Pedro Benítez (ALN).- En noviembre de 1998, de cara a las cruciales elecciones presidenciales de ese año, cuyo resultado lucía cantado, el poeta y profesor de la Universidad de Los Andes (ULA), Alberto Arvelo Ramos, publicó un ensayo que tituló “El dilema del chavismo, una incógnita en el poder”.
Dadas las circunstancias del momento más de uno se confundió con las intenciones de aquel texto, pero en realidad es el primer y más serio de los trabajos de análisis sobre la identidad política que estaba por emerger en Venezuela. En sus páginas, Arvelo Ramos no hace pronósticos y, pese a que en el mismo reedita “En defensa de los insurrectos” de 1992, también de su autoría, hay un dejo de escepticismo en torno al proyecto de poder del ex comandante golpista, por entonces a punto de ser bautizado con el agua bendita de la soberanía popular.
Muy en el tono de la época es crítico con el régimen de la democracia representativa, aunque su auténtico interés consiste en desentrañar los orígenes del chavismo para cual recapitula en las historias de las izquierdas venezolanas desde octubre de 1945. No se deja arrastrar por las tesis conspiranoicas (sic) que se pondrían de moda años después; sin embargo, no las evade.
El universo del chavismo
Arvelo Ramos identificaba dentro del aluvional grupo de personalidades y organizaciones que apoyaban el ascenso electoral del candidato presidencial Hugo Chávez, tres sectores más o menos bien definidos:
1) Un gran frente popular y democrático, proveniente de desprendimiento del Partido Comunista venezolano (PCV) o de grupos de la extrema izquierda que participaron en la lucha armada de los años sesenta del siglo pasado contra el naciente proyecto democrático venezolano, pero que habían experimentado una evolución ideológica que los acercaba hacia concepciones más abiertas; el MAS, el PPT, etc. Muy críticos del régimen anterior y comprometidos con impulsar reformas que ampliaran y limpiaran de sus lastres más negativos a la democracia venezolana, fue el sector clave en el triunfo electoral de Chávez en 1998, en la redacción de la actual Constitución en 1999. Dados los acontecimientos desarrollados durante la denominada Lucha Armada de los años sesenta y la represión durante el Caracazo de 1989, ese grupo hizo de la Defensa de los Derechos Humanos un compromiso muy sentido.
2) Los partidarios de un autoritarismo militar duro, compuesto por los camaradas de armas de Chávez, reducido en número, pero significativo por ser los que lo acompañaron en la primera hora, desde los años de la conspiración pasado por el alzamiento militar del 4 de febrero de 1992, hasta su etapa de presidio y por sus vinculaciones personales dentro del Ejército. Este era un grupo nacionalista, anticomunista, muy crítico de la corrupción de los gobiernos de Acción Democrática (AD) y Copei. Una mezcla de nostálgicos del perezjimenismo con oficiales nasseristas. Aunque venido a menos por las sucesivas purgas y desplazamientos, aquí se sitúan algunos factores claves del actual alto gobierno.
3) El grupo de extrema izquierda, que nunca dejó de aspirar a emular en Venezuela un modelo similar al instaurado en Cuba por Fidel Castro y que, por tanto, jamás desistió en conspirar para derrocar por la fuerza al sistema instaurado en 1958. Tan reducido en número como el anterior, pero cuya importancia creció a medida que aumentaba la influencia cubana en la administración chavista. En este se ubicaba el círculo más cercano a Nicolás Maduro en sus primeros años en la Presidencia; fueron todos aquellos que afirmaron que emitir dinero sin respaldo no provocaba inflación y justificaron la “guerra económica”. Por sus resultados buena parte de ellos han sido desplazados por los más pragmáticos.
Durante los trece años de mandato de Chávez las tensiones entre estas facciones fueron permanentes, en particular entre el ala militar dura y los provenientes de la extrema izquierda. La desconfianza entre estos dos tenía sus raíces en el recuerdo de la lucha armada patrocinada por Cuba en Venezuela entre 1962 y 1972, porque fueron los oficiales del Ejército los encargados de derrotarla militarmente.
La elección de Maduro en La Habana como sucesor en diciembre de 2012, significó un triunfo crucial, aunque no absoluto, para el tercer grupo. Los dos últimos han seguido compartiendo el poder, hasta el día de hoy, liquidando progresivamente a los primeros.
La suerte de Chávez
La habilidad (y suerte) de Chávez consistió en mantener unidos a estos grupos, gracias a su capital electoral, al uso de un clientelismo corrupto de una escala colosal y a la ambigüedad de su retórica, democrática en sus promesas, pero vaciada de contenido. En la práctica en Venezuela se instauró la temida tiranía de mayoría, pero manteniendo las formas de una democracia liberal.
La creación del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) en 2008 fue un intento por aglutinar y disciplinar a todos esos sectores en un único partido. La operación no salió del todo bien.
A lo largo de esa etapa no faltaron, por supuesto, las desafecciones, siendo las más significativas las que encabezaron en 2007 el grupo que se opuso al frustrado intento de reforma constitucional de ese año. Curiosamente coincidieron en la misma oposición a aquella, dirigentes y funcionarios que provenían de la izquierda reformista que acompañaron al chavismo hasta ese año, con el excomandante del Ejército, Raúl Isaías Baduel. Este último, sería borrado luego de la historia oficial como el organizador de la operación militar que devolvió a Chávez a la presidencia el 13 de abril de 2002. Pocos como él sufrieron en sus carnes la sevicia de la crueldad del régimen.
Tensiones y contradicciones
Otro capítulo de esos enfrentamientos lo protagonizó el exjefe de los servicios de inteligencia (el SEBIN), general Miguel Rodríguez Torres, quien, en 2014, siendo ministro del Interior, fue cesado por Maduro al respaldar públicamente las operaciones de la policía contra los colectivos armados que han operado libremente en algunos sectores de la ciudad de Caracas. Transformado posteriormente en abierto disidente dentro del movimiento chavista, Rodríguez Torres pagó con cárcel y exilio su insubordinación.
Desde entonces todas las tensiones y contradicciones emergen cada cierto tiempo, con nuevas cuotas de cárceles y exilios, mientras que otras permanecen ocultas, ante la escalada represiva que ha sido directamente proporcional a la disminución del respaldo popular.
A 25 años de la publicación de su ensayo, el dilema planteado por Arvelo Ramos hace rato fue dilucidado. Se discutirá si el chavismo fue para la sociedad venezolana una revolución en el sentido clásico de la expresión, pero, en cualquier caso, siguió la misma dinámica de las revoluciones de los últimos dos siglos. Todas, en sus intentos refundacionales, devinieron en tiranías que se tragaron a sus hijos y terminaron persiguiendo a ese mismo pueblo que prometieron redimir.
@PedroBenitezF.
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