Pedro Benítez (ALN).- En un cuarto del siglo el chavismo ha pasado, probablemente sin darse cuenta, de un movimiento popular en defensa de los desposeídos, con los pobres en el centro de su discurso, comprometido con la justicia social, crítico del neoliberalismo (primero, luego del capitalismo), siempre indignado con los ricos, a una élite política y económica que ha hecho de la exhibición del estilo de vida propio del “nuevo riquismo rastacuero” una política de Estado. Es lo que algunos han denominado como madurismo.
No es el único grupo en la historia de la humanidad que una vez en el poder ha dado ese giro de 180 grados en sus gustos y preferencias personales. Primero criticó los vicios y fracasos, reales e imaginarios, de la anterior élite política puntofijista, pero una vez en su lugar repitió, a una escala mucho mayor, lo mismo que censuró. Arriba en las alturas, bien alejado de los sufrimientos del pueblo al que se prometió redimir; al parecer es una constante en este tipo de procesos. En el caso de Venezuela se puede parafrasear a Cipriano Castro: nuevos hombres (y mujeres) pero peores procedimientos.
La autojustificación moral
En el campo de los llamados países del socialismo real el primer jefe de Estado que se permitió exhibir abiertamente los privilegios del poder fue el mariscal yugoslavo Josip Broz Tito, en abierta diferencia con el dictador soviético Iósif Stalin quien siempre se cuidó de mostrar una imagen pública de austeridad personal. Cuando lo visitaron en Belgrado 1955 a Nikita Khrushchev y a sus colegas del Politburó les sorprendió la vida llena de lujos que se daba el antiguo líder de los partisanos antifascistas; Tito se justificó argumentando que vivir en los palacios de la antigua monarquía como si él mismo fuera un rey sin corona era, después de todo, lo que se merecía por los sacrificios que había hecho por su nación. En esto último está la clave de la autojustificación moral; es lo menos que nos merecemos por haber salvado al pueblo.
De allá para acá esa es una conducta muy común en regímenes autoritarios no sometidos a controles democráticos, como en esa monarquía que en nombre del marxismo sobrevive en Corea del Norte o, como pasa en América Latina, en ambientes donde reina la impunidad. Así pues, los herederos de la revolución bolivariana no han seguido el ejemplo de modestia personal del ex presidente uruguayo José “Pepe” Mujica o del ex ministro venezolano Teodoro Petkoff, dos ex guerrilleros, históricos de la izquierda latinoamericana, sino de los sucesores de Kim Il-sun.
El Estadio Monumental, una obra que siempre será asociada a Maduro
Eso sí, no en el ambiente de euforia nacional de la Venezuela saudita de los años setenta del siglo pasado, sino en la Venezuela postrada y arruinada de nuestros días. Sin embargo, ese grosero contrataste entre una elite dirigente que disfruta de un acomodado estilo de vida burgués, rodeada de un pueblo miserable, tampoco es una excepción, era propio del extinto campo socialista y así es hoy en día en Cuba.
No negaremos que este caso que nos ocupa tenga características “venezolanas”, por aquello de que este es “el país de las misses” y de Sábado Sensacional. Tal vez haya algo de esto en el inconsciente colectivo. Pero resulta que los paralelismos no terminan allí; los regímenes autoritarios también necesitan exhibir monumentos faraónicos que pervivan en el tiempo y en el recuerdo de las generaciones, sobre todo cuando no hay otros logros que mostrar.
Ese tipo de edificaciones tan enormes que no se puedan demoler, tan bien ubicadas que todos las puedan apreciar e identificar con un gobernante en particular. Así, por ejemplo, el general Francisco Franco les dejó a los españoles el Valle de los Caídos como monumento a su memoria, Marcos Pérez Jiménez el Hotel Humboldt como parte del paisaje caraqueño y Nicolás Maduro ahora nos lega el Estadio Monumental de Caracas “Simón Bolívar” que siempre será asociado a su recuerdo.
El «bloqueo imperial»
Este último caso tiene una característica adicional, siguiendo el ejemplo de los políticos de la antigua república romana es una edificación que hace al “pueblo” copartícipe de la exhibición circense. Tratándose de un edificio público concebido para la sana práctica del deporte más popular en Venezuela, que cuenta, según indican los conocedores de la materia, de las comodidades propias de los mejores estadios de Norteamérica y con capacidad para 40 mil personas, es razonable que muchos venezolanos no vean problema alguno en que el Estado se haya gastado 70 millones de dólares en su construcción.
El mismo Estado que, por ejemplo, dice no tener recursos para incrementar los sueldos a los maestros peor pagados del hemisferio; o en la misma ciudad donde el Hospital de Niños J. M. de los Ríos la Navidad pasada quedó a oscuras por una caída del suministro eléctrico y su servicio de Nefrología está amparado por medidas cautelares emitidas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (Cidh) desde 2018 (entre 2017 y 2022 fallecieron 72 niños y adolescentes muchos de ellos en espera de un trasplante de riñón por la suspensión de ese servicio); y que responsabiliza de las precarias condiciones socioeconómicas del país a las “criminales sanciones económicas internacionales” y al “bloqueo imperial”.
La disociación psicótica que es parte de la retórica cubana tipo periodo especial de resistencia numantina a las agresiones económicas del imperialismo yanqui.
¿Crisis en Venezuela?
Como los bien informados recordarán, tampoco este es un hecho aislado. El año pasado, cuando la raquítica economía venezolana daba signos de recuperación, el Gobierno nacional organizó “El Festival Mundial de la Salsa”, actividad musical que fue promovida con entusiasmo desde el Palacio de Miraflores. Podríamos citar otros ejemplos de este tipo de conducta oficial que a estas alturas no podemos atribuir a torpezas o cegueras. Por consiguiente, como al Gobierno venezolano no se le puede subestimar hay que concluir que esto es parte de una “política pública”.
La capital del país de la “crisis humanitaria compleja” y de seis millones y pico de emigrados necesitaba un nuevo estadio de béisbol (La Guaira también) con comodidades razonables para el mejor entretenimiento. Muchos venezolanos, incluso los que no son votantes del PSUV lo aplauden, justifican y de tener oportunidad, por supuesto, disfrutaran de la actual Serie del Caribe que se desarrolla en sus instalaciones.
Para una parte de la sociedad venezolana los hospitales públicos, las escuelas, los sueldos de los maestros, el suministro de agua potable y electricidad, no se diga de la seguridad social y las pensiones, son temas secundarios. Ese es el país que durante décadas asumió el subsidio a la gasolina, una absurda transferencia masiva de recursos públicos a las rentas más altas, como un derecho básico e inalienable.
Algunos detalles del Estadio Monumental
En su evolución como movimiento político el chavismo (o madurismo) ha apuntado a ese nicho de mercado sociológico y es parte del mismo. Es antipático, políticamente incorrecto y sonará clasista advertir que esa es la cultura del televisor de pantalla plana en el rancho con techo de zinc y paredes de cartón.
El Estadio Monumental de La Rinconada es “una obra del más alto nivel, con tecnología vanguardista” pero que no cuenta con estacionamiento propio, el cableado eléctrico está en el aire, muchos de sus detalles quedaron sin terminar por el apremio de inaugurarlo y, según algún cronista atento a los detalles, dispone de su propia planta de generación eléctrica pues de servirse del sistema dejaría sin luz a las parroquias de Coche y El Valle. En resumen, cada quién tiene sus prioridades, Venezuela tiene las suyas.
No obstante, vale la pena acotar que Sila, Julio Cesar, Octavio Augusto, Claudio o Nerón se preocuparon de acompañar el circo con el pan. Mientras tanto, en la República Bolivariana el espectáculo debe continuar.