como fórmula a la Vicepresidencia.
En la primera etapa de gobierno (1979-1990) el modelo fue la Cuba socialista de Fidel Castro. Primero como coordinador de la Junta de Reconstrucción Nacional y luego como presidente desde 1984, Ortega intentó hacer de Nicaragua la base para la expansión de la guerra revolucionaria en Centroamérica con apoyo cubano. No lo logró por la oposición de la Administración de Ronald Reagan, lo que convirtió a ese país en uno de los dos últimos campos de batalla de la Guerra Fría junto con Afganistán.
La dictadura del siglo XXI
Luego de tres derrotas electorales sucesivas retornó al Gobierno por la vía electoral en 2006. En esta segunda etapa los modelos han sido Vietnam, China y Rusia. Autoritarismo político pero aceptando las relaciones de libre mercado. No ha cuestionado los fundamentos del modelo económico que ha tenido el país desde 1990.
Pese a que fue un fuerte crítico del tratado de libre comercio que Nicaragua firmó con Estados Unidos no ha hecho nada para anularlo y de paso ha mantenido excelentes relaciones con el empresariado y con la Iglesia católica (Leer más: Cómo comprar un banco en la dictadura de Daniel Ortega y no morir en el intento). Ahora el sector privado también se alza en su contra.
El presidente del COSEP, José Adán Aguerri, expresó que la marcha dejó de ser del sector privado para ser de Nicaragua, “Marchamos por Nicaragua y para honrar a los jóvenes que ofrendaron su vida” dijo Pdte. @COSEPNicaragua pic.twitter.com/Dvukk6baLr
— COSEP Nicaragua (@COSEPNicaragua) 24 de abril de 2018
Daniel (como le conocen en Nicaragua) parecía haber cambiado. Ya no era el marxista de los 80. La retórica muy radical no se ha correspondido con sus acciones. De modo que hizo un trato tácito con la sociedad nicaragüense: él manejaba con responsabilidad la economía mientras lo dejaban hacer lo que le placiera con las instituciones.
En todo este proceso contó con el abundante subsidio petrolero de Venezuela, que ha manejado discrecionalmente.
Así, Daniel Ortega y su esposa y vicepresidenta Rosario Morillo han secuestrado al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), exactamente como la familia Somoza secuestró al centenario Partido Liberal nicaragüense, y luego han hecho lo mismo con la institucionalidad del país. Es decir, el líder del sandinismo ha instaurado en Nicaragua un régimen muy parecido al que la revolución de 1979 derrocó.
Reelecto en 2016 para un cuarto mandato presidencial y el tercero continuo, el presidente de Nicaragua ha ejercido ese cargo entre 1985 y 1990, y de 2006 hasta ahora, con lo que supera al dictador Anastasio Somoza Debayle (Tachito) que dominó más de una década (1967-1972; 1974-1979), y sólo por detrás del padre de este, el también dictador Anastasio Somoza García, quien gobernó entre 1937 y 1956, bien en el ejercicio directo de la primera magistratura o a través de personas interpuestas.
En la práctica Ortega se ha convertido en otro caudillo latinoamericano. La diferencia es que no lo ha hecho con el apoyo de Estados Unidos (como solía ocurrir en el pasado con los dictadores militares) sino con el de la izquierda populista del continente.
Incluso el asesinato del periodista Miguel Ángel Gahona en medio de las protestas es un recuerdo inquietante del homicidio de Pedro Joaquín Chamorro, atribuido a la dictadura somocista
Incluso el asesinato del periodista Miguel Ángel Gahona en medio de las protestas es un recuerdo inquietante del homicidio de Pedro Joaquín Chamorro (mártir de la libertad de prensa), atribuido a la dictadura somocista en 1978. Chamorro era el director del diario La Prensa, un medio muy crítico con el despotismo familiar de los Somoza. Su muerte fue la gota que derramó el vaso de los abusos del régimen entonces imperante y que desató la insurrección popular que los sacó del poder en 1979. Su viuda, Violeta Barrios de Chamorro, sería posteriormente uno de los cinco miembros de la Junta de Reconstrucción Nacional, hasta que pasó a oponerse a los sandinistas y luego derrotó a Daniel Ortega en las elecciones presidenciales de 1990. Es así como la historia ha dado un giro completo y la serpiente se muerde nuevamente la cola.
Hoy Ortega no sólo es cuestionado por esta nueva generación que no conoció la dictadura de Somoza, ni la revolución, ni la guerra civil de los años 80. También lo hacen sus antiguos compañeros, como el exvicepresidente Sergio Ramírez (laureado con el Premio Cervantes), que sin renegar de la épica sandinista le reprocha su nepotismo autoritario (Leer más: Sergio Ramírez dedica el Cervantes a los asesinados por la dictadura de Daniel Ortega).
En el fondo, en la mentalidad de Daniel Ortega subyace una frase que el histórico comandante del FSLN Tomás Borge dijo a Telesur en julio de 2009, y que el político e intelectual nicaragüense Edmundo Jarquín recoge en el libro El Régimen de Ortega:
“Todo puede pasar aquí menos que el Frente Sandinista pierda el poder… Yo le decía a Daniel: hombre, podemos pagar cualquier precio, digan lo que digan… hagamos lo que tengamos que hacer… el precio más elevado es perder el poder”.
RT: En un hecho sin precedentes en la historia reciente de #Nicaragua, miles de nicas le dijeron: ¡Ya no más! al Gobierno represivo de Daniel Ortega. ¿Qué te pareció esta marcha? >> https://t.co/CwAQBOcGdg #SOSNicaragua #Nicaragua #ResistenciaCiudadana pic.twitter.com/oZIPGdjZ9V
— La Prensa Nicaragua (@laprensa) 24 de abril de 2018
La crisis de Nicaragua es otro síntoma preocupante de ese estilo autoritario impuesto en Latinoamérica en la primera década del siglo pasado, que comienza por los votos y termina apelando tarde o temprano a las balas.