Rogelio Nuñez (ALN).- La crisis del coronavirus puede acabar siendo la tumba del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro: no en el corto plazo (todo el empeño va a estar puesto en superar la pandemia durante los próximos meses) sino después, cuando el centro de atención gire hacia las actitudes asumidas a lo largo de esta crisis por los gobernantes y cómo ha quedado el país tanto desde un punto de vista económico como social.
Desde que Jair Bolsonaro asumió la presidencia de Brasil el 1º de enero de 2019 los rumores sobre un posible impeachment en su contra no han dejado de circular. Fundamentalmente porque con sus declaraciones y actitudes mostraba que no daba la talla como gobernante: se había rodeado de un círculo de hierro formado, sobre todo, por sus hijos y su gurú ideológico (el filósofo Olavo de Carvalho).
Ese impeachment se ha ido viendo cada vez más factible porque la contracara de la figura de Bolsonaro es su vicepresidente y posible sucesor, el general Hamilton Mourão. Todo lo que de voluble y poco consistente tiene Bolsonaro, Mourão lo posee de ortodoxo y serio. La historia reciente del país, además, recuerda que desde 1990 dos de los siete mandatarios que ha tenido Brasil no pudieron acabar su mandato a causa de juicios políticos (Fernando Collor de Melo en los años 90 y Dilma Rousseff en esta misma década).
Sin embargo, desde mediados de 2019, pese a sus excentricidades, la mejora de la economía y el inicio de las reformas estructurales impulsadas por el ministro de Hacienda, Paulo Guedes, parecían haber hecho olvidar la parte más oscura del personaje. El Ejecutivo logró aprobar una reforma a las jubilaciones, reducir ligeramente los gastos, inyectar liquidez por medio de la liberación de fondos de garantía laboral e impulsar un amplio plan de privatizaciones.
Pero, la crisis del coronavirus puede acabar siendo la tumba de Bolsonaro: no en el corto plazo (todo el empeño va a estar puesto en superar la pandemia durante los próximos meses) sino después, cuando el centro de atención gire hacia las actitudes asumidas a lo largo de esta crisis por los gobernantes y cómo ha quedado el país tanto desde un punto de vista económico como social.
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La crisis del coronavirus que ha reforzado a presidentes como Alberto Fernández en Argentina o Sebastián Piñera en Chile está socavando la estabilidad del mandato de Bolsonaro. En ese futuro cercano (2020-2021), a Bolsonaro le van a faltar los pilares que le ayudaron a consolidarse en el poder en el arranque de su gestión (2019): no va a contar con el viento económico a su favor, ha visto reducido el apoyo popular a su gestión y ha perdido importantes respaldos políticos e institucionales.
Sin viento de cola económico
En primer lugar, no le va a acompañar el viento de cola económico. En enero el Brasil de Bolsonaro vivía instalado en la euforia. El gobierno brasileño proyectó que el Producto Interno Bruto (PIB) para este año pasaría del 2,32 % previsto al 2,4 %. “Los indicadores de empleo y de la actividad han presentado un escenario consistente para la reanudación de la economía en 2020”, señalaban entonces los informes gubernamentales.
Brasil se disponía a dejar atrás la crisis por la que el país atravesó en 2015 y 2016, cuando el hundió cerca de un 7%, en la que fue la peor recesión en las últimas décadas. En 2017 la economía creció un 1,3%, el mismo porcentaje de 2018, mientras que la expansión llegó al 1,2% en 2019. El gran salto debería llegar en 2020 cuando se esperaba que rondara el 2,4%.
Sin embargo, ese cisne negro que es el coronavirus ha hundido las previsiones positivas. El Banco Central brasileño acaba de reducir su proyección de crecimiento para 2020 del 2,2%, calculado en diciembre, al 0%. Los analistas incluso creen que Brasil decrecerá en torno al 0,5%.
Con pérdida de popularidad
La economía no le va a acompañar pero tampoco parece que le respalde la popularidad, incluso antes de que la percepción del declive económico llegue a la población.
Sus reiteradas declaraciones minimizando la importancia del Covid-19 para la salud (“Ha traído una cierta histeria y algunos gobernadores, creo, aunque puedo estar equivocado, toman medidas que van a perjudicar y mucho a nuestra economía”) han causado un extendido malestar. A lo largo de la actual crisis del coronavirus se han sucedido reiterados cacerolazos en su contra: en São Paulo, Río de Janeiro, Belo Horizonte, Porto Alegre y Brasilia. Un malestar que se da, además, entre los sectores que teóricamente le respaldaron en 2018: la clase media acomodada. Si en plena crisis ocurre esto, es de suponer que cuando el país recupere la normalidad y afronte la mala coyuntura económica las muestras de rechazo aumenten.
Las posibilidades de un impeachment aumentan porque en este tiempo ha crecido la estatura política del vicepresidente Mourão, quien ha defendido la apuesta por el “confinamiento” ante la pandemia frente a las declaraciones de Bolsonaro.
Como recuerda Oliver Stuenkel en Americas Quaterly, el estrato social que más votó en 2018 a Bolsonaro ahora le da la espalda: “Durante dos noches consecutivas, el martes y el miércoles, se pudieron escuchar grandes protestas contra Bolsonaro en las zonas de clase alta y media alta de varias ciudades brasileñas que votaron abrumadoramente por el presidente en las elecciones de 2018. Muchos trazaron paralelos con protestas similares que destruyeron las presidencias de Dilma Rousseff y Michel Temer: el primero fue acusado, y algunos ahora se preguntan abiertamente si Bolsonaro enfrentará un destino similar”.
Es por eso que Bolsonaro lucha por evitar el parón de la economía que provoca la pandemia, porque es consciente de que es la puerta a una crisis que le golpearía a él y sus aspiraciones de continuidad en el poder en 2022 en primer lugar. Como apunta Eleane Cantanhede en Folha de Sao Paulo, “Bolsonaro quiere jugar a culpar de la crisis a los medios, gobernadores, prefectos, Congreso, y hasta a China porque teme perder apoyo de su base bolsonarista… tiene pánico de no tener gas para 2022. Con la economía derritiéndose o derretida, todo es más difícil”.
En este contexto el presidente brasileño ha acumulado algunas derrotas simbólicas y significativas: había contratado, por cerca de un millón de dólares, a una empresa publicitaria para conducir una campaña llamada ‘Brasil no puede parar’, que alentaría el fin del aislamiento y la reapertura de comercios. Aunque formalmente no había sido lanzada, en el Instagram del gobierno federal habían publicado anticipos. “En todo el mundo son raros los casos de víctimas fatales entre jóvenes y adultos, casi todas las muertes responden a ancianos. Es necesario proteger a estas personas y todos los integrantes de grupos de riesgo”, decía el post.
Sin embargo, un tribunal de Río de Janeiro prohibió al gobierno federal la publicación de la campaña contra el aislamiento social. Este golpe se unió a la decisión de Facebook e Instagram de eliminar el lunes 30 de marzo publicaciones del presidente Bolsonaro en las que se oponía al confinamiento por considerar que generaban “desinformación”. Un verdadero golpe a la imagen del mandatario.
Merma del respaldo político
Además, su estrategia le ha conducido a perder el respaldo de importantes referentes políticos que hasta ahora mantenían con él una alianza circunstancial. En especial de varios gobernadores de peso: el de Sao Paulo, João Doria, quien decretó cuarentena obligatoria, y el de Río de Janeiro, Wilson Witzel, quien está restringiendo algunas actividades comerciales y sociales. Doria declaró que “lamentaba” haber votado a favor de Bolsonaro, y Ronaldo Caiado, un gobernador conservador del estado de Goiás y partidario del presidente, criticó a los manifestantes pro-Bolsonaro del 15 de marzo por ignorar la recomendación de distanciamiento social: “No tengo más diálogo político con ese hombre. Las cosas tienen que tener un punto final”.
De acuerdo con el diario Folha, la mayoría de los gobernadores de los estados, entre ellos
Sao Paulo y Río de Janeiro, los más afectados por el Covid-19, están considerando demandar a Bolsonaro ante los tribunales si firma un decreto para liberar a los sectores de la economía. “El gobierno federal debe ejercer el liderazgo frente a la crisis y no agravarla”, dijo el gobernador de Bahía, Rui Costa, del Partido de los Trabajadores (PT).
Las posibilidades de un impeachment aumentan porque en este tiempo ha crecido la estatura política del vicepresidente Mourão, quien ha defendido la apuesta por el “confinamiento” ante la pandemia frente a las declaraciones de Bolsonaro. “La posición de nuestro gobierno por ahora es una sola, el aislamiento y el distanciamiento social”, dijo el general retirado Mourão.
Otro de los respaldos clave de Bolsonaro es el presidente de la Cámara de los Diputados, Rodrigo Maia, quien ha estado detrás de los acuerdos en el Legislativo para sacar las reformas del gobierno durante 2019. Si bien ha paralizado los pedidos de impeachment (que han sido tres), también ha dejado levantada una espada de Damocles sobre Bolsonaro para el futuro. Maia, muy alejado ahora del mandatario, considera que Bolsonaro está cometiendo delitos contra la salud pública: “No hay motivo de impeachment. Por más que yo considere que el presidente esté cometiendo delitos contra la salud pública, tenemos que cuidar una crisis por vez”.
Consciente de los peligros que corre su último movimiento, este 31 de marzo ha llamado a un pacto nacional para preservar la vida y “también los empleos”. En medio de otra masiva jornada de cacerolazos bajo lemas como ‘Fuera Bolsonaro’, ‘Fuera fascista’, ‘Basta Bolsonaro’ y hasta ‘Asesino’ en Sao Paulo, Río de Janeiro, Brasilia, Belo Horizonte y Recife, ha reconocido que “ante el mayor desafío que ha enfrentado nuestra generación, tenemos una misión, que es salvar vidas pero sin olvidar los empleos”.
Parece que en medio de la turbulencia no es conveniente hacer cambios, lo que garantiza la continuidad de Bolsonaro, pero su futuro está más en el aire que nunca.