Daniel Gómez (ALN).- Hoy la gente baila y canta en Cúcuta. Mañana no se sabe. ¿Entrará la ayuda humanitaria? Eso ahora no importa. La gente sólo piensa en el concierto. Los cucuteños. Los extranjeros. Los cuatro presidentes. Los diputados. Los diplomáticos. El magnate. ¿Qué pensarán los militares chavistas? ¿Los que todavía apoyan a Nicolás Maduro? ¿Los que custodian el puente? ¿La guerrilla que pulula por la frontera? Cúcuta es una fiesta. Es noticia mundial. Es la capital de la alegría. De la esperanza. Cantan por la ayuda humanitaria. Por la libertad de Venezuela. ¿Qué ocurrirá mañana? No se sabe. Pero ocurrirá en Cúcuta.
Se dice que a Cúcuta le va bien cuando la economía venezolana va bien. Este cliché se rompió. La ciudad colombiana atraviesa un momento de cambio. Que puede condicionar su futuro. Y todo esto a consecuencia del colapso que, en todos los sentidos, también en lo económico, sufre Venezuela.
Cúcuta hoy es el epicentro mundial de la noticia. Por el puente de la ayuda humanitaria. Por la tensión política en la frontera. Por el megaconcierto para Venezuela… Este evento colapsa la ciudad. No queda una sola habitación de hotel. En la semana no han parado de aterrizar vuelos. Aviones venidos de todos los rincones. Tal fue la demanda que el precio de los billetes se multiplicó por cuatro.
Se rompió el cliché con Cúcuta porque la economía venezolana está en su peor momento. Con una inflación desorbitada, con unos índices de pobreza próximos al 90%, con gente muriéndose de hambre…
Se rompió el cliché porque fue el desastre en Venezuela lo que convirtió a Cúcuta en el escenario político más importante del momento. Y lo que ello supone para la economía. En Cúcuta los negocios están a tope. Porque en este instante conviven 250.000 turistas. Extranjeros, colombianos y cucuteños. Presidentes, altos funcionarios, un magnate. Periodistas. Policías, muchos policías. Militares. Armamento. Por allí también pulula la guerrilla. El ELN. Prófugos de las FARC. También comida, material médico, medicinas. Toneladas de ayuda humanitaria.
Porque en Cúcuta descansa la ayuda humanitaria que pidió el presidente encargado, Juan Guaidó. Para esos 300.000 venezolanos que, insiste, “se están muriendo de hambre”.
En Cúcuta está la ayuda humanitaria que Guaidó “intentará” recibir este sábado en Venezuela. Con lo que ello supone. Si los militares siguen del lado de Nicolás Maduro, la comida no pasará. No al menos por las buenas. Por eso habla de intento.
En Cúcuta cualquier paso en falso puede hacer que toda esa tensión detone en una situación indeseable. Porque el objetivo es la paz. Y por eso, como dicen que la música amansa a las bestias -en una plataforma de 12 metros de altura, un escenario giratorio, una decena de altavoces, todo ellos en la entrada del Puente Internacional Tienditas-, los mejores artistas de la música latina ya cantan por la libertad en Venezuela. Por que pase la ayuda humanitaria. Por la paz.
La gente quiere paz y por eso baila en Cúcuta. 500.000 que están al borde del escenario. Unos cuantos que se aprovechan de la sombra de los árboles. Luego están los miles que asoman por los alrededores. Los cientos que esta mañana, reporta El Impulso, cruzaron la frontera corriendo. ¿Se llegará al millón de personas?
Quién lo diría a inicios de 2019. Quién diría que, en apenas dos meses, uno de los lugares más pobres de Colombia, marcado por la pobreza y la inseguridad, sería una capital global. Cúcuta es ahora más conocida que Bogotá.
¿Cómo era Cúcuta?
De Cúcuta se empezó a hablar hace dos años en la prensa. Sin grandes matices. Como una referencia. La ciudad era y es uno de los pasos habituales del éxodo. De esos tres millones de venezolanos que han huido de Maduro. La mayoría a pie, a todos los rincones de América Latina, pero en especial a Colombia.
Cúcuta también es una tierra de contrabando. De oscuros negocios en una frontera separada por algunos puentes y un río: el Táchira, apenas caudaloso y que cualquiera puede cruzar a pie. Como los cientos que lo hicieron hoy.
Cúcuta es una ciudad pobre. Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas de Colombia, la pobreza fue de 28% en 2017. Esto teniendo en cuenta que el desempleo alcanzó apenas 9%. Parece contradictorio, pero no. Lo que significa es que quienes trabajan no ganan lo suficiente para atender las necesidades básicas.
No hay que olvidar el impacto del éxodo. Por la frontera pasan miles de venezolanos. Al día. Algunos se quedan. Otros se van. Acuden a hospitales, a comprar alimentos, medicinas que no encuentran en Venezuela. Algunos se quedan simplemente en busca de una vida mejor.
Las 500.000 personas que llenan el escenario del concierto, los que pululan por los aledaños. Se dice que 250.000 llegaron de fuera. De Estados Unidos. España. Chile. Panamá. Hasta de la Isla Necker.
La Isla Necker, de apenas 300.000 metros cuadrados, se encuentra en el Caribe y es propiedad de Sir Richard Branson, el magnate británico que organiza el megaconcierto por Venezuela. Que reunió a ese gentío en Cúcuta.
El gran logro de Branson es convertir la causa venezolana en un fenómeno global. Para todos los públicos. Y eso lo consiguió con el concierto. Y, en consecuencia, logró dinamizar una ciudad que nunca había albergado un acontecimiento igual de forma tan sorpresiva.
¿Haciendo historia 120 años después?
La causa venezolana llegó a oídos de todos gracias al concierto, pero en el mundo de la política miran hacia mañana. 23 de febrero. Día D de la entrada de la ayuda humanitaria. Y es que la historia regala una efeméride.
En 1899 comenzó la Revolución Liberal Restauradora de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez. Una lucha que empezó con 60 militares que invadieron Cúcuta, y que marcharon hacia Caracas, creciendo en número, haciéndose fuertes, para instalar en Venezuela una dictadura, la de Juan Vicente Gómez, la cual duró tres décadas.
120 años han pasado desde la reunión que mantuvieron Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez. Del inicio de una revolución por la libertad que desembocó en más represión. Sin embargo, ahora los acontecimientos invitan a pensar diferente
2019. Guaidó, apoyado por 60 países del mundo, busca tumbar la tiranía de Maduro con un ejército de paz. Con un grupo de diputados que lo nombraron presidente de la Asamblea Nacional para devolverle la esperanza a la gente.
Cúcuta es una ciudad pobre. Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas de Colombia, la pobreza fue de 28% en 2017. Esto teniendo en cuenta que el desempleo alcanzó apenas 9%. Parece contradictorio, pero no. Lo que significa es que quienes trabajan no ganan lo suficiente para atender las necesidades básicas.
Esperanza que tiene rostro y es la de un hombre joven, de 35 años, que el 23 de enero colapsó Caracas para jurar como presidente encargado. Que luego convocó al país para marchar por la juventud. Y que ahora cuenta con un ejército de paz, venido de todas las partes de Venezuela.
Un ejército de paz que estará este sábado en la frontera. Porque han ido llegando en autobuses, camiones, e incluso caminando. Todo para pedir que entre la ayuda humanitaria. Que acabe el régimen.
Guaidó ya está en la frontera. No puede salir del país, aunque nunca se sabe. La incógnita de que aparezca en el concierto sigue ahí. En el propio terreno, en Cúcuta, están Iván Duque, Sebastián Piñera, Mario Abdo y Juan Carlos Varela. Presidentes de Colombia, Chile, Paraguay y Panamá.
Con ellos también se encuentra Luis Almagro, secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA); el líder opositor exiliado Julio Borges; así como la delegación del Parlamento Europeo que esta semana Maduro prohibió que entrara a Venezuela.
En Cúcuta, mientras la gente canta, baila, sueña por un futuro mejor, militares y uniformados viven momentos de tensión. Para ellos portar un arma es el pan de cada día. ¿Pero usarla? Este sábado quizá se tengan que enfrentar a ese momento.
Es una posibilidad real. El chavismo trata de intimidar. Con el despliegue militar en la frontera. Con un concierto paralelo que parece una verbena. Nadie conoce a los artistas. Ni hay fotos del lugar. No hay nada.
Por eso Maduro intimida hablando de guerra. Sacando militares. Tanques. Pero Colombia y EEUU también amenazan. La ayuda humanitaria no llega en un avión normal, sino en un avión de guerra. Y adentro van militares.
Es un duelo de poder. Una guerra de tensión, de nervios. Quién lo diría. Porque ahora la gente canta. Disfruta del concierto. Y Cúcuta disfruta de su momento. ¿Le cambiará la historia? ¿Será esto el detonante que lleve a una población pobre y habituada al contrabando al desarrollo? ¿O será el detonante de algo peor? Sea lo que sea, será en Cúcuta.
Si todo sale bien, Duque tendrá un reto. Es cierto: de momento está más concentrado en terminar con la tiranía de Maduro que en mejorar la vida de los colombianos. Pero una cosa está ligada a la otra.
Con el éxodo, ni Cúcuta, ni ninguna ciudad de la frontera puede desarrollarse. Sin el éxodo, se puede contar con un plan. Para acabar con la pobreza, el desempleo, la informalidad. Todo esto si sale bien.