Sergio Dahbar (ALN).- En agosto pasado falleció la matriarca de los circos de Francia, Rosa Bouglione, a los 107 años. Se convirtió en mito con el Circo de Invierno, Le Marais. Buena razón para recordar a Houdini.
Los obituarios, esas piezas del periodismo que suelen ofrecer materia para la nostalgia, en estos días han despedido a una dama del espectáculo, Rosa Bouglione. Llegó a tener 107 años y se casó en la jaula de los leones, con su marido, Joseph, un osado entrenador de animales. Para entender la esencia de este negocio, el cura no se animó a entrar en la jaula. Ofició el matrimonio desde afuera. Para los compañeros de ruta de Rosa ese era el lugar más obvio del mundo para celebrar una boda.
A principios del siglo XXI, los circos comenzaron a sufrir la crisis. Y el Circo de Invierno no fue la excepción. Alquilaban la arena para conciertos y mítines políticos
Noventa años más tarde, Rosa cerró los ojos para siempre un 26 de agosto de 2108, en la casa que se encuentra a media cuadra de la arena circular de 2.000 asientos que construyó Napoleón III. Allí funcionaba el Circo de Invierno. La familia ha sido sobria en los anuncios de su deceso, pero no guardó recato en la forma de nombrar a la jefa indiscutible de los espectáculos como lo que era: “la reina indiscutible del mundo del circo”.
Nació en el seno de una familia gitana, en una caravana tirada por caballos que en ese momento, 1910, atravesaba Bélgica. Comenzó a trabajar formalmente a los 14 años. Su primer espectáculo fue un baile serbio, que le enseñó la actriz y bailarina estadounidense Loie Fuller. La sobrevive una troupe familiar de hijos, nietos y bisnietos que suman 55 descendientes orgullosos de una abuela nada común.
El Circo de Invierno entró en el mundo grande de las noticias y el espectáculo: lo visitaron Josephine Baker, Ingrid Bergman, Maurice Chevalier, Marlene Dietrich, Rita Hayworth y Jerry Lewis, por citar figuras mitológicas. Carol Reed filmó en 1956 la película Trapecio, con Burt Lancaster, Gina Lolobrigida y Tony Curtis, en los especios del Circo de Invierno. Richard Avedon inmortalizó en 1955 una imagen de la vida cotidiana del circo en la revista Harper’s Bazaar. Hoy esa imagen forma parte de la colección Victoria y Albert Museum en Londres.
A principios del siglo XXI, los circos comenzaron a sufrir la crisis. Y el Circo de Invierno no fue la excepción. Alquilaban la arena para conciertos y mítines políticos. Y comenzaron a presionarlos grupos de derechos de los animales. Uno de sus hijos, Joseph-Eugene, defendió la esencia del negocio: “El circo sin animales es una comida sin vino”. Rosa Bouglione mantuvo la esperanza: “Mientras haya niños”, creía, “habrá circo”.
¿Quién fue Harry Houdini?
La muerte de Rosa Bouglione me ha recordado al otro gran personaje que, si bien no viene del mundo del circo, trabajó el espectáculo del escape circense con alto riesgo, llamado Houdini. Cualquiera de las películas que mostraban sus escapes resultan hoy aterradoras. No sacaba conejos de sombreros o tarjetas de las mangas. En este mito había una demostración real “de coraje, espectacularidad y psicopatología que desafía a la muerte, tres de las cualidades más conspicuas y duraderas del Rey de las esposas”, según Robert Gottlieb.
Rosa Bouglione y Houdini dejaron la pobreza atrás con una osadía y amor por el peligro inusitados. Encontraron en el circo y en el arte del escape una cuerda floja que los convirtió en leyendas
Ehrich Weiss (Harry Houdini) no nació en Appleton, Wisconsin, como se dijo por muchos años; vino al mundo en Budapest, en 1874. Su padre, Mayer Samuel Weiss, nunca fue ordenado rabino; trabajó como fabricante de jabón. En 1876 emigró a América, donde dos años más tarde fue seguido por el resto de la familia: la madre, Cecilia, y sus cinco hijos, incluido Ehrich, de cuatro años.
Mayer Weiss se estableció como rabino en Appleton. Nunca aprendió inglés. Las cosas iban tan mal que la familia tuvo que mudarse, pero en Milwaukee todo lucía peor. En 1887, Mayer y Ehrich se mudaron a Nueva York. En ese momento la pobreza les mordía los talones.
Nadie podría haber imaginado en qué se convertiría Ehrich Weiss. Cuando tenía siete años, todavía en Appleton, ya estaba fascinado por los circos ambulantes, los acróbatas y los contorsionistas. También se encerraba en la tienda local que vendía cerraduras y llaves. Cuando tenía nueve años, en Milwaukee, reclutaba amigos en el circo de un vecindario. Se vanagloriaba de ser “Ehrich, el Príncipe del Aire”.
El azar quiso que se topara con un libro: Las memorias de Robert-Houdin, el mago más famoso del siglo XIX y la fuente de su nombre artístico. Fue este libro el que le trasmitió el amor por la magia. Cuando en 1899 un empresario de vodevil, gerente del circuito de Orpheum, vio el acto de los hermanos Houdini, los reservó en todo el país. El vodevil vivía un gran momento, y al año siguiente se presentaron en Inglaterra. El éxito los abrazó inmediatamente.
Mayer Weiss nunca fue una figura esencial para Houdini. La persona clave para su vida no era su padre, sino su madre, Cecilia. Una relación intensa, devoradora, dramática, de esas que dejan huellas aterradoras. Trabajaba en Alemania en 1913 cuando Cecilia murió de repente. Cuando escuchó las noticias, se desmayó, canceló la gira y regresó a Nueva York. Pidió que se pospusiera el funeral para que pudiera volver a casa, práctica contraria a la costumbre judía.
Quedó devastado. En 1915 escribió: “Es mi deseo que todas las cartas de mi querida amada… sean colocadas en una especie de bolsa negra, y usadas como almohada para mi cabeza en mi ataúd”. Su deseo se cumplió.
Rosa Bouglione y Houdini dejaron la pobreza atrás con una osadía y amor por el peligro inusitados. Ambos atravesaron vidas complejas de emigrados a los que los motivaba la desesperación y la necesidad de huir de las limitaciones. Encontraron en el circo y en el arte del escape una cuerda floja que los convirtió en leyendas. Entendieron que el espectáculo circense nos conecta con lo que es imposible en cada uno de nosotros.