Sergio Dahbar (ALN).- Uno de los más singulares coleccionistas de textos únicos clausura una exposición en Nueva York, al tiempo que se incendiaba el Museo Nacional de Brasil y se perdía un patrimonio milenario.
Pocas paradojas resultan más estridentes en este planeta globalizado que las latinoamericanas. Brasil es reconocido como uno de los países más interesantes de América del Sur, con una cultura rica y diversa. Sus habitantes suelen llamarlo con gracia “O pais mais grande do mondo”. Nunca en los últimos tiempos esa frase ha debido confrontarse contra tantos matices inverosímiles.
No cabe duda de que la corrupción ha conocido un desarrollo inusitado en los últimos años, capaz de contagiar a todo el continente, y uno de sus íconos obreros se encuentra detenido por participar en el mundialmente conocido caso Lava Jato, mientras un militarote racista e ignorantón, amante de las armas y melancólico de las dictaduras del pasado, intenta sobresalir entre abucheos en una campaña electoral sin ofertas tentadoras.
Un fuego devastador pareciera haber acabado con 90% de un patrimonio difícil de recuperar, el que guardaba la mayor institución de historia natural y antropología de Brasil
Pareciera que pocas cosas más graves le pueden suceder a un país tentado por la desgracia. Pero la semana pasada se incendió el Museo Nacional de Brasil, con sede en Río de Janeiro. Un fuego devastador que pareciera haber acabado con 90% de un patrimonio difícil de recuperar, el que guardaba la mayor institución de historia natural y antropología de esa nación. Momias, insectos, meteoritos, fósiles… 20 millones de piezas que fueron reunidas en 200 años de existencia (Leer más: El museo que vivió la Independencia de Brasil y hoy es sólo cenizas).
Lo curioso es que han surgido críticas desde la izquierda, que acusan al capitalismo de haber destruido semejante patrimonio. El presupuesto para funcionar era de 100.000 dólares anuales, menos de lo que se destinaba a lavar los automóviles de la Cámara Baja de Brasilia o a mantener el palacio de Gobierno donde gobernaron Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff, por citar a los dos últimos presidentes de Brasil. Que no eran precisamente de derecha.
Todo esto ha ocurrido en los primeros días de septiembre, mes en el que clausura por cierto una de las exposiciones más interesantes que ha visitado la Biblioteca J.P. Morgan de Nueva York. Se trata de “La magia de la caligrafía”: la colección del singularísimo coleccionista brasileño Pedro Correa do Lago. 140 piezas de una colección infinita que incluye cartas a mano de Jorge Luis Borges, el último emperador de China, Mata Hari, Isaac Newton, Albert Einstein, Marcel Proust, Emily Dickinson, Charles Chaplin, Miguel Angel y Vincent Van Gogh, por citar algunas de sus celebridades.
Pocas veces el museo personal de un capitalista genuino como el banquero John Pierpoint Morgan, ubicado en el corazón de Murray Hill, había recibido a otro coleccionista que demostrara una pasión tan extrema por encontrar lo que es único, cueste lo que cueste. Pedro Correa do Lago visitó la Biblioteca Morgan de Nueva York cuando tenía 17 años. “Para mí fue como llegar a la punta del Everest”. Correa se reconoció en Morgan, a pesar de las evidentes diferencias que los separaban en tiempo y patrimonio.
El flechazo fue evidente, porque desde entonces este brasileño comenzó a construir una colección de piezas manuscritas insólitas. Le escribía cartas a gente famosa. J.R.R. Tolkien nunca tomó en cuenta sus ruegos. Francois Truffaut en cambio le mandó un ejemplar de un libro, El pequeño salvaje, sobre una película propia.
La Biblioteca J.P. Morgan
Pedro Correa do Lago es hijo de diplomáticos y viajó en la infancia por el mundo. Aprendió cinco idiomas. Tiene 60 años y dedica su vida a ganar dinero a fin de poder comprar piezas para su colección. Tiene curiosidades de otros tiempos, pero también contemporáneas, como cartas de Steve Jobs, que por ser escasas valen mucho más que las que escribió Abraham Lincoln.
J.P. Morgan, por su parte, fue hijo de un banquero, y fijó residencia en Murray Hill, en la avenida Madison, entre las calles 36 y 37. Visitar hoy la Biblioteca Morgan es una manera de conocer cómo vivía un rico de su época. Lo curioso es que lo acosaban numerosas incertidumbres emocionales. Cambió de colegio nueve veces, tuvo una madre que siempre parecía estar enferma y un padre ausente.
Obsesivo hasta el punto de anotar las iniciales de las niñas que le gustaban y las fechas y costo de cada carta que enviaba, de las entradas de cada museo, de las limosnas entregadas… Tan obsesivo con sus cuentas que sus registros guardan noticia de las flores que compraba, el agua de colonia, las golosinas y los honorarios médicos, que se repetían. Todo en la divisa correcta, en cada caso, como escribe Philip Bloom en su libro El coleccionista apasionado.
En la Biblioteca Morgan se encuentra de visita la colección inesperada de Pedro Correa do Lago. Sin embargo, es un mes aciago para los brasileños, que perdieron un gran museo por falta de previsión
Morgan hizo mucho dinero con la industrialización de Estados Unidos. Y gastó la mitad de su fortuna coleccionando arte y objetos que lo apasionaban. Llegó a adquirir algunos de los tesoros más preciados sobre papel de Occidente. De alguna manera quienes lo conocieron aseguran que compraba con tal voracidad que parecía temerle al fin del mundo. Repetía que las tres palabras más caras en cualquier idioma del mundo eran: unique au monde.
Biblias de Gutenberg, partituras manuscritas de Gustav Mahler, Ludwig van Beethoven, Wolfang Amadeus Mozart y Johann Sebastian Bach, cartas y cuadernos de Charles Dickens, dibujos originales de William Blake, folios de las obras de William Shakespeare, el único fragmento manuscrito que sobrevivió de El paraíso perdido de John Milton, por sólo citar unas piezas al azar del tamaño de su obsesión.
Mientras acomodaba su mansión en Nueva York, para guardar lo que coleccionaba, acumulaba piezas en su casa de Prince Gate, en Londres. El obispo de Massachusetts lo visitó en Inglaterra y se quedó impresionado de lo que había en esa estancia: Rembrandt, Velázquez, Van Dick, porcelanas de Sevres, miniaturas de Holbein, cajas con incrustaciones de piedras preciosas. A medida que la casona de Nueva York quedaba lista, Morgan decidió reírse de sí mismo y decorar una de las salas con un tapiz belga del siglo XVI, llamado “El triunfo de la avaricia”.
En esta Biblioteca Morgan se encuentra de visita la colección inesperada de Pedro Correa do Lago, hasta el 16 de septiembre. Sin embargo, es un mes aciago si se quiere para los brasileños, que perdieron un gran museo por falta de previsión. Y si le vamos a echar la culpa al capitalismo, debemos entender que no hay avaricia mayor que invertir en un negocio de lavado de carros en vez de apoyar el patrimonio histórico de una nación. A varios políticos, más de los que imaginamos, los esperan en el infierno.