Sergio Dahbar (ALN).- Hoy todavía se investiga quién puede ser la persona que delató a la familia de Ana Frank, famosa en todo el mundo por su diario, en el anexo secreto de Amsterdam donde se escondía. ¿Será posible descubrirlo?
El legado de Ana Frank está condenado a convertirse en noticia cada cierto tiempo y, de alguna manera, a no dejar que descanse en paz. El historiador holandés David Barnouw, uno de los expertos en la historia de la joven alemana refugiada en Holanda, publicó The Phenomenon of Anne Frank (Indiana University Press, 2018) en estos días. En el capítulo que dedica al arresto, escribe: “Ya no podemos reconstruir lo que ocurrió. Por ahora tendremos que conformarnos con eso”.
Una resignación a la que se resiste otro estudioso, Gertjan Broek, conservador de la Casa-Museo Ana Frank de Amsterdam y autor de la investigación más completa sobre la detención de la familia: “Si hubo un traidor, es posible que él o ella acabe por ser descubierto”.
Ana Frank, de 15 años, intentó sobrevivir con su familia y un grupo de amigos al Holocausto, oculta en un anexo secreto de Amsterdam, y al final falleció de tifus en un campo de concentración en 1945. Dejó un diario excepcional que aún hoy sobrevive en la imaginación de los lectores.
Ana Frank intentó sobrevivir con su familia y un grupo de amigos al Holocausto, oculta en un anexo secreto de Amsterdam, y al final falleció de tifus en un campo de concentración en 1945. Dejó un diario excepcional
Miep Gies fue la mujer que salvó el diario y la última persona relacionada con el caso en morir. Cerró los ojos el 11 de enero de 2010. Su nombre era Hermine Santrouschitz y nació en Viena en 1909, pero adquirió la ciudadanía holandesa al huir de la Primera Guerra Mundial.
En Amsterdam la recibió Otto Frank, el padre de Ana, quien poseía una distribuidora de pectina, producto vegetal para preparar jaleas y mermeladas. Miep Gies se convirtió en secretaria de la empresa y más tarde en encargada general.
Otto Frank, que había nacido en Frankfurt en 1933, se cansó de las restricciones impuestas por los nazis a todo judío. Escogió Amsterdam como tabla de salvación. Pero en mayo de 1940 los alemanes invadieron Holanda. La tenaza se cerraba y los Frank pensaron en huir hacia Suiza.
En 1942 entraron en el anexo secreto del número 263 de Prinsengrancht, frente a uno de los canales de Amsterdam. Allí había un depósito. Se ingresaba a través de una puerta falsa, oculta por un armario, que acondicionó el carpintero Voskuyl. No faltaron acompañantes, como la familia Pels y el dentista Pfeffer, que ingresaron más tarde.
Esas ocho personas convivieron desde 1942 hasta 1944, en un espacio mínimo, con no pocas dificultades. De ese clima de encierro y privación se nutrió buena parte del diario de Ana. El 4 de agosto de 1944 un comando alemán, orientado por una supuesta delación, descubrió el escondite y envió a los ocho refugiados a diferentes campos de concentración. Se presume que Ana Frank murió de inanición y tifus en Bergen Belsen, hacia marzo de 1945.
La historia de la escritura del diario, de la transcripción posterior, de la edición finalmente en forma de libro, de las secuelas en teatro y en cine, de la gente que se obsesionó con el tema, refleja lo mejor y lo peor de la condición humana.
Un destino cruel
El destino fue cruel con esta muchacha que intentó ser honesta en el último lugar posible. Como escribió la periodista Judith Thurman en The New Yorker, al compararla con Jane Austen: “Escribir es el antídoto de ambas contra la claustrofobia, tanto física como espiritual, y, sin embargo, la claustrofobia parece subrayar su alegría natural”.
El legado de Ana sufrió demasiadas adversidades. Los nazis fueron los primeros, porque se empeñaron en borrar de la tierra a quienes consideraban seres inferiores. Después vinieron quienes de una u otra forma negaron el Holocausto, por considerarlo una invención de la comunidad judía. Verral, Faurisson, Stielau, Nielsen, Hendry, Irving y Felderer son algunos de los que cuestionaron la verosimilitud del diario y la honestidad de su autora.
Juzgar a su padre no es fácil, después de lo que debió soportar, pero en un intento desmesurado por proteger su memoria, con la culpa natural de quien ha sobrevivido, Ana eliminó del diario aquellos pasajes que consideraba inadecuados, como los que hacían referencia al despertar del sexo.
Finalmente, no se puede dejar de mencionar al obsesivo Meyer Levin, quien se obsesionó con la historia de Ana y logró que en 1952 Otto Frank lo nombrara su agente literario. Levin quería escribir una obra de teatro basada en el diario. Y así lo hizo. El texto fue rechazado por la productora Cheryl Crawford, asesorada por Lillian Hellman. Levin se sintió ofendido, pero presentó el trabajo ante el productor Kermit Bloomgarden, quien también lo rechazó. Entonces Levin arguyó que una conspiración judía y hollywoodense se había puesto de acuerdo para apartarlo.
Juzgar a su padre no es fácil, después de lo que debió soportar, pero en un intento desmesurado por proteger su memoria, con la culpa natural de quien ha sobrevivido, Ana eliminó del diario aquellos pasajes que consideraba inadecuados
El Estado de Holanda tomó la decisión de establecer la verdad del diario. En 1980, cuando murió Otto Frank, el Instituto Neerlandés de Documentación de Guerra (NIOD) emprendió una tarea titánica. Estudiar la caligrafía de Ana, la composición química del papel, la manufactura de los cuadernos, los tipos de lápices utilizados en las correcciones, la historia de las copias, las ediciones, las traducciones, y las adaptaciones. Esa investigación de 700 páginas concluyó que son auténticos. Se documentaron los cambios que aportó su padre: en ese proceso censuró las observaciones sobre el despertar sexual y comentarios incómodos sobre ciertos compañeros de encierro.
El diario de Ana Frank se consigue en dos ediciones en castellano, publicadas por DeBolsillo y traducidas del holandés por Diego Puls. La más reciente reproduce en tapa el dibujo de la portada de uno de los cuadernos y posee información didáctica. La versión crítica que publicó el NIOD es un prodigio editorial que se encuentra disponible en inglés a través de Amazon. Es un fresco irremplazable para comprender los alcances de una tragedia humana, de la convivencia forzada entre ocho seres humanos y del despertar de una adolescente, frente al amor y la escritura como oficio.
Quizás el mejor trabajo crítico que haya aparecido sobre la escritura de El diario de Ana Frank sea el de Judith Thurman, que fue recopilado por la autora en un libro soberbio de Duomo, La nariz de Cleopatra. Allí ella se pregunta: “Uno anhela saber qué más podría haber hecho Ana Frank con esa libertad sensual y expresiva que tanto llama la atención en su prosa”.
Thurman entendió que Ana Frank poseía una complejidad extraña para su edad, que asomaba en la escritura como la señal de la escritora que pudo ser si hubiera logrado salvarse. Pero estaba condenada a la mala suerte y a las dificultades. No en vano 10 editoriales norteamericanas rechazaron el manuscrito de El diario de Ana Frank antes que Doubleday adquiriera los derechos para Estados Unidos en 1951. Un libro que ha vendido ya más de 30 millones de ejemplares en 60 lenguas.