(EFE).- El «corralito» bancario en Argentina, de cuya creación se cumplen este miércoles veinte años, constituyó un «salto al vacío» que no hizo más que acelerar el estallido de una de las peores crisis económicas, sociales y políticas que recuerde el país suramericano y cuyas consecuencias aún impactan en su compleja economía.
Las restricciones para retirar el dinero depositado en los bancos fueron decretadas el sábado 1 de diciembre de 2001 y entraron en vigencia dos días después, abriendo paso a una ola de protestas y saqueos que culminaría con las violentas jornadas del 19 y 20 de diciembre y la renuncia del entonces presidente, el radical y ya fallecido Fernando de la Rúa (1999-2001).
«Cruzaron una frontera que no se podía pasar. Dieron un salto al vacío, casi un medida socialista, no permitiendo a la gente sacar su propio dinero más allá de un límite semanal», explicó a Efe el economista Pablo Tigani, consultor, profesor universitario y quien ha dedicado buena parte de sus investigaciones a la crisis de 2001.
El «corralito» venía a detener, de un modo radical, la fuerte sangría que el sistema financiero padecía por la desconfianza en la solidez de las entidades y el temor a una devaluación.
Sin antecedentes en el mundo, el «corralito» fue creado por el entonces ministro de Economía Domingo Cavallo, economista neoliberal que se había sumado al Ejecutivo de De la Rúa en marzo de 2001 e inventor en 1991, durante el Gobierno del peronista Carlos Menem (1989-1999), del régimen de convertibilidad «uno a uno» entre el peso argentino y el dólar estadounidense, creado para poner fin a la «hiperinflación» de 1989-1990.
A dos décadas de la drástica medida, el consenso de los economistas es que el «corralito» pudo haberse evitado mediante el abandono, a tiempo y ordenadamente, de ese sistema cambiario que, por ley, prohibía la emisión monetaria para financiar al Tesoro, obligando a recurrir de forma creciente al endeudamiento externo.
RECESIÓN Y CRISIS
Argentina estaba en recesión desde 1998. Los problemas se agudizaron cuando los mercados internacionales de deuda y el Fondo Monetario Internacional (FMI) le retiraron el apoyo al país, el Tesoro y las provincias se quedaron sin financiación, se aceleró la dolarización de los depósitos y su salida de los bancos y las reservas monetarias cayeron en picada.
«El corralito fue inevitable porque, si la gente continuaba retirando el dinero, los bancos iban a fundir. Pero el Gobierno, al restringir el uso del dinero en efectivo, ignoró la gran informalidad del conurbano de Buenos Aires. Esa gente se volcó a los desmanees», dijo a Efe el economista Jorge Colina, presidente del Instituto para el Desarrollo Social Argentino.
La furia de los clientes bancarios se transformó pronto en la generalizada protesta social que desembocó en la renuncia de De la Rúa.
Pocos días después, Argentina declaró el cese de pagos, por 102.000 millones de dólares, y luego salió del «uno a uno» y devaluó su moneda.
En enero de 2002, el peronista Eduardo Duhalde, presidente provisional de Argentina hasta 2003, profundizó además las restricciones bancarias al crear el «corralón», transformando a devaluados pesos argentinos los depósitos bancarios en dólares.
SECUELAS QUE PERDURAN
El «crack» de finales de 2001 hizo estragos en la economía, que se derrumbó 10,9 % en 2002, con una tasa de pobreza que se disparó al 57,5 % y el desempleo que saltó al 24,1 %.
Aunque la actividad económica se recuperó con vigor en los cinco años subsiguientes, aquella crisis dejó secuelas cuyos efectos aún perduran: Argentina, que sufrió una profunda recesión entre 2018 y 2020, sigue endeudada, con alta inflación y problemas fiscales.
El temor a quedar de nuevo preso del «corralito» sigue rondando, como un fantasma, en la cabeza de muchos argentinos, mientras que los inversores internacionales no se olvidan del «default» del 2001 y las reestructuraciones de deuda posteriores.
Sin posibilidad de financiarse en los mercados internacionales, en 2018, la opción del entonces Gobierno del conservador Mauricio Macri (2015-2019) fue pedir auxilio financiero al FMI por unos 44.200 millones de dólares, deuda que ahora Argentina no puede pagar y busca renegociar. Y la actual vía de financiación del país es la emisión monetaria, con efectos inflacionarios cada vez más difíciles de domar.
«La salida de la convertibilidad en 2002 abrió la puerta a volver a financiar el déficit fiscal con emisión monetaria, que es lo que nos llevó, 20 años después, a la crisis que tenemos ahora», sostuvo Colina.
Salvo contados años, desde 2002 Argentina ha tenido índices de inflación anual mayores a dos dígitos. De hecho, acabará este año con un salto cercano al 50 %, mayor al 41 % que se registró en 2002 tras aquel «salto al vacío» que quedará en la historia.