Pedro Benítez (ALN).- La nueva amenaza a la democracia latinoamericana no se está viniendo por estos días de Cuba, el Foro de Sao Paulo, China o Rusia, sino de El Salvador. Su presidente, el más “cool” de la región, está instaurando su régimen personalista y autoritario en la cara de medio mundo y haciendo uso de una bandera política muy potente y difícil de rebatir en una de las áreas con mayor índice de homicidios del planeta.
El video que ha puesto a circular en las redes sociales donde se escenifica el espectacular traslado de dos mil presuntos miembros de pandillas criminales a una mega cárcel en ese país ha tenido un impacto social que se pierde de vista en Latinoamérica. Es lo que Nayib Bukele estaba buscando. Ese golpe de efecto comunicacional ha sido algo largamente pensado y muy bien elaborado por él y su equipo. Nada en el joven y controversial mandatario centroamericano es improvisado.
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Con la tradicional clase política salvadoreña demolida, él es consciente que el único límite a su intento por consolidar su autoritarismo 2.0 en su país proviene del exterior, además necesita un enemigo externo con el que pelearse. Es el típico manual populista.
DD.HH.
Le tiene sin cuidado las críticas de las organizaciones defensoras de los Derechos Humanos y de la gran prensa internacional. Eso ya se lo esperaba. A dónde apunta ahora, con enorme audacia, es al ciudadano promedio latinoamericano que ve en él a un presidente justiciero que castiga sin contemplaciones a los criminales y que quisiera lo mismo para su país. Su bandera es muy popular y difícil de rebatir. A diferencia del universalmente despreciado Daniel Ortega, Bukele cuenta con el respaldo de entre el 75 y 90% de sus conciudadanos y podemos apostar que, en este mundo de redes sociales, también su personalidad es cada vez más conocida y recoge simpatías en muchos países de la región. A alguien en el vecindario se le ocurrirá seguir su ejemplo, es eso lo peligroso.
Desprecio por las formas institucionales
La rapidez con que ha concentrado todo el poder de las instituciones públicas de su país en su persona es sorprendente.
En las elecciones presidenciales de 2019 arrasó con el bipartidismo de la Alianza Republicana Nacionalista (Arena, de derecha) y del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (Fmln, de izquierda) que se alternaron en el gobierno de ese país desde el fin de la sangrienta guerra civil en 1992. Dos años después sus partidarios ganaron una amplia mayoría en la Asamblea Legislativa, y desde ahí han removido a jueces y fiscales violando todos los plazos establecidos por la Constitución salvadoreña.
Obsesionado con su publicidad personal no oculta el desprecio por las formas institucionales. Se ha negado a comparecer, como le exige la ley, ante la Corte de Cuentas por lo que su gestión se caracteriza por la opacidad. En los días previos a la elección parlamentaria de 2021 no se ahorró críticas contra el Tribunal Electoral y acusó, sin pruebas, a algunos de sus miembros de corrupción.
Bukele, un instrumento para la venganza
Las alarmas dentro y fuera de El Salvador se encendieron cuando en febrero de 2020 hizo ingresar al recinto de la Asamblea Legislativa a militares y policías fuertemente armados a fin de presionar a los parlamentarios para que le aprobaran un préstamo para su plan de seguridad. Esa acción desconcertó a la comunidad democrática del continente, desató las lógicas acusaciones de autoritarismo por parte de la oposición salvadoreña, pero entusiasmó a buena parte de la población.
Hace dos años, en las elecciones legislativas y municipales, su alianza consiguió la mayoría calificada de 56 de los 84 escaños de la Asamblea Legislativa. Nunca, desde el fin de la sangrienta guerra civil en 1992, un partido en el gobierno había obtenido mayoría parlamentaria de ese calibre. Además, sus aliados vencieron en más de la mitad de los 262 municipios en disputa, incluyendo la capital, San Salvador.
Dos meses después, esa mayoría en el legislativo destituyó en menos de una hora, y sin respetar los lapsos constitucionales establecidos, tanto al Fiscal General, Raúl Melara (al que le quedaba un año en sus funciones), como a todos los miembros de la Sala Constitucional. La primera decisión de los nuevos miembros de éste organismo consistió en fallar en favor de la reelección presidencial inmediata.
Ante esto sus adversarios dentro de El Salvador se han visto impotentes. Bukele ha sido el instrumento de venganza de la mayoría de los salvadoreños contra Arena y el Fmln. Al primero le ha quitado dirigentes y programas. Al segundo los votantes. Es una historia bastante conocida en América Latina y algunos países de Europa: el desgaste del bipartidismo.
Un fenómeno político
El fenómeno Bukele empezó dentro de las filas del Fmln. Su padre, un empresario, fue amigo personal de Schafik Handal, uno de los cinco comandantes de la guerrilla durante la guerra civil (1980-1992). En 2015 fue elegido alcalde de San Salvador como candidato del Frente con su estilo de renovación, pero rápidamente se peleó con el partido y pasó a aliarse con un grupo disidente de Arena con el que ganó las elecciones presidenciales de 2019. En su condición de candidato agitó el tema Venezuela contra su predecesor, el ex presidente Salvador Sánchez Cerén y sus antiguos compañeros.
Pero desde que asumió el gobierno un destinatario favorito de sus ataques ha sido El Faro, el medio de prensa digital más prestigioso de Centroamérica, entre otras cosas, porque éste se ha dedicado desmontar la imagen que Bukele está vendiendo de supuesta mano dura contra las pandillas criminales.
Desde 2020 El Faro viene denunciando un supuesto acuerdo secreto entre el gobierno de Bukele y los principales líderes de la pandilla Mara Salvatrucha-13 a quienes habría ofrecido beneficios financieros, facilidades de comunicación para que mantuvieran control territorial, mejores condiciones carcelarias y reducciones de pena a cambio de mantener bajos los niveles de homicidios en su país. Todo lo contrario de lo que dice que hace.
Esta es una estrategia que otros gobiernos salvadoreños han intentado. La diferencia crucial es el empaquetado publicitario con que Bukele vende sus éxitos, supuestos o reales.
Bukele, un líder arbitrario
Pues hace pocas horas el Departamento de Justicia de Estados Unidos reveló que la denuncia de El Faro es cierta, según consta en un acta que durante cinco tuvo en reserva la Fiscalía del Distrito Este de Nueva York, donde se presentan cargos contra trece cabecillas salvadoreños de la Mara Salvatrucha-13 por crimen organizado y conspiración para cometer actos de terrorismo en ese país.
Según esa información, el gobierno de Bukele ha estado protegiendo a pandilleros buscados por crímenes cometidos en Estados Unidos, evitando extraditarlos o incluso otorgándoles la libertad.
Detrás de la moda 2.0, el discurso y los videos impactantes se encuentra la realidad: Bukele está a sólo un paso más de consolidar un régimen arbitrario y corrupto, donde los negocios más lucrativos estarán reservados a los amigos del poder político. Por este camino la suya será la reedición de la conocida historia de otro líder esperanzador corrompido por el poder. Una versión siglo XXI del joven y prometedor emperador Nerón que los historiadores romanos Séneca y Tácito describieron.