Juan Carlos Zapata (ALN).- Esta es una historia sobre Baldo Sansó, el cuñado de Rafael Ramírez, exZar de Petróleos de Venezuela, PDVSA. Y también sobre el propio Ramírez. Y Hugo Chávez. Es una historia de intrigas. Y de petróleo. De miles de millones de dólares. Es una historia extraña. De una escena loca. De cuando Chávez pateó la Faja Petrolífera del Orinoco. Así, literalmente la pateó. Y en perspectiva, el evento hoy se antoja premonitorio. Por la destrucción de PDVSA. Por el posible colapso de la Venezuela petrolera. Por la crisis de la Faja. Y porque casi todo lo que se planeó en torno al petróleo se convirtió en quimera.
Baldo Sansó es hermano de Beatrice Sansó, la esposa de Rafael Ramírez, el exZar de Petróleos de Venezuela (PDVSA). Baldo, abogado igual que su hermana y su madre, Hildelgard Rondón de Sansó, exmagistrada de la Corte Suprema de Justicia, la Corte que enjuició al presidente Carlos Andrés Pérez. Baldo es un abogado de primera línea, inteligente, estudioso, previsivo. Suerte de apagafuegos para los casos neurálgicos y decisivos en la PDVSA de Rafael Ramírez. En Caracas se desplazaba en una moto Vespa, y todavía en 2010 podía almorzar en el modesto restaurant Da Guido sin llamar la atención, sin que nadie sospechara quién se sentaba en la mesa vecina. “Pocos conocían su aspecto”, apunta el periodista Rory Carrol en Comandante La Venezuela de Hugo Chávez. Precisemos que el libro fue editado en 2013. “Sansó no dejaba que apareciera su fotografía en los periódicos”. Aún así, “su nombre circulaba en voz baja por salas de juntas y ministerios. Era uno de los arquitectos de la política petrolera de (Hugo) Chávez, un miembro destacado de PDVSA, asociado con grandes emisiones de bonos, permuta de divisas y otros aspectos de las altas finanzas… La oposición lo incluía en la lista de los ‘diez más corruptos’”. Estuvo al frente de las negociaciones del proyecto gasífero Rafael Urdaneta en el Golfo de Venezuela, donde Repsol explota el pozo Perla, uno de los mayores del mundo; intervino en última instancia en la definición de los términos de la emisión de bonos de La Electricidad de Caracas; participó en la compra de activos cuando a PDVSA le ordenaron que se metiera en la industria de alimentos; en los primeros meses de 2010 estuvo coordinando la licitación del Bloque Carabobo de la Faja Petrolífera del Orinoco, llevando la relación directa con Chevron Texaco y Alí Moshiri, su presidente para América Latina. Baldo Sansó, como decía un empresario, “es el player” de los grandes negocios, los petroleros, gozando de la confianza plena de su cuñado, el jefe de PDVSA. A Rory Carrol le dice: “Todo el mundo piensa que soy un ladrón. Un tipo corrupto… Pero no necesito robar. Antes de venir aquí ganaba 200.000 euros. Vivo muy bien; por eso no soy un corrupto”. Pero el periodista comenta por su lado que “los rumores decían otra cosa. Sansó había estado implicado en la mayor empresa de corretaje del país, Econoinvest”. Y da la casualidad que la primera gran emisión de deuda de PDVSA se tramitó a través de esta. Después fue intervenida en la arremetida de Hugo Chávez y el exministro Jorge Giordani buscando culpables de la manipulación del dólar, aunque la otra versión es que identificada como estaba con Sansó y Ramírez, los enemigos internos en el chavismo se habían propuesto destruirla, como en efecto ocurrió.
Baldo Sansó es un abogado de primera línea, inteligente, estudioso, previsivo. Suerte de apagafuegos para los casos neurálgicos y decisivos en la PDVSA de Rafael Ramírez
En febrero de 2010 –tenía 43 años- aceptó una invitación para explicar el proyecto de la Faja a la comunidad del IESA, el centro de estudios gerenciales y de negocios de corte liberal más importante en Venezuela. Baldo ya había convencido en Londres y Nueva York a ejecutivos de multinacionales petroleras sobre las bondades de entrar en el negocio de la Faja del Orinoco. No pueden quedarse afuera, les decía, repitiendo lo que era casi una consigna de Ramírez. Formado entre Estados Unidos y Canadá, había trabajado en Roma y Nueva York antes de volver a Caracas. Esta vez, en el IESA, se hallaba en patio propio y había que ser “profeta en su tierra”. Para asistir al instituto tanto PDVSA como él mismo, pusieron algunas condiciones sobre la mesa: que no hubiese acceso a la televisión; nada de cámaras, nada de fotos; y que los periodistas fueran previamente seleccionados. ¿Por qué tanto misterio? ¿Qué quería ocultar? En medio de la exposición, apareció Beatrice, que llegó en silencio, se sentó en silencio y observó en silencio. En aquella, su mirada atenta, había más que apoyo a lo que dijera el hermano.
En ese evento se produce un detalle que casi le cuesta el cargo a Baldo. Y es que, uno de los reporteros reseñó que Baldo hablaba del “riesgo Chávez” y sus implicaciones para el negocio petrolero. Ardió Troya. El presidente llamó a Ramírez, que estaba de gira por Rusia y China, preguntándole:
-¿Quién es ese Baldo? ¿Qué es lo que ha dicho?
El miedo le corrió por el espinazo. Movió cielo y tierra. Mejor dicho, evacuó pruebas, testigos, los videos de la conferencia, demostrando que de su boca no había salido tal expresión. Así logró poner el pellejo a salvo, pudiendo continuar con el Plan del Bloque Carabobo. La verdad es que al cierre del ciclo de preguntas y respuestas en el acto del IESA, Baldo desliza la sugerencia sin que sea una mención explícita aunque pueda interpretarse en tal sentido: “La trascendencia del proyecto es muy alta. Es un reto superambicioso. Estamos luchando contra muchísimas fuerzas, internas, externas. Tenemos la competencia de Irak. Y políticamente es más vendible que el gobierno del presidente Chávez… Convencer a las empresas de que este es un proyecto rentable y que van a ganar dinero por encima de los riesgos, no ha sido fácil”. ¿Acaso era una exageración que teniendo el apoyo de los Estados Unidos Irak era menos riesgo que Venezuela estando el gobierno de Chávez enfrentado a Estados Unidos? La afirmación, ni era una arbitrariedad por parte del experto para que Chávez reaccionara como lo hizo ni tampoco fuera de foco el tratamiento, riesgo Chávez, dado por el periodista. Lo que produjo la reacción del presidente y puso a temblar a Baldo fue el titular del diario El Mundo: “Factor Chávez frenó más ofertas en la licitación del Bloque Carabobo”.
En todo caso, el encuentro en el IESA sirvió para demostrar que manejaba el tema petrolero, que estaba a la altura de las circunstancias, que es buen expositor, al punto de ser comparado por algunos de los asistentes con el perfil de los ejecutivos de la antigua PDVSA, los mismos que hoy trabajan y producen petróleo en Colombia, México, Estados Unidos, el Medio Oriente, Canadá, entre otros países y lugares del planeta. También quedaba claro por qué Baldo se ubicaba en el sitial de la mayor confianza de Ramírez, encargado de llevar adelante lo que este no puede hacer, evitando aparecer en asuntos que pudieran comprometerlo.
Cuando Carrol lo entrevista en marzo de 2011, Baldo le explica cómo ejecutó la operación hasta llegar a la “manipulación” de las multinacionales interesadas en entrar en la Faja del Orinoco. “Pagaban dos millones de dólares cada uno sólo para reunirse conmigo”. Un poco de vanidad y autosuficiencia no podía faltar en el Baldo ejecutivo, actor principal en la PDVSA de Chávez y Ramírez, pero actor secundario en la Venezuela del mesianismo y la desmesura. Por ello confiesa, arrogante: “¿Quién más podía haber hecho algo así? Esto puede parecer falta de modestia, pero lo cierto es que he creado más riqueza que nadie para Venezuela en los últimos 50 años”. Por una frase así, Chávez lo hubiera enviado a la luna; y una frase así ha debido pesar en la balanza de Nicolás Maduro a la hora de desatar la persecución contra Ramírez y su entorno: hoy, dos expresidentes y varios gerentes de PDVSA purgan cárcel en Caracas, y Ramírez se esconde en un sitio de Europa. Con aquellas expresiones, Baldo Sansó no hacía más que copiar la conducta del chavismo en el poder. La vanidad de Chávez. La vanidad de Diosdado Cabello. La de Maduro. La de Giordani, que de monje –tal como lo habían bautizado- tenía bien poco, pues era implacable en el poder, y es como lo pintaban los chavistas de las tendencias internas, tal y cual lo asoma Carrol en el libro. Y la vanidad y la prepotencia marcan la conducta de Ramírez, que solía mirar por encima del hombro a los demás dirigentes, a los ejecutivos de empresas, a empresarios mismos del negocio petrolero, a quienes dejaba esperando, o les cancelaba una cita sin aviso previo. Sólo ante Chávez se comportaba con la sumisión necesaria y ello le valió para mantenerse en el cargo por una década.
Sobre el aporte de riqueza, Ramírez también secundaría la expresión del cuñado en este párrafo escrito 7 años después en el artículo La entrega del petróleo: “Allí están los números y está la gestión, es una de las pocas gestiones que todo el país conoció de primera mano, porque rendíamos cuenta todos los domingos en Aló Presidente, porque entregamos obras, porque asumimos retos públicamente, porque fuimos capaces de traer al país más de 480.000 millones de dólares. Éramos el instrumento del Estado para el ejercicio pleno de la soberanía sobre el manejo del petróleo, en nuestra política internacional, alianzas estratégicas, soberanía sobre nuestro territorio, sobre todos nuestros recursos”. Nada humilde el resumen. Pero el escrito se le revierte cuando se observa la crisis que sufre Venezuela y el colapso petrolero del país (Leer más: La increíble y triste historia del colapso petrolero de Venezuela).
La hermana Beatrice habla cuatro idiomas, español, inglés, francés, italiano. Es una mujer de decisiones rápidas, firmes. Conoció a quien sería su esposo en unas vacaciones en la isla de Margarita. Los Sansó Rondón eran una familia muy unida hasta que llegó Chávez. Baldo y Beatrice se sienten comprometidos con Rafael, y dos hermanos más escogieron vivir en el extranjero, bien lejos del entorno chavista. Brunilde, por ejemplo, está radicada en Canadá, y de ella es un texto dirigido a su familia que en enero de 2007 comparaba a Chávez con Mussolini, destacando la coincidencia en “los mecanismos en la toma del poder y el camino hacia el totalitarismo fascista”. No se equivocó. Como Baldo tampoco se equivocaba al decirle a Carrol: Chávez “no comprende la economía… Es una lástima no poder disponer de 20 minutos para explicarle macroeconomía con un lápiz y un papel. Chávez no sabe cómo apañárselas. Como administrador es un desastre”. Enseguida hace la confesión jamás escuchada en alguien que estuvo en una posición de alta responsabilidad: “Estoy harto de Chávez. No soy un fan de Chávez”. Y la hartura ha debido ser mutua. Esta historia también tiene que ver con ese hartazgo. De cuando Baldo todavía no estaba harto de Chávez pero Chávez sí de él. Y si Chávez estaba harto de alguien se lo demostraba, déspota como era. Y para demostrarle el hartazgo superaría los límites del desprecio.
“Pagaban dos millones de dólares cada uno sólo para reunirse conmigo”. Un poco de vanidad y autosuficiencia no podía faltar en el Baldo ejecutivo, actor principal en la PDVSA de Chávez y Ramírez
Beatrice era la encargada de manejar la Fundación La Estancia, espacio de arte, cultura y espectáculos, dependencia de PDVSA. Y en reuniones muy íntimas, según versiones familiares, se quejaba de lo poco que devengaba Rafael en la corporación. Tal vez ello explique por qué Ramírez descargaba en la familia la competencia de buena parte de los asuntos legales de PDVSA; al menos en el arbitraje internacional del lío que dirimían la estatal venezolana y la Exxon Mobil, su esposa y su suegra llevaban la batuta, acompañadas del muy honorable exministro de Energía, Álvaro Silva Calderón, quizá este, tonto útil, para salvar formas y dudas, cooperando con la caridad familiar del entonces hombre fuerte de PDVSA. A Hildergard le dolía el drama de la división familiar, le afectaba ese drama más que a nadie, muy unida ella a su propia madre, la abuela de Baldo y Beatrice. Por distintas vías, las fuentes confirmaban que Baldo no se andaba por las ramas. Es lo que también se desprende del escrito de Carrol. El poder le había conferido cierta dosis de seguridad y hasta petulancia, decían algunos que lo conocen desde niño, desde el caraqueñísimo Instituto Escuela.
Cuando lo conocí, fue otra la impresión que ofreció. Seguía viviendo en el apartamento de siempre, como su madre en la casa de toda la vida y se desplazaba en la pequeña Vespa, ajeno a las escoltas, por una Caracas ya insegura. En los trabajos que ejerció en Nueva York y Roma, acumuló algunos ahorros. En Roma posee casa, quizá uno de los pocos lujos que se le conocían, pues no es dado ni a los aviones propios ni a los yates propios, así tuviera con qué comprarlos. De las pocas extravagancias a las que Baldo se atrevía en Caracas, los muy seguidos almuerzos en el que era el restaurante de comida italiana más caro de la ciudad, Il Vizio, aunque también solía almorzar en Da Guido, local de precios más modestos. En este, su plato preferido era la perdiz. Reconocía que no es un gran conocedor de vinos. Pese a que siguió despachando desde PDVSA, donde lo entrevistó Carrol, se apreciará que Chávez nunca le perdonó el desliz en el IESA, pues Baldo tenía miedo, “estaba preocupado”, y “se sentía vulnerable”, escribe Carrol. Y el miedo no era gratuito, ya que varias semanas después de las palabras en el IESA, viene la presentación del Bloque Carabobo a las multinacionales del petróleo en la sede de PDVSA en La Campiña, y allí Chávez lo ignoró de tal forma como si el joven nada hubiera tenido que ver con el acto ni el negocio. Ese fue el acto en el que pateó a la Faja del Orinoco.
El acto en la sede de PDVSA
Pudo haber sido un acto de primera y no lo fue. Por Chávez, cuyo propósito parecía otro y menos el de un mandatario empeñado en atraer las inversiones. Después, el 10 de febrero de 2010, en el Palacio de Miraflores, en un segundo acto organizado con el fin de anunciar los consorcios ganadores que explotarían los distintos bloques petroleros, fue otra su conducta. Por ello es que llama la atención la manera como se comportó en el evento de La Campiña, en el que Baldo Sansó ha debido ser uno de los protagonistas, puesto que el equipo se había esmerado con los mapas y las maquetas y con la presentación de Rafael Ramírez para seguir en la pantalla electrónica la ruta del Orinoco, los campos, los bloques petroleros. Se pensó inclusive montar el acto en medio de la Faja, a lo que Chávez se opuso.
Todo había comenzado perfectamente bien con aquellas explicaciones de Eulogio del Pino, director de PDVSA –hoy preso- señalando la maqueta en el piso y el mapa colgante. Entonces soñaban en La Campiña con el futuro, con las ciudades ecológicas del siglo XXI, y veían los márgenes del Río Orinoco sembrados de empresas, plantas y desarrollos agroindustriales, e innumerables parcelamientos agrícolas. Y se imaginaban los miles de empleos. Y la producción petrolera montada en 2 millones de barriles diarios sólo en la Faja. Y ya escuchaban el tintineo incesante de los petrodólares. Y en la maqueta, estaba la red ferroviaria y el trazado de una autopista que no le gustó mucho a Chávez. Rafael Ramírez intentaba explicar pero Chávez actuaba como si no lo oyera, pues él soñaba, soñaba con su propio plan. La Venezuela Potencia. La Venezuela reserva del petróleo mundial (Leer más: ¿Quién gana entre Hugo Shavez y el Sha de Irán en desmesura y locura de poder?).
El evento parecía ir bien. Comenzando porque no se veía ninguna estampa militar. Se habían vestido para la ocasión. De negro estricto y formal; claro con la corbata roja para abrir el color, como dicen por ahí; o para confirmar la ideología. Chávez, Ramírez y los demás funcionarios parecían ejecutivos, empresarios; en todo caso, formales funcionarios de una multinacional llamada PDVSA. Más allá aguardaban, también de negro, con la excepción del ministro indio que vestía de traje natural, los jerarcas de Chevron, Repsol, Mitsubishi, Petronas y Suelopetrol. Pintaba aquello como el gran acto de relanzamiento de la política petrolera. No era para menos, tratándose de la gran apuesta gubernamental de la Faja y el Bloque Carabobo, que se supone abrió los apetitos de otras multinacionales como la Exxon Mobil para los futuros contratos, la cual, se supone también, había escuchado el llamado de Rafael Ramírez -que había viajado por esos días a Estados Unidos– de que nadie puede quedar al margen de esta oportunidad llamada el negocio de la Faja. Además, ya Chávez se había activado por el Twitter anunciando la inversión: 40.000 millones de dólares. @chavezcandanga siempre en acción.
Las cosas cambiaron a mal cuando Chávez empezó a caminar sobre la maqueta, poniendo en peligro las torres simuladas, y los taladros, y la red ferroviaria, y la autopista, y hasta el curso del río Orinoco. Pisaba la maqueta y la imagen era la del déspota del siglo XIX, Antonio Guzmán Blanco, pisando el cuero seco de la geografía nacional. Pisaba aquello y la imagen era la de otro déspota verborreico, su admirado Cipriano Castro, enfrentado a banqueros y potencias a principios del siglo XX. Pisaba aquello y pisaba un plan. Un proyecto. Un mundo paralelo. El futuro. O lo que en verdad pudo haber sido el futuro. El de PDVSA y el país. El de los venezolanos. Pero Chávez caminaba sobre la maqueta desentendido de los símbolos y los significados. Y qué le costaba. Llevaba más de una década en el poder. Pletórico de poder. Amo del poder. Golpeando, insultando, atacando, y pisoteando a adversarios y enemigos, y también amigos y exaliados.
Desde un costado observaba, mudo, en silencio, Baldo Sansó, artífice del éxito del Bloque Carabobo; y Rafael Ramírez, sin mencionarlo, en su discurso de “orden” intentará reivindicarlo junto al equipo por lo realizado hasta ese momento. Mientras caminaba y pisaba la maqueta, Baldo seguía a Chávez pero este actuaba como si no lo conociera, ignorándolo por completo. La crueldad de Chávez en acción. Ese día Chávez fue más Chávez que nunca ya que a pesar de aquella puesta en escena para un negocio de 40.000 millones de dólares, el mundo chavista volvió a la normalidad de la informalidad con Chávez pegado al Blackberry y al Twitter. Y era dale que dale a los dedos, pues en la tarima del poder no era el presidente de Venezuela quien presidía el acto sino un individuo transformado en @chavezcandanga; y entonces el traje negro de Alí Moshiri y también su corbata a rayas cremas y azules, de las que le gustaban al ministro Jorge Giordani, se iban arrugando, porque Moshiri hizo como un gesto de enterrarse en la silla. Y la informalidad fue cogiendo cuerpo gordo y pesado cuando Chávez interrumpió a Ramírez, quien no había llegado ni a la cuarta parte del discurso, un discurso aceptable en alguien técnico y líder de una de las petroleras más importantes del mundo que intenta mostrarle al mundo que lo posee todo; que posee la mayor reserva de petróleo del mundo, de este mundo. Ya para ese momento Antonio Brufau, el de Repsol, tenía la cara de quien atiende pero que no desea estar allí; y el ministro indio, más impávido, metido en los audífonos, oyendo la voz de la traductora. Entretanto, Chávez dale otra vez con el tuiteo y el Blackberry para leer un mensaje urgente que resultó ser nada, pero que de todas maneras algunos trataron de aplaudir.
Las cosas cambiaron a mal cuando Chávez empezó a caminar sobre la maqueta, poniendo en peligro las torres simuladas, y los taladros, y la red ferroviaria, y la autopista, y hasta el curso del río Orinoco
El final del acto fue sin pena ni gloria. Su discurso, repetitivo. Peor, insultante para aquellos invitados a la fiesta. Los invitas a la casa, pasas un año conquistándolos, según confesión de Ramírez, los manipulas, según dijo Baldo a Carrol, y de paso terminas embadurnándoles la cara con el imperio y la explotación, y las transnacionales malditas, y el robo de las concesiones, y los dobles fondos de los barcos para robarse el petróleo, y de la gesta antiimperial de Cipriano Castro, y de las fortunas nacidas bajo el yugo de Juan Vicente Gómez, como si esa misma historia no se estuviera repitiendo, la de las fortunas, y la de las ventas ilegales de petróleo, y la del contrabando de gasolina, y la de los seguros de PDVSA, y la de los sobornos por contratos, y la de las emisiones de deuda, y la del arbitraje con dólares, y la del desfalco de fondo de pensiones de PDVSA, y la de los negocios con China, y la compra de los taladros y la plataforma costa afuera, y los problemas con las refinerías, y la plata de los maletines, y las importaciones. En fin, el saqueo de PDVSA. Sí, Chávez que fue profesor de historia en la Academia Militar, volvía con una clase de historia pero en la que no incluyó las concesiones de Marcos Pérez Jiménez, el dictador que él defendía como emblema del progreso; sin mencionar que su gobierno era el único en un siglo de explotación petrolera en haber hecho de puño y letra al primer magnate petrolero, Wilmer Ruperti, y que en estos años, se habían formado decenas de fortunas de cientos y de miles de millones de dólares a la sombra de los negocios gubernamentales. Sobre eso callaba, mas seguía manipulando allí, frente al país, la memoria de Juan Pablo Pérez Alfonzo, el padre de la OPEP, sin admitir que a este no se le puede entender sin el expresidente Rómulo Betancourt ni su partido Acción Democrática, y sin los escritos de Betancourt sobre el petróleo, y sin las decisiones de los gobiernos de Betancourt, el fifty-fifty y la creación de la OPEP, que también fueron decisiones de Pérez Alfonzo y Betancourt. Es más, a la PDVSA del acto era imposible comprenderla sin la nacionalización llevada a cabo por Carlos Andrés Pérez, y sin el cuerpo técnico y gerencial que formaron las multinacionales, un tren de ejecutivos que llevó a la corporación a ser ejemplo de gerencia pública en el mundo. Por lo demás, aquel era un discurso largo. Fuera de contexto. Con el hambre apretando los estómagos de los japoneses y los malayos, y el de Henrique Rodríguez, presidente de Suelopetrol (otro magnate petrolero que consolidó fortuna con Chávez y Ramírez); y hasta desorientado en los datos, con el enredo ese de quién en Venezuela había acuñado antes la frase de sembrar el petróleo.
De verdad, un discurso sin pena ni gloria, pues lo medular pasa a segundo plano en medio de tanta verborrea. Y lo peor: se servía la impresión de que a @chavezcandanga o al presidente –ya no era posible discernir quién era quién- le interesaba más el dinero –el voraz Chávez- pues puntualizaba que ya el presidente Vladimir Putin había mandado el cheque –su cheque- de los otros convenios, o precisando si con la firma de los firmantes venía la plata y no conforme con ello, sacaba la cuenta de los pagos pendientes. Todo parecía broma, pero en la broma hay una obsesión, como la del personaje que hace un negocio y le han prometido el pago mediante una transferencia bancaria pero él no se lo cree, quiere la plata allí, en sacos, en marusas; dinero contante y sonante, money-money-money como la canción de Cabaret, pues money-money-money era una fijación en Chávez, y lo va a confirmar en el acto posterior del Palacio de Miraflores, regodeándose en las cifras de las reservas petroleras, de la producción petrolera, de los precios del petróleo, de los millones de dólares que ingresarían en un horizonte de 200 años de explotación, de los 5.000 millones de dólares en bonos que recibiría la República a la firma de los convenios, de los 80.000 millones de dólares en inversiones –ya no eran 40.000. “Hay que decir que Venezuela es uno de los pocos países del mundo, lamentablemente, pero es así, con capacidad para incrementar de manera notable la producción y sostenerla en el largo plazo; porque cualquier país puede hacer una inversión de 20.000, 40.000 millones de dólares, incrementar la producción, pero no tiene reservas para sustentar esa inversión en el largo plazo”, decía Chávez en Palacio.
Pero la historia resultó siendo otra. Ni inversiones ni producción petrolera. Por el contrario, Venezuela apenas produce 1,3 millones de barriles diarios de los 3,7 millones que producía en 1999 cuando Chávez arribó al poder. La cita del discurso de aquella noche hoy parece el delirio de un hombre fuera de sí. Como delirante lo que el ministro de Finanzas y Planificación, Giordani, prometía: “Para que tengan una proporción, si estamos hablando de 80.000 millones de dólares de inversión en el sector petrolero, eso implica en el campo de la infraestructura y lo social, al menos una quinta parte que pueden ser 20, 25.000 millones de dólares que van a impactar a nuestras poblaciones algo depauperadas en esa zona, por lo tanto lo que decía nuestro amigo de Repsol, no es solamente la extracción de petróleo sino su siembra y el crecimiento de una política del presidente Chávez a partir del 2 de febrero de 1999, de ser una política incluyente en lo social y eso hay que resaltarlo también Presidente, porque no se trata de un nuevo enclave, sino de un desarrollo de carácter integral”. “Un modelo que se propone para los próximos 50 años con características diferentes a lo que fue la experiencia petrolera venezolana del enclave”.
Pero sigamos en La Campiña. Con @chavezcandanga en lo suyo, y Chávez, el otro y el mismo, y la televisión ya olvidados de Baldo Sansó. Del ejecutivo que, según confesaría a Carrol, “había engatusado a grandes empresas para que comprometieran miles de millones de dólares en la Faja”. Pero Chávez no le cedía mérito. Chávez y @chavezcandanga lo querían todo para sí, o para ellos dos, si es que creemos que Chávez era uno y también el otro, diferente pero el mismo. El que hablaba del dinero y a la vez pisaba la maqueta como si aquella tierra le perteneciera, aquel país le perteneciera, y aquel pasaje y esas imágenes resultarían premonitorias del desastre petrolero, del desastre del país, del desastre de gobierno y de modelo, pues ni Faja, ni los miles de millones de inversiones, ni las ciudades modelos, ni el desarrollo del Orinoco, ni los ingresos petroleros ni la producción tampoco. Todo se vino abajo. Tal vez porque alguien, soberbio, dueño de todo y dueño de nada, pisoteó lo que se estaba construyendo.