Sergio Dahbar (ALN).- En un mundo en el que vemos caer grandes medios impresos que hicieron historia, la figura del editor Natalio Félix Botana, el legendario fundador del diario ‘Crítica’, brilla como una nostalgia irrecuperable. Botana apoyaba causas de izquierda y golpes de derecha, combatió el nazismo y protegió a exiliados. Aseguraban que siempre cargaba un revólver en la cintura.
Todo cambia demasiado rápido y los lectores de contenidos en papel pareciera que por momentos perdemos el tren. Pudiera ser. Quién sabe. Los medios impresos cierran, por falta de publicidad, por ser negocios inmanejables, por crisis de credibilidad y escasez de independencia. Las modas alteran el paisaje de nuestras vidas y las pantallas (relojes, teléfonos, tabletas) aparentan mayor relevancia que cualquier conversación.
Quizás como nostalgia de una época que no volverá, brilla la figura de un personaje que nació para convertirse en leyenda del periodismo. Me refiero al uruguayo Natalio Félix Botana. Fundó un periódico en Buenos Aires, al que llamó Crítica. Corría 1913, había cumplido 25 años y cruzó el Río de la Plata sin un centavo.
Era otro emprendedor osado, que transformó el paisaje de los medios latinoamericanos antes de la Segunda Guerra Mundial. Como lo fueron Assis Chateaubriand (en Brasil), Lord Beaverbrock (en Inglaterra), Rupert Murdock (en Australia) y Silvio Berlusconi (en Italia). Botana quería modernizar un periodismo que en el mejor de los casos lucía formal y aburrido. Deseaba que la gente leyera Crítica.
Este medio de comunicación llegó a vender un millón de ejemplares diarios en un país que en ese momento tenía 10 millones de habitantes
¿Cómo? Publicó textos exclusivos del boxeador estadounidense Jack Dempsey, del escritor inglés George Bernard Shaw (que recibió el Nobel en esos años) y del físico alemán Albert Einstein. En su mejor jornada, este medio de comunicación llegó a vender un millón de ejemplares diarios en un país que en ese momento tenía 10 millones de habitantes.
No era un erudito en literatura, pero publicó materiales aislados de un escritor argentino que aún no era famoso: pertenecían a un proyecto que terminaría por llamarse Historia universal de la infamia. El muchacho se llamaba Jorge Luis Borges y era un desconocido. El mito de Botana era desproporcionado: aseguraban que repartía cocaína entre los periodistas para que soportaran la tensión de la redacción. Y que siempre cargaba un revólver en la cintura.
Poseía un estudio de cine, Baires, la cuna del mejor séptimo arte argentino cuando no existían los subtítulos. Producía las películas en una villa de 18 hectáreas, en la periferia de Buenos Aires. Para estar cerca de sus negocios, construyó una casona de 1.300 metros cuadrados, con reminiscencias coloniales, cerámicas sevillanas y motivos árabes.
No tuvo reparos en colgar arañas con 70 velas; micrófonos y parlantes que comunicaban las pajareras del jardín con la cama matrimonial, imitando los sonidos de un despertador; chimeneas, patios y puentes con ríos.
La más completa y notable investigación sobre la vida de Natalio Félix Botana fue escrita por Álbaro Abós (El tábano, Sudamericana 1999).
Con dinero, poder y juventud, las fiestas en Los Granados (así se llamó la villa) eran pantagruélicas. Allí coincidió el hijo de Benito Mussolini con el fundador del partido comunista argentino, Victorio Codovilla. Botana apoyaba causas de izquierda y golpes de derecha, combatió el nazismo y protegió a exiliados. Lo visitaban Pablo Neruda y Federico García Lorca, o amigos como el hijo del matrimonio Guevara Lynch, conocido como Ernesto, que más tarde sería médico y moriría en Bolivia.
Una vida sin freno
La mala suerte lo persiguió con saña. Se casó con Salvadora Medina Onrubia, que era vidente, parasicóloga, escritora, pintora, lectora de novelas policiales y manuales espiritistas, además de anarquista y feminista. Tuvieron cuatro hijos. El mayor, conocido como Pitón, porque era fuerte, se enteró de que era hijo de un primer matrimonio de su madre y se suicidó.
Salvadora Medina Onrubia jamás se recuperó. Se volvió primero morfinómana y luego adicta al éter. Perdió la razón.
Botana se enteró de que el muralista mexicano David Alfaro Siqueiros había sido invitado por la escritora argentina Victoria Ocampo, para dictar tres conferencias en la Sociedad de Amigos del Arte de Buenos Aires.
Publicó materiales aislados de un escritor argentino que aún no era famoso: pertenecían a un proyecto que terminaría por llamarse ‘Historia universal de la infamia’
Botana le ofreció un salvavidas: pintar el primer mural en un espacio interior de una casa (un bar en el sótano) a cambio de alojamiento y alimentación. Sin opciones, Siqueiros aceptó a regañadientes: “Ese mural es el fruto forzoso de nuestra condición de asalariados”, escribió. Parecían dos personas predestinadas para encontrarse.
Creó “una visión algo etílica, como la de estar parado en el centro de una burbuja transparente en el fondo del mar”. Se tradujo en una serie de cuerpos femeninos desnudos que se deforman y fusionan en paredes, techos y pisos.
La musa era la uruguaya Blanca Luz Brum, esposa de Siqueiros, quien posó desnuda dentro de un cubo transparente mientras la fotografiaban. Después proyectaban sus imágenes en las paredes como bocetos. Siqueiros y la troupe que lo acompañaba experimentaron por primera vez con pinturas sintéticas (piroxilina y silicato) y pistolas de aire: crearon un mural imborrable.
Al terminar “Ejercicio plástico” (así se llamó la obra que derivó en un conflicto legal irresoluble), Siqueiros fue expulsado de Argentina. Participó en un mitin del sindicato de la industria del mueble y sus arengas comunistas alertaron a la policía. Pero se fue solo, porque en el trance de pintar el mural su esposa Blanca Luz Brum se había enamorado de Botana.
Hay leyendas que merecen apagarse con gloria. La trayectoria desesperada de Natalio Félix Botana tuvo un fin pálido. Murió en 1941, cuando su Rolls Royce se desbarrancó en el norte argentino. En una vida sin freno, su cadáver llegó a Buenos Aires para ser velado el mismo día que estrenaban El ciudadano Kane, de Orson Welles, en el cine Ideal. Como diría Borges, “el destino puede ser despiadado con las mínimas distracciones”. Botana lo sabía pero ya no podía hacer nada.