Pedro Benítez (ALN).- ¿Un embargo de petróleo podrá servir para presionar por un cambio del régimen chavista? En la práctica en Venezuela está ocurriendo un embargo petrolero pero al revés. La producción y la exportación de petróleo del país caen mes tras mes de manera imparable. Sólo en el último año esa caída fue de 216.000 barriles diarios.
Al ritmo que va el deterioro de la industria petrolera venezolana es posible que cuando la Administración del presidente Donald Trump se decida finalmente por un embargo o algún tipo de sanción contra las exportaciones de petróleo ya no habrá nada (o muy poco) que embargar.
La producción de crudo venezolano es la mitad de hace 20 años, pese al Plan Siembra Petrolera anunciado a inicios de esta década por el expresidente de Petróleos de Venezuela S.A. (PDVSA), Rafael Ramírez, según el cual la producción del país se elevaría por encima de los cinco millones de barriles al día.
Hoy, según los cálculos más prudentes, la producción se encuentra en 1,6 millones de barriles diarios, el punto más bajo en casi tres décadas, con lo cual Venezuela produce y exporta menos petróleo per cápita que en 1954. El proceso de deterioro se ha acentuado en el último año con una caída registrada en los informes de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) de 216.000 barriles.
Aparentemente consciente de esta situación el presidente Nicolás Maduro ordenó una razzia del personal gerencial de PDVSA y del Ministerio de Petróleo, responsabilizándolos de gigantescos casos de corrupción y desfalcos masivos en la industria.
La historia tampoco nos da muchos ejemplos exitosos de cambios de régimen gracias a las presiones económicas
Maduro sustituyó a Nelson Martínez y a Eulogio Del Pino como presidente de PDVSA y ministro de Petróleo, respectivamente, por el general Manuel Quevedo en noviembre pasado.
El objetivo expresado por el general Quevedo ha sido limpiar la compañía de la corrupción y recuperar la decaída producción petrolera. Pero por lo visto este cambio sólo ha contribuido a acelerar el colapso de la empresa, al reemplazar a una gerencia hasta ahora leal y con cierto conocimiento técnico por jefes militares leales pero que no saben nada de la industria.
Ni los destituidos ni los reemplazantes han atacado el centro del problema: la falta de inversión. Al contrario de lo que parecen haber creído Maduro y Hugo Chávez el petróleo no fluye solo. Hay que invertir continuamente para mantener los pozos y el resto de la infraestructura industrial en pleno rendimiento. Justamente lo que no se ha hecho en los últimos tres lustros.
Expertos venezolanos y analistas externos indican que la extracción de hidrocarburos seguirá cayendo hasta en 300.000 barriles este mismo año. Venezuela va dejando de ser un país petrolero.
De hecho la economía no se está beneficiando en lo absoluto del aumento del precio mundial de petróleo de los últimos meses, la gran apuesta del gobierno de Maduro.
Así, la pregunta que cabe hacerse es: ¿Un embargo petróleo servirá para presionar por un cambio del régimen chavista?
A primera vista pareciera que no, en particular si tomamos en cuenta que este régimen ha demostrado que no le importa en lo absoluto que los venezolanos se mueran de hambre o por falta de medicinas, ni el lamentable espectáculo de la migración masiva hacia los países vecinos (Leer más: Sangre, sudor y lágrimas para cruzar la frontera de Venezuela a Colombia)
Por otra parte, la historia tampoco nos da muchos ejemplos exitosos de cambios de regímenes gracias a las presiones económicas. Por el contrario, a excepción del embargo de armas, acompañado de sanciones económicas, al régimen de Apartheid en Suráfrica, en todos los demás casos conocidos estas medidas sólo contribuyeron a cohesionar al grupo que tiranizaba a sus respectivos países: la España de Francisco Franco entre 1945 y 1950, el Irak de Saddam Hussein y el más conocido de todos, la Cuba de Fidel Castro.
En ninguno de estos casos se consiguió el propósito de derrocar al dictador, sólo se agravó el sufrimiento de la población y se generó un cierre de filas por parte de los sectores que internamente lo sostenían.
La estrategia de Donald Trump
Las recientes declaraciones del secretario de Estado de Estados Unidos Rex Tillerson indican que si bien el gobierno de ese país está decidido a incrementar las presiones sobre Maduro para obligarlo a abandonar el poder, al mismo tiempo no parece tener un plan claro al respecto.
Sin duda el presidente Donald Trump, desde que era candidato, ha demostrado determinación por ser el factor decisivo para un cambio en Venezuela. Pero pareciera que no sabe cómo. Por el contrario, su antecesor Barack Obama sí tenía un plan, bueno o malo, pero lo tenía.
Este régimen ha demostrado que no le importa en lo absoluto que los venezolanos se mueran de hambre o por falta de medicinas
La tardía estrategia de Obama para esta parte del mundo partió de considerar a Cuba, Colombia y Venezuela como parte del mismo problema. Así, apoyó el proceso de paz con las FARC en Colombia y se acercaba a la dictadura cubana, mientras le daba un trato muy distinto a Nicolás Maduro y su gobierno. Recordemos que fue Obama quien dictó las primeras sanciones contra los funcionarios del Gobierno venezolano.
¿Qué buscaba? Aislar al régimen chavista privándolo del apoyo armado de las FARC en Colombia y de su principal aliado en el Caribe. No podremos saber nunca si esa estrategia daría resultados, pues no fue su exsecretaria de Estado la que lo reemplazó en la Casa Blanca, sino Donald Trump.
Lo único que Tillerson dejó claro sobre Venezuela en su reciente discurso en la Universidad de Texas fue la apuesta por que el cambio sea provocado por fuerzas internas. Dada la experiencia que hemos mencionado sobre los embargos económicos ese cálculo es el más correcto.
Hasta ahora la política de Trump hacia la crisis venezolana ha tenido una sorprendente virtud: no ha sido unilateral, lo ha hecho en conjunto, e incluso por detrás, de las grandes democracias latinoamericanas. Falta por saber si esa estrategia contribuirá a provocar un quiebre dentro del régimen chavista que facilite la transición hacia la democracia o, por el contrario, a su cohesión interna, lo que hará más difícil el proceso de cambio.