Aníbal Romero (ALN).- Lo que en estos tiempos presenciamos en Venezuela es la deriva del chavismo y la llamada Revolución Bolivariana, desde un atrabiliario y desordenado proyecto de comunismo tropical, que en algunos momentos pareció llevar dentro de su cuerpo una débil pero efectiva vena constructiva, a una postura nihilista y decidida a hacer tabla rasa con lo que resta del país, a inmolarse antes de admitir cualquier compromiso y permitir una ruta pacífica de salida a la tragedia de estos años.
Quitarse de encima el comunismo es tarea compleja y ardua, y se hace en extremo costosa cuando los comunistas se convierten en nihilistas, como ocurre hoy en Venezuela.
Uso el término nihilista (del latín nihil o “nada”) en un marco amplio y parcialmente distinto al que le dieron en su momento diversos filósofos, para quienes el nihilismo significaba el combate contra todos los valores tradicionales y la idea de que la vida no tiene sentido. Hablaré acá de nihilismo como sinónimo de lo que algunos psicólogos denominan pulsión o instinto de destrucción, en oposición a Eros o instinto de vida, analizados como dos principios activos en el alma humana. Nihilismo, según lo entiendo en estas notas, equivale al instinto y voluntad de destruir como principio dominante y fin último de la acción política. Es una voluntad que se desliza hacia la nada.
Cuando vimos a Maduro y su esposa hace unos días, bailando en medio del terror desatado por el régimen en las fronteras venezolanas, pensé de inmediato en que de hecho contemplábamos una parodia nihilista del fin de todas las cosas, una especie de grotesco apocalipsis escenificado para mostrar la victoria suprema del mal
Mi argumento es que lo que en estos tiempos presenciamos en Venezuela es la deriva del chavismo y la llamada Revolución Bolivariana, desde un atrabiliario y desordenado proyecto de comunismo tropical, que en algunos momentos pareció llevar dentro de su cuerpo una débil pero efectiva vena constructiva, a una postura nihilista y decidida a hacer tabla rasa con lo que resta del país, a inmolarse antes que admitir cualquier compromiso y permitir una ruta pacífica de salida a la tragedia de estos años.
Cabe aclarar que en esa vena constructiva, ya totalmente agotada, ha fluido siempre una sangre viscosa, un líquido oscuro y amargo en el que se mezclan un retroceso arcaico (patentizado entre otros ejemplos en el planteamiento del trueque como medio de cambio), con un difuso sueño igualitario de raigambre marxista, a lo que se suma el infaltable elemento de delirio castrista con la quimera del “hombre nuevo”.
Se equivocan todavía y se han equivocado siempre los que desprecian la ideología, como un factor en el impulso que empuja al chavismo hacia los abismos en que se encuentra. No se trata en el caso del chavismo de una ideología elaborada y filosóficamente profunda, sino de una amalgama extravagante que, no obstante, ha servido y sirve de justificación del nihilismo. Este papel como instrumento de justificación que juegan las ideologías mesiánicas, ha sido explicado de manera brillante por Alexander Solzhenitsyn en su gran obra Archipiélago Gulag. El marxismo justificó las atrocidades de Lenin y Stalin y el nazismo las de Hitler, y la amalgama chavista, salvando las necesarias distancias históricas, justifica el nihilismo. La destrucción de Venezuela, para el nihilismo chavista, es preferible a cualquier compromiso, y la inmolación es preferible a cualquier síntoma de aceptación del fracaso, pues “en realidad no ha habido fracaso”, dicen los que así piensan, sino la necesaria devastación a que debe someterse la marcha de la historia hacia la utopía.
Cuando vimos a Nicolás Maduro y su esposa hace unos días, bailando en medio del terror desatado por su régimen en las fronteras venezolanas, pensé de inmediato en que de hecho contemplábamos una parodia nihilista del fin de todas las cosas, una especie de grotesco apocalipsis escenificado para mostrar la victoria suprema del mal, acompañada por la estridencia de una música que encarnaba la burla hiriente ante el sufrimiento humano.
Por esto precisamente, porque el chavismo ha devenido en nihilismo, es que se hace tan complejo y difícil para los venezolanos ponerle fin a la pesadilla del socialismo del siglo XXI. Si los dirigentes chavistas fuesen sólo comunistas, aunque enmarañados e iracundos, las posibilidades de un final al modo de lo que llamo escenario Muro de Berlín, es decir, un final sin traumas espeluznantes ni teatros pavorosos, se acrecentarían. Pero en el marco nihilista que he venido esbozando, un final como el que experimentaron la Unión Soviética, Alemania Oriental, Polonia y otras naciones que languidecían bajo la opresión comunista tras la cortina de hierro, no es una opción probable. El nihilismo chavista empuja de forma casi inexorable las cosas en dirección parecida a la expuesta en la famosa película La caída, que muestra el derrumbamiento del nazismo aplastado por los escombros de un Berlín en llamas. Estoy por supuesto utilizando metáforas y analogías históricas para ilustrar el punto central que deseo articular. Son metáforas y analogías, aunque señalan hacia un punto concreto.
Difiero por tanto de lo aseverado por Marx, cuando dijo que la Historia se repite dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa. Lo de Venezuela está lejos de ser una farsa. Es una tragedia de inmensas proporciones, de la cual, por desgracia, restan por presentarse algunos actos.
Las anteriores consideraciones me conducen a analizar lo ocurrido el pasado 23 de febrero, y a evaluar la estrategia que el presidente Juan Guaidó y la coalición internacional que le respalda, en particular Estados Unidos, han estado ejecutando ante los desafíos planteados. Interpreto que dicha estrategia busca dos objetivos: de un lado minimizar los daños que el nihilismo chavista está empeñado en multiplicar, y del otro lograr que el día después, una vez derribado el régimen, no encuentre a Venezuela desprovista de los medios para enfrentar con éxito la reacción chavista.
Maduro baila en Caracas mientras su policía reprime en la frontera
La línea de la prudencia
Me parece obvio que el 23 de febrero, tanto Guaidó como gran parte de la oposición y de la coalición internacional que les respalda, aspiraban a producir un quiebre, una fractura en el eje del poder chavista, que permitiese un escenario estilo Muro de Berlín. Lo que quizás no midieron con la necesaria precisión fue la fuerza del nihilismo chavista en esta etapa conclusiva. Por lo demás, no es una empresa sencilla, pues los seres humanos, al menos muchas veces, queremos apostarle a la razón, pero es un error hacerlo de pleno en el contexto del nihilismo.
Es más que comprensible el deseo de millones de personas de alcanzar un rápido y decisivo fin a la catástrofe venezolana; sin embargo, pienso con serenidad que el complicado panorama impone que la línea prudente asumida por Guaidó, y los principales aliados internacionales de nuestra liberación, es la más adecuada y promisoria
En ese sentido, me parece de igual modo claro que la oferta de amnistía a los militares, y los llamados a que usen la razón y no prosigan el rumbo suicida que han elegido, con las excepciones del caso, persigue que la Fuerza Armada, a pesar del repudio que en justicia se ha ganado, no se hunda en el infierno del nihilismo chavista, sino que sobreviva, ajustada y reformada, para hacer frente a los enormes retos del día después.
No cabe dudar que el chavismo dejará sembradas entre las ruinas las semillas que posibiliten una continuación de la violencia nihilista, así sea en principio atenuada, y Venezuela requerirá dar una respuesta eficaz a los inevitables brotes de crueldad, estimulados además por la Cuba castrista y el resto de aliados del régimen hoy moribundo. De allí que, repito, la prudencia y la sensatez deben prevalecer sobre cualquier tentación contraria.
Es más que comprensible el deseo de millones de personas de alcanzar un rápido y decisivo fin a la catástrofe venezolana; sin embargo, pienso con la serenidad que el complicado panorama impone que la línea prudente asumida por Guaidó, y los principales aliados internacionales de nuestra liberación, es la más adecuada y promisoria. Ello a pesar de que, como todo venezolano no contaminado de nihilismo, en ocasiones me rebelo e impulsivamente clamo por una vía mucho más expedita. Lo que me contiene es una gran esperanza, que a pesar de todos los reveses he logrado conservar, aunque a veces no me haya sido fácil regarla de nuevo con agua fresca.