Nelson Rivera (ALN).- El deber de la memoria ha sido fundamental para reconstruir lo ocurrido y para crear una ética hacia las víctimas de grandes catástrofes. Pero el exceso de memoria histórica, también, fabrica resentimientos y deudas que no terminan de pagarse jamás.
La Guerra del Peloponeso terminó con la derrota de Atenas frente a Esparta. Entonces Atenas se empobreció y jamás recuperó su esplendor.
La ciudad dividida. El olvido en la memoria de Atenas, es un libro insuperable que narra un hecho del 403 a.C. Un decreto obligaba al olvido de la guerra civil, como requisito para la unidad y la reconciliación. Se ordenaba no recordar los males del pasado.
La antropóloga francesa Nicole Loraux, su brillante autora, se preguntaba si esa prohibición no constituyó una velada invitación a recordar: una memoria que, una vez que haya incorporado el dolor de lo ocurrido, operase como el impulso para superar el conflicto. Esa dialéctica entre memoria y olvido será el precio a pagar por el beneficio de la reconciliación.
El Holocausto repotenció el debate sobre la memoria: una de las más pertinaces corrientes del pensamiento post Auschwitz sugiere que la memoria es un deber. Dice el historiador judeo-estadounidense Yosef Yerushalmi: ese deber no es nuevo. Está en la Biblia. Y aclara: los pueblos olvidan el presente, no el pasado. El peligro del olvido sólo aparece cuando las secuelas de una catástrofe impiden que el ciclo de recibir y transmitir se interrumpa.
España es un caso: casi 80 años después de finalizada la guerra civil, la política española sigue lastrada por el rencor y una constante denuncia de los agravios
El deber de la memoria ha sido fundamental para reconstruir lo ocurrido y para crear una ética hacia las víctimas. El pensamiento predominante -que se reproduce como si fuese un eslogan- es: si se olvida lo ocurrido, la historia se repetirá.
Esa idea, la de un miedo fundamentado a una historia reincidente, ha hecho posible, por ejemplo, reconstruir parte de los genocidios en contra de los pueblos armenio, judío, gitano, camboyano y tutsi. Se ha creado una cultura del testimonio, que ha sido fundamental, además, para documentar el asesinato de millones de personas por parte de los comunistas en Rusia y Europa del Este.
Pero he aquí que el exceso de memoria histórica, también, fabrica resentimientos y deudas que no terminan de pagarse nunca. España es un caso: casi 80 años después de finalizada la guerra civil, la política española sigue lastrada por el rencor y una constante denuncia de los agravios.
Contra esa memoria que enquista los odios y mantiene vivas las heridas, el periodista estadounidense David Rieff ha escrito Elogio del olvido, que sostiene, entre otras, dos tesis: que las memorias colectivas son siempre imaginarias, y por lo tanto, están siempre deformadas por múltiples factores; y que la rememoración impide el establecimiento de la convivencia entre civilizaciones, culturas, religiones y naciones.
Rieff dice: es responsabilidad de cada ciudadano contestar a la pregunta de si la memoria, más que para mantener encendida la llama del odio, puede servir a la causa del bien común.