Nelson Rivera (ALN).- El éxito logrado por el cohete Falcon Heavy, lanzado por la empresa Space X el pasado 6 de febrero, equivale a un pistoletazo: el inicio de una segunda etapa por el control del espacio, esta vez sobre bases científicas incomparablemente más firmes que antes, pero también alrededor de metas más diversas y complejas. Porque lo que está en juego es lo que ha comenzado a llamarse “economía espacial”.
Han transcurrido más de 50 años, desde que, en octubre de 1957, la Unión Soviética lanzara el Sputnik I, lo que entonces marcó el inicio de la lucha por el espacio. Doce años más tarde, el 21 de julio de 1969, los norteamericanos Neil Armstrong y Edwin Aldrin pisaron la Luna. Desde entonces, esas imágenes están inscritas en los recuerdos del siglo XX y en la historia científica de Occidente.
A lo largo de cinco décadas, la lista de avances científicos que se han producido es abrumadora. El conocimiento del cosmos se ha amplificado a extremos inimaginables. La digitalización ha dotado a los investigadores de herramientas de cálculo y análisis poderosísimas. Los telescopios se han convertido en verdaderos laboratorios inteligentes. Y los ingenieros han dado pasos enormes en uno de los sueños más preciados: producir materiales más resistentes y más livianos, a un mismo tiempo.
A lo largo de cinco décadas, la lista de avances científicos que se han producido es abrumadora. El conocimiento del cosmos se ha amplificado a extremos inimaginables
A esta confluencia de tecnologías y conocimientos, hay que sumar un factor clave: que, en cinco décadas, la exploración del espacio y el uso de satélites no se ha detenido. No sólo hay centenares de satélites operativos, sino que varias naves automáticas han explorado los planetas del Sistema Solar. New Horizons, en julio de 2015, alcanzó su destino en Plutón, después de viajar por casi una década. La acción combinada de observatorios espaciales, satélites, telescopios y naves no tripuladas, no se ha detenido. Pero a las preguntas de siempre, las relativas al origen del Universo, o la de si hay vida más allá de la Tierra; o a la meta de que el hombre ponga un pie en Marte, se suma ahora un estímulo quizás todavía más potente: un negocio de casi 340.000 millones de dólares, que podría multiplicarse por siete u ocho, en dos décadas.
Inmensas riquezas minerales
Quizás el más importante cambio ocurrido en cinco décadas, es que la carrera espacial pasó de lucha bipolar entre Estados Unidos y Rusia, a ser una materia en la que invierten 80 países -Estados Unidos a la cabeza con ventaja muy grande, seguido por China, Rusia y Japón-, pero sobre todo, a ser territorio de la iniciativa privada, liderada por algunos de los hombres más ricos del mundo: Bill Gates, Jeff Bezos, Mark Zuckenberg, Larry Page, Elon Musk, Ricardo Salinas y Richard Branson, entre otros.
El éxito logrado por el cohete Falcon Heavy, lanzado el pasado 6 de febrero, equivale a un pistoletazo: el inicio de una segunda etapa por el control del espacio, esta vez sobre bases científicas incomparablemente más firmes, pero también alrededor de metas más diversas y complejas. Porque lo que está en juego es lo que ha comenzado a llamarse “economía espacial”.
Las perspectivas son de negocios: creación y lanzamiento de estaciones orbitales donde grupos de personas puedan vivir durante largos períodos; aprovisionamiento y logística espacial con doble propósito: enviar recursos y traer de vuelta los desechos y piezas de naves y estaciones que hayan sido remplazadas; transportar, desde las naves automáticas, las muestras que hayan sido recogidas en otros planetas.
Por encima de todo lo anterior, otra promesa resplandece en el horizonte espacial: la cantidad inmensa de minerales que, desde ya, los científicos han detectado en millones de rocas y asteroides distribuidos entre Marte y Júpiter. Se trata de reservas casi inagotables de oro, platino, cobalto, níquel, magnesio, hierro y otros como agua. En la última década, se han descubierto unos 100 asteroides por año.
El descapotable rojo
En noviembre de 2015 Barack Obama firmó la Ley de Competitividad Comercial de los Lanzamientos Espaciales de Estados Unidos, que es la base que ha hecho posible atraer a los capitales privados. En una frase: la ley autoriza la explotación privada del espacio exterior. La antigua idea de que el espacio es de todos, se acabó ese día. En lo sucesivo, la exploración espacial tendrá fines científicos y empresariales. De hecho, ya están en avance proyectos que se proponen ‘capturar’ algún asteroide, transportarlo hasta la Luna y, una vez allí, comenzar a estudiarlo. En un asteroide menor a un kilómetro de diámetro, podría haber el doble del platino extraído de la Tierra en 2.000 años.
Lo que viene no es sólo una economía que tendrá el trillón como medida corriente, sino que dará a Estados Unidos una ventaja estratégica, científica, militar y económica
El Falcon Heavy, cohete lanzado al espacio por la empresa Space X, y que portaba un vehículo Tesla descapotable de color rojo, pertenece a Elon Musk, sudafricano que adoptó la nacionalidad norteamericana. Sus logros son indiscutibles: puso en órbita el descapotable rojo, logró que el cohete más pesado de la historia se levantara con sus 28 motores -lo que inaugura un campo enorme de posibilidades para el transporte pesado- y comprobó lo que hasta ahora parecía imposible: que el cohete retorne y una parte de este pueda ser reutilizada. Y todo esto a costos muy bajos, comparados con los de NASA.
El nombre de Elon Musk ha quedado inscrito en la historia: no sólo por iniciativas como PayPal y el coche eléctrico -Tesla es de su propiedad-, sino por haber sido el primer inversionista privado que cruza la atmósfera terrestre. Musk ha abierto una puerta del tamaño del cielo a los fondos de inversión, que dispondrán de un ancho portafolio de opciones para invertir en los próximos años: fabricación de robots para tareas espaciales, generadores de electricidad solar, turismo espacial, lanzamiento de minisatélites hiperespecializados -no mayores a una caja de zapatos-, sistemas de transporte espacial, explotaciones mineras y mucho más.
Lo que viene no es sólo una economía que tendrá el trillón como medida corriente, sino que dará a Estados Unidos una ventaja estratégica, científica, militar y económica, que difícilmente podrá ser igualada en el siglo XXI. Para Europa, que trabaja arduamente en el cohete Arianne 6, que no es reutilizable y es entre cuatro y cinco veces menor que el Falcon Heavy, el éxito de Musk siembra el campo de dudas.