Rogelio Núñez (ALN).- Más allá de sus evidentes diferencias políticas, Andrés Manuel López Obrador y Jair Bolsonaro guardan claros paralelismos: se parecen en que su tendencia a la demagogia y a la improvisación está provocando una elevada sensación de inseguridad e imprevisibilidad en cuanto al tenor de sus decisiones y a sus respectivas gestiones. Esto ha desembocado en un empeoramiento de la situación económica de México y Brasil y de las previsiones macroeconómicas a corto plazo.
Los dos gigantes regionales (México y Brasil) están gobernados, desde hace más de seis meses, por dos líderes atípicos. Andrés Manuel López Obrador en el primer caso y Jair Bolsonaro en el segundo representan la cara y la cruz de América Latina.
Sin embargo, más allá de sus evidentes diferencias políticas, guardan claros paralelismos: se parecen en que su tendencia a la demagogia y a la improvisación está provocando una elevada sensación de inseguridad e imprevisibilidad en cuanto al tenor de sus decisiones y a la viabilidad de sus respectivas gestiones.
Esto ha desembocado en un empeoramiento de la situación económica de los dos países y de las previsiones macroeconómicas a corto plazo.
La cara y la cruz de América Latina
López Obrador y Bolsonaro son dos polos opuestos ideológicos y políticos: el brasileño es visto como adalid de la derecha dura, derecha extrema, a la que algunos incluso califican como “extrema derecha”. López Obrador encarna en el imaginario colectivo a la izquierda, la justicia social y la lucha contra la corrupción.
En política exterior, uno es claramente un cruzado contra el régimen de Nicolás Maduro mientras que el otro se esconde en la ambigüedad de la “Doctrina Estrada”.
En economía, la liberalización es la bandera que levantan Bolsonaro y su equipo (sobre todo el “neoliberal” Paulo Guedes, ministro de Economía, que lidera la reforma de las pensiones). López Obrador, sin embargo, añora los viejos tiempos de las políticas cepalinas y desarrollistas: defiende un Estado más activo como demuestra su decisión de que sea la financiación pública, sin apoyo de la inversión privada, la que se haga cargo de la construcción y puesta en marcha de la refinería de Dos Bocas en Tabasco.
Paralelismos entre Bolsonaro y López Obrador
Sin negar estas diferencias, los paralelismos les hermanan y esas características comunes han provocado fenómenos similares que afectan a ambos países.
En primer lugar, ambos son hijos de la desafección de la ciudadanía hacia la clase política tradicional, los partidos y las instituciones. Los dos encabezaron lo que Daron Acemoglu y James A. Robinson califican como “coalición de descontentos”, la cual se inclinó en México y Brasil por respaldar a políticos ajenos al establishment.
Bolsonaro fue durante décadas un diputado de los llamados del “bajo clero”: periférico, sin poder de decisión y al margen de los diputados que “cortaban el bacalao”.
López Obrador, desde que dejó de ser jefe del gobierno del Distrito Federal en 2005, se transformó en un eterno opositor al sistema que encarnaban las fuerzas políticas hegemónicas (PRI y PAN).
En las elecciones de 2018 ese rol de Bolsonaro y López Obrador dio sus frutos: canalizaron el creciente voto del enojo hacia los partidos en el poder existente tanto en México como en Brasil.
La victoria de Bolsonaro se explica por varias razones: sobre todo porque logró encauzar la desafección hacia la política y los políticos tradicionales (los partidos de centroderecha –PSDB y MDB– fueron los otros grandes damnificados de este proceso electoral) y, en especial, atrajo el amplio sentimiento de rechazo hacia el PT y Lula da Silva. El antipetismo y el antilulismo veían al rival de Bolsonaro, Fernando Haddad –un político con amplia experiencia, moderado y de sólida formación- tan sólo como el plan B de Lula tras no poder este ser candidato.
Bolsonaro capitalizó el descontento por la corrupción gracias a su currículum ajeno al escándalo del Lava Jato. Asimismo, apoyado en su perfil de exmilitar, levantó, de forma creíble para la mayoría de la población, la bandera de la “mano dura” contra la inseguridad.
López Obrador se convirtió en la herramienta de la ciudadanía para ejercer un voto de castigo al PRI de Enrique Peña Nieto y al PAN que estuvieron alternándose en el poder desde el año 2000. Voto de castigo a tres gobiernos que no lograron que México saliera de su bajo crecimiento económico y que se vieron envueltos en numerosos escándalos de corrupción. La magnitud de la debacle priista y panista da una idea del fuerte desgaste de los partidos tradicionales: López Obrador aventajó en más de 30 puntos a los otros candidatos en las presidenciales de 2018: a Ricardo Anaya (PAN) y a José Antonio Meade (PRI).
En segundo lugar, lo que sucede en estos momentos en Brasil y México ya con López Obrador y con Bolsonaro como presidentes, pone en evidencia que la demagogia sirve para alcanzar el poder pero no para sostenerse en él ni para garantizar gobernabilidad política-institucional y económica.
1-. López Obrador, inseguridad e imprevisibilidad
La improvisación de la que hacen gala ambos gobiernos, la volatilidad y vaivenes que presiden la toma de decisiones; la tendencia innata de ambos a caer en la demagogia; el enfrentamiento, la demonización del adversario y la polarización han desembocado en que sean vistos, en tan sólo seis meses, con suma desconfianza por los mercados y por la ciudadanía, sobre todo en el caso brasileño.
Por ahora, López Obrador mantiene un elevado apoyo (su partido, Morena, ha ganado en los recientes comicios a gobernador en Puebla y Baja California) por más que haya experimentado una leve bajada en las encuestas.
Pese a que Andrés Manuel López Obrador ha tratado de mostrarse moderado, confiable y ortodoxo en el arranque de su gobierno apelando a la austeridad y el equilibrio fiscal, no ha logrado zafarse de la desconfianza que le rodea y le persigue. Una prueba es el Índice Global de Confianza de Inversión Extranjera Directa, de la consultoría AT Kearney, que coloca a México en el lugar 25, ocho por debajo del que ocupó en 2018 y 2017. La posición más baja de este país desde 2011.
Esta caída se ha producido durante el gobierno de López Obrador porque no genera confianza con decisiones como la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, que elevó la sensación de inseguridad jurídica y de incertidumbre. A ello le siguió, luego, la cancelación del proyecto de Zonas Económicas Especiales y el sector de las energías vio cómo el gobierno echó para atrás la cuarta subasta eléctrica.
En este sentido, una publicación como Proceso, cercana a López Obrador, ha señalado que el presidente “tiene todo para gobernar bien: apoyo popular, mandato para el cambio, mayorías legislativas, una oposición desacreditada, una población que lo sigue y lo admira. Y precisamente por ello preocupa tanto que cometa errores que reducirán su margen de maniobra; sorprende la improvisación en la que con frecuencia cae; asombra la cantidad creciente de heridas autoinfligidas”.
Y finalmente, el presidente López Obrador anunció que su gobierno construirá una refinería en el puerto de Dos Bocas, Tabasco. La decisión se tomó después de que se declaró desierta la licitación a consorcios internacionales para llevar a cabo el proyecto. En adelante la construcción queda a cargo de la empresa del estado Petróleos Mexicanos (Pemex) y la Secretaría de Energía.
Como subraya Proceso, “en el caso específico de Dos Bocas la obcecación presidencial podría acabar en un gran daño patrimonial… La percepción de que el presidente de México se regodea en su analfabetismo económico, en lugar de reconocerlo y dejarse asesorar. La percepción de que no existe un equipo gubernamental fuerte, bien informado, capaz de contener las peores pulsiones presidenciales y corregirlas. La percepción de que todas las decisiones las toma un solo hombre, y ese hombre antepone lo que quiere a lo que es posible. Terquedad traducida en política pública; ignorancia transmutada en inversión pública que no será detonante del desarrollo, sino detonante del despilfarro. Y un patrón que comienza a emerger en el nuevo gobierno: problemas heredados que son exacerbados”.
Las ideas desarrollistas, intervencionistas, industrialistas y nacionalistas de López Obrador ponen en duda el equilibrio fiscal de la administración en el medio plazo ya que los ingresos fiscales no alcanzan para mantener la ortodoxia financiera y a la vez promover programas sociales y fortalecer las empresas estatales de energía, en concreto a Pemex, la empresa petrolera más endeudada del mundo.
El gobierno de López Obrador apuesta a encontrar financiación en los excedentes petroleros, los cuales permitirían financiar el desarrollo del país, apoyar los proyectos productivos e impulsar los programas sociales en México. En palabras del presidente: “Ese excedente es el que nos va a permitir financiar el desarrollo, apoyar proyectos productivos, la creación de empleos, educación pública, salud y bienestar del pueblo. Ése es nuestro plan”.
Si bien es cierto que en los últimos meses Pemex logró contener la caída continua que se presentaba en la producción de crudo, esta deberá producir alrededor de 153.000 barriles diarios, un 9% más en lo que resta del año, para cumplir con las metas fijadas por el gobierno en 2019. Esto requiere cuantiosas inversiones: cerca de 11.000 millones de dólares sólo para el 2019 a fin de evitar que la producción continúe a la baja, los cuales representan cerca del 12% de sus ventas. A corto plazo los recursos con los que sueña López Obrador difícilmente van a llegar por esa vía.
Los crecientes compromisos, sociales y de inversión en infraestructuras, provocan que sea difícil imaginarse la continuidad de esas políticas sin un aumento sensible de los ingresos del sector público. Y sobre todo si la apuesta del gobierno es emprender esas obras de infraestructura por sus propios medios al margen del capital privado como ha ocurrido con la refinería de Dos Bocas.
No hay que olvidar, además, que la refinería se une a otra gran iniciativa, el Tren Maya, uno de los principales megaproyectos de López Obrador, que implica entre 6.000 y 8.000 millones de dólares de inversión sólo para el tramo mexicano.
Esa desconfianza que despierta el gobierno de López Obrador, alimentada por la ausencia e incluso rechazo a las reformas estructurales, no contribuye a acelerar la salida del país de la desaceleración y el bajo crecimiento. México desde 2010 presenta un crecimiento plano ligeramente superior al 1%.
Toda esta situación creada por el gobierno tiene consecuencias directas sobre la economía que el gobierno no parece tener en cuenta. López Obrador, tras reunirse con la directora del Fondo Monetario Nacional (FMI), Christine Lagarde, afirmó que las cifras económicas son muy buenas: “Consideramos que son muy buenos los datos (de la economía), tan es así que la plática ayer con la maestra (Christine) Lagarde del Fondo Monetario Internacional no trató sobre ese tema de reducción, de la disminución de crecimiento ni de crisis económica”.
Sin embargo, el Banco Central de México, Banxico, ha vuelto a recortar sus expectativas de crecimiento para la economía mexicana en 2019 en un rango que va de 0,8 a 1,8% en el Producto Interno Bruto, menos de lo que había estimado en febrero, entre 1,1 y 2,1%.
Moody’s Analytics incluso apunta a que la economía mexicana está en recesión técnica pues “tanto la actividad económica como la producción industrial, el empleo y las ventas al mayoreo ya señalan contracciones en al menos los dos últimos trimestres”.
De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), la economía registró un 0,0% de crecimiento en el cuarto trimestre del 2018, mientras que en el primer cuarto de 2019 se contrajo 0,2%. A tasa anualizada, tuvo un alza del 1,6% en el último trimestre del 2018 y 0,1% en el primer trimestre de este año.
Por lo tanto, la parálisis económica y la inseguridad no resultan gratis: Moody’s ha cambiado la perspectiva para México de estable a negativa. Y lo ha hecho porque la agencia cree que “las políticas impredecibles están socavando la confianza de los inversores y las perspectivas económicas a mediano plazo. El bajo crecimiento junto con los cambios en la política energética y el papel de Pemex suponen riesgos para la perspectiva fiscal de México a mediano plazo”.
2-. Brasil, otro ejemplo de inseguridad e imprevisibilidad
Jair Bolsonaro no parece haber encontrado aún el rumbo adecuado en Brasil para gobernar el gigante sudamericano, darle estabilidad y encarar las reformas estructurales.
Los serios problemas que está enfrentando Bolsonaro responden a múltiples variables. La más evidente es su inexperiencia.
Bolsonaro parece no controlar las claves políticas para gobernar un país como Brasil. Está tratando de mantener su discurso de campaña, centrado en mensajes contra los partidos, el Congreso y los políticos, como eje de su gestión. De hecho se mantiene muy activo en las redes sociales, donde sostiene una línea de tensión permanente, de polarización propia de la campaña electoral, lo cual le ha abierto demasiados frentes de conflicto, no le otorga votos y le resta apoyos. Enfrentado a un Congreso opositor ha entrado en conflicto con el presidente del Legislativo (Cesar Maia, clave para agilizar la aprobación de los proyectos del gobierno). En pocos días de este mes de junio ha estimulado, a la vez, la salida de sus partidarios a las calles para presionar al Legislativo mientras proponía un gran pacto nacional entre los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
Bolsonaro ha demostrado que no tiene experiencia para navegar en el complejo mundo de la política pese a sus tres décadas como diputado, provocando una pérdida de respaldo en las encuestas.
En seis meses ha visto cómo desaparecía gran parte del capital que poseía y que le llevó a ganar con un gran margen las elecciones presidenciales. La aprobación del presidente de Brasil cayó 16 puntos en los primeros tres meses de gobierno, pasando del 67% al 51%, en tanto que la desaprobación subió del 21% al 38%. El índice de confianza en el mandatario disminuyó igualmente del 62% en enero al 49% en marzo. Incluso un 44% declara no confiar en el presidente, porcentaje que en enero era del 30%, según el sondeo del Ibope.
Y la situación ha seguido empeorando: la más reciente encuesta de XP Investimentos/Ipespe muestra que un 36% piensa que el gobierno de Bolsonaro es malo o muy malo. Las personas que consideran que el gobierno es bueno o muy bueno bajaron al 34% desde el 35%.
Esas cifras a la baja se explican por la mala marcha de la economía y por sus dificultades para manejar la agenda. Sus primeros meses han sido un cúmulo de peleas estériles, declaraciones polémicas, cambios bruscos de opinión, marchas y contramarchas. Contradicciones en numerosos asuntos de calado que han provocado que exista la percepción de que en realidad no ha empezado aún a gobernar.
El gobierno de Jair Bolsonaro, como ya se vio en campaña, es una heterogénea coalición cohesionada solamente por el rechazo al PT. Unida para los comicios pero ahora en el gobierno enfrentada, como muestra el pulso que existe entre el sector militar –más pragmático- y el ala más ideologizada que se inspira en el gurú Olavo de Carvalho.
Toda esta incertidumbre, alimentada por los errores no forzados del propio gobierno, no ha hecho sino profundizar los problemas del país para salir del bajo crecimiento. Brasil aún no ha logrado superar el trauma de la recesión del bienio 2015-2016 y sus actuales tasas de crecimiento (en 2017-2018) son muy bajas (1,1%).
Y la dinámica no ha mejorado ni con el triunfo de Bolsonaro en octubre ni con el arranque de su gestión. La economía de Brasil, que se desaceleró drásticamente en el cuarto trimestre de 2018, ha visto entre enero y marzo su primer retroceso trimestral desde fines del 2016 pues se contrajo un 0,2%.
Un futuro de diálogo
El arranque de las gestiones de Bolsonaro y López Obrador ha provocado incertidumbre y esa incertidumbre ha ensombrecido el panorama económico de Brasil y México.
López Obrador parece haber entendido el mensaje y en estos últimos tiempos está tendiendo puentes con el empresariado nacional (con el Consejo Mexicano de Negocios y Carlos Slim, por ejemplo) y con el internacional (con el BBVA).
Se ha congratulado por la inversión del banco español. En sus cuentas de Facebook y Twitter, el presidente López Obrador comentó: “Conversé con Carlos Torres Vila, presidente mundial del Grupo BBVA. Me informó que invertirán en México 3.000 millones de dólares durante este sexenio”.
El presidente se comprometió a invertir 32.000 millones de dólares este año. Gracias al apoyo obtenido del “Consejo Mexicano de Negocios, que representan 60 importantes empresas en el país, se hizo el compromiso de invertir este año alrededor de 32 mil mdd, una cantidad importante”. López Obrador agradeció la confianza de los empresarios y expuso que este compromiso de invertir en México significa que se podrá garantizar no sólo el bienestar sino la paz y tranquilidad del país.
“Esta inversión va a generar empleos e impulsará el crecimiento económico; con este convenio otros sectores de la iniciativa privada del país van a aportar inversiones en cada una de las ramas de la economía, en el sector agropecuario, industria y servicios”, señaló.
Y ha pedido al empresario Carlos Slim no cerrar la mina San Francisco del Oro, en Chihuahua, al argumentar que la medida terminaría con fuentes de empleo. “Le hago un llamado respetuoso, afectuoso -porque sé que es un empresario con dimensión social-, le hago un llamado a Carlos Slim, que tiene esa mina, para que no la cierren y no dejen sin trabajo a la gente, para que siga habiendo empleo en toda esa región”, expuso el mandatario.
La supervivencia de Bolsonaro (sobre cuya continuidad corren rumores inquietantes) pasa por intensificar un diálogo que ya ha comenzado: con los gobernadores y con los diputados. Ellos finalmente tienen la llave para la aprobación no sólo de la reforma previsional sino sobre todo del resto de medidas que están a la espera. La reforma de las pensiones no es el punto de llegada sino tan sólo el primer paso de un amplio paquete de transformaciones para sacar a Brasil de su actual endeble expansión.