Caleb Zuleta ALN).- El divorcio de los partidos de la gente. Porque en Chile ya no hay izquierda. Porque las ideologías revolucionarias fracasaron. Porque las activas ONG de años anteriores ya no están. Porque las universidades son pragmáticas y no piensan en los problemas del país. Por eso y mucho más, Chile ha explotado.
Los expertos insisten que en Chile hay una crisis de legitimidad. El expresidente Ricardo Lagos apunta que es una crisis de Estado. De las instituciones en su conjunto. El catedrático Fernando Mires fue de los primeros en advertir la falta de liderazgos y de organizaciones que encaucen la protesta. La sociedad se mira sin representación legítima. Mires señala que lo anterior hace que la situación en Chile sea “más catastrófica” que en Venezuela, por ejemplo, donde “la representación política es más o menos la adecuada”.
Mires, profesor emérito de Política Internacional de la Universidad de Odemburg, Alemania, explicó el problema de esta forma al diario ALnavío:
Que los partidos “tienen un relato ideológico que responde al pasado. No a la era actual. A la era de la sociedad digital. Mantienen un discurso equivalente a la sociedad industrial. Sin conexión ninguna con lo que pide la gente. Por otra parte, los partidos están profundamente divididos. No hay un vínculo que diga: esta es la izquierda chilena. En la izquierda chilena ni siquiera hay un líder. El antiguo candidato presidencial, Alejandro Guillier, fue cualquier cosa menos líder”.
Los expertos en Chile siguen analizando la situación. Y al margen de la ideología, el diagnóstico siempre es parecido. Y así también coinciden banqueros, empresarios y analistas de organismos internacionales.
Gabriel Salazar Vergara, historiador, profesor de las facultades de Filosofía y Humanidades, Ciencias Sociales, de Economía y Negocios y de Derecho de la Universidad de Chile, analiza en la revista Nueva Sociedad el fenómeno.
¿Quién puede explicar por qué en Chile los políticos y los partidos no conectan con la gente?
Señala que esta protesta, que comenzó el 18 de octubre, “se trata del «reventón social» más extendido, violento y significativo que ha vivido el país en toda su historia. Y el único, además, que hasta ahora no ha dado lugar a una sangrienta masacre como respuesta por parte de los aparatos policiales y militares del Estado central”.
Salazar Vergara coincide con los otros expertos en el problema de la falta de legitimidad. Y en ese sentido entra en detalles en el artículo que acaba de publicar en Nueva Sociedad. Escribe que “debe tenerse en cuenta que en Chile, desde 1973, se impuso por la violencia extrema un modelo neoliberal «de laboratorio», por la necesidad estratégica de demostrar, en el marco de la Guerra Fría, que la economía de mercado podía generar «desarrollo económico social» y no sólo «subdesarrollo», como se planteó en el Tercer Mundo en las décadas de 1960 y 1970”.
Hace historia y precisa que “los gobiernos neoliberales de fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI (de Patricio Aylwin, Eduardo Frei Ruiz Tagle, Ricardo Lagos, Michelle Bachelet y Sebastián Piñera), sin atender a la dirección a la que apuntaba el movimiento ciudadano (se refiere a protestas registradas en esos y años anteriores), no hicieron más que completar y perfeccionar el modelo neoliberal original dándole una apariencia modernista, democrática y futurista. Todo ello bajo el apotegma de que Chile era el «jaguar» de América Latina, una analogía con los «tigres» del Sudeste asiático… De este modo, privatizaron la educación, la salud, el agua natural y potable, la previsión, el transporte, las comunicaciones, las carreteras, la pesca, los bosques y las salmoneras y permitieron gigantescos entendimientos ilegales entre las grandes empresas y multimillonarios desfalcos y evasiones tributarias”.
Agrega que al mismo tiempo “la clase política civil se consolidaba como «carrera profesional» altamente remunerada, mientras persuadía a la clase política militar a compartir responsabilidades y la defensa de una fluida inserción de Chile en la economía globalizada, para permitir que las grandes inversiones extranjeras continuaran dentro del país impulsando su «desarrollo». Esta política descargó un enorme peso sobre los ingresos de la clase popular y en los grupos medios”.
Dice que a la falta de legitimidad, que no es poco, se suma que “esta olla de presión carece de válvulas de escape o de compensación”. Entonces enumera:
Primero, porque en Chile ya no hay izquierda, ni dentro ni fuera del Parlamento: todos los partidos respetan la Constitución de 1980 y/o promueven reformas promodelo;
segundo, porque las ideologías revolucionarias (todas ellas eran importadas) fracasaron con Salvador Allende y Miguel Enríquez después de 1973 –aunque hay una nueva izquierda, los nuevos partidos son percibidos como el sector juvenil de la vieja clase política–;
tercero, porque las ONG de los años 1980 y 1990, que trabajaron inmersas en la sociedad civil y para la sociedad civil, ya no existen;
cuarto, porque todas las universidades actuales están impregnadas por la praxis neoliberal (individualismo, obsesión por el currículum personal, competencia entre intelectuales y entre universidades, internacionalización de sus académicos y sus papers, masas estudiantiles desconcertadas, etc.), razón por lo que ya no piensan los problemas del país y de la ciudadanía, sino sus carreras académicas individuales,
y quinto, porque los políticos y los partidos, aparte de su campaña electoral (exacerbada porque se les paga una cantidad de dinero por cada voto que obtienen), no tienen contacto real ni permanente con sus bases electorales, etc.
Escribe que “En resumen: el importante proceso de ciudadanización de la política que detectó el PNUD hace ya casi 20 años carece de apoyo teórico, de definiciones políticas y de acompañamiento orgánico, pues se trata de un proceso nuevo y de un tipo de política que, si bien se ha practicado en el pasado, está aplastada por un enorme bloque de conveniente amnesia teórica”.