Pedro Benítez (ALN).- De un tiempo a esta parte, y en ocasión de las recientes decisiones de la Justicia estadounidense sobre Citgo, la máquina de propaganda chavista y filo chavista, con réplicas desde los grupos desprendidos de la oposición transformados en satélites del oficialismo, han estado presentado una versión de la inocultable debacle nacional según la cual (palabras más, palabras menos) chavismo y oposición son igualmente responsables e igualmente corruptos.
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Obsérvese el persistente intento desde las redes sociales vinculadas abierta o “disimuladamente” con la línea oficial, así como del programa semanal que conduce el vicepresidente del PSUV, de mezclar a la abanderada de la primaria del pasado 22 de octubre con la gestión del gobierno Interino de la Asamblea 2015.
Por consiguiente, es preferible el mal conocido (Nicolas Maduro) que el mal por conocer (María Corina Machado). Si los herederos del ex comandante/presidente vienen desandando el camino del socialismo, desmontaron el control de cambios, se entienden con los empresarios y hasta han bajado la inflación, ¿para arriesgarse a un cambio político? Hacia allá apunta esta estrategia comunicacional donde la inocencia no impera.
Sin promesas espectaculares
Además, vale la pena destacar la discreta manera con la que el oficialismo ha ido dejando atrás aquel tono amenazador y camorrista de “más nunca volverán”; y, “a Miraflores no entrará más nunca la oligarquía”. Dejando de lado el hecho de que desde hace bastantes años ellos son la oligarquía, lo cierto del caso es que los dirigentes chavistas vienen matizando los elementos más radicales de su discurso, incluso en la puesta en escena; no sólo por el inevitable proceso de aburguesamiento, sino porque son conscientes de su propia debilidad. Una cosa es querer y otra muy distinta, poder.
Ya el chavismo no ofrece espectaculares promesas de “continuar construyendo el socialismo bolivariano del siglo XXI (…) como alternativa al sistema destructivo y salvaje del capitalismo”. O, “contribuir con la preservación de la vida en el planeta y la salvación de la especie humana”. Tampoco con sepultar al dólar y derrotar la conspiración de las casas de cambio de Cúcuta con una moneda virtual (el petro) respaldada en las reservas de petróleo y oro que contiene el subsuelo de la patria de Bolívar. Al contrario, por estos días la gran promesa es ofrecer un bono de guerra económica de 60 dólares, más 40 indexado de cesta ticket. Así comienza el intento de re-reeleción presidencial.
El chavismo varía su retórica
La destrucción en un cuarto de siglo ha sido de tal magnitud que el chavismo está variando su tradicional retórica, equiparado las responsabilidades históricas de los dos lados de la talanquera a fin de diluir la suya de la memoria colectiva.
Ellos se robaron Citgo y quebraron Monómeros, pero que no se hable de la carta de Jorge Giordani (junio 2014) quien, junto con dos ex ministros del ex presidente Hugo Chávez, denunciaron la malversación de 300 mil millones de dólares durante la década precedente; o de lo que desde la hermana República de Colombia comenta el mismísimo presidente Gustavo Petro de los antecedentes “comerciales” del ex embajador Alex Saab; o del mega desfalco que se le hizo a PDVSA, destapado hace justo un año por el propio alto gobierno, que provocó la defenestración del también ex ministro Tareck El Aissami. Solo por recordar tres casos de una lista que daría para llenar de tomos una biblioteca entera.
Por cierto, no tenemos reporte sobre alguna investigación abierta por corrupción de parte de la Justicia de Estados Unidos sobre Citgo o que esa filial de PDVSA haya sido quebrada. Asimismo, seguimos esperando avances de la Fiscalía colombiana sobre el caso Monómeros.
El chavismo no expresa remordimiento
Mientras tanto, el bien aceitado aparato de comunicación del Partido/Estado modifica un tanto lo que ha sido su línea central desde el minuto 1, en enero de 1999; la misma ha consistido en atribuir todo cuanto va mal en Venezuela, cuanto fracaso haya acontecido, escándalo de apropiación de fondos públicos develado, no a quienes han tenido durante un cuarto del siglo todo el poder para tomar todas las decisiones, sin límite legal alguno, contando con más recursos del que dispusieron sumandos todos los gobiernos del siglo XX (incluyendo Juan Vicente Gómez, Pérez Jiménez o Carlos Andrés Pérez, juntos), sino a sus adversarios.
Típico de los populismos/autoritarios que siempre necesitan a quien culpar.
Por lo visto, en el chavismo no hay el más mínimo remordimiento por haber llevado a Venezuela a la situación propia de un Estado fallido; el único gobierno de un exportador importante de petróleo en el mundo que ha provocado una hiperinflación, destruido más del 60% de la riqueza nacional, obligando a más de la quinta parte de su población a emigrar, condenado a toda una generación de niños a la malnutrición y que no puede mantener abiertas las escuelas públicas más dos días a la semana.
Admitamos, no obstante, que desde el campo opositor se ha dado abundante munición a la retórica oficial, cayendo más de una vez en la trampa de intentar pagar con la misma moneda. Sirva de ejemplo el catastrófico episodio del golpe de Estado que encabezó Pedro Carmona Estanga el 12 abril de 2002. Todo el inmenso esfuerzo de resistencia ciudadana ante un mandatario cada vez más arbitrario se tiró al pipote de la basura en cuestión de minutos.
Un anécdota sobre Teodoro Petkoff con el chavismo
Sin embargo, resulta significativo cómo la propaganda oficial nunca distinguió entre los opositores que abiertamente se enfrentaron al Carmonazo y aquellos que se presentaron en Miraflores a respaldarlo. Así, por ejemplo, Teodoro Petkoff desde la misma noche del 12 de abril dijo en un programa de televisión que aquello no tenía cómo explicarse ante la comunidad internacional y que a él no le pidieran que tratara a Carmona distinto de lo que había hecho con Chávez. A esas horas no se sabía cuán rápido sería el retorno del mandatario derrocado. Pero ese no fue un caso aislado; varios conocidos opositores, empezando por el presidente de la CTV, Carlos Ortega, se opusieron abiertamente al decreto de Carmona y dieron refugio en sus hogares a dirigentes chavistas que, lógicamente, se sentían perseguidos.
Hay otro hecho menos conocido o que tal vez pocos recuerden hoy: José Vicente Rangel, consiglieri y ministro del gobierno caído, ese 12 de abril llamó a Teodoro Petkoff intercediendo por el entonces diputado Tarek William Saab que de manera ilegal había sido detenido en medio de una turba. El editor de Tal Cual se movilizó junto con varios periodistas a fin de proteger la integridad del joven “poeta de la revolución”.
Teodoro pasó casi el resto de su vida con prohibición de salida del país, sometido a un proceso judicial por delito de opinión. La causa se cerró casi un año antes de su fallecimiento en 2018 debido a su estado de salud.
Todos los opositores, al mismo saco
Tampoco se valoró nunca desde el alto poder, la cruzada emprendida por él, Julio Borges y Manuel Rosales de sacar a la oposición del barranco abstencionista y llevarla a la senda de la participación electoral. Por el contrario, los tres mencionados, en distintos momentos, serían víctimas de la implacable máquina de intolerancia y persecución oficial. Podemos citar otros episodios similares, pero esto sería tan largo como enumerar los casos de corrupción del chavismo.
De modo que no es posible hacer el inevitable y siempre pertinente balance de los errores y fracasos de la oposición venezolana sin tomar en cuenta el contexto. Sin el desconocimiento de la Asamblea Nacional elegida en diciembre de 2015 no hay abstención en 2018, ni Interinato en 2019 y tampoco sanciones. Alemania invadió Bélgica primero y no al revés.
Pero a la comunicación política chavista nunca le ha interesado distinguir entre opositores moderados y radicales; entre participacionistas (sic) y abstencionistas; entre demócratas y golpistas. Desde el punto de vista del intolerante proyecto de hegemonía autocrática TODOS caen en el mismo saco. Todos son parte de la misma oposición fascista y lacaya al servicio del imperialismo. Comparten el mismo pecado: oponerse a la “revolución”.
Un error no tapa otro error
Es ese un dispositivo fundamental en este tipo de regímenes al cual difícilmente la oposición (cualquier oposición, veamos el caso cubano) puede escapar. En Nicaragua no se distingue entre sacerdotes, viejos militantes del sandinismo, empresarios, dirigentes estudiantiles que nacieron en este siglo, ni viejos opositores a Daniel Ortega. Allí a todos los persiguen, apresan, expulsan del país y les quitan la nacionalidad por igual.
Por supuesto, que un error no tapa otro error. Ni un delito justifica otro presunto o real. Juan Guaidó, Leopoldo López y los jefes de los partidos del denominado G4 tienen la ineludible responsabilidad de rendir cuentas al país por el manejo de activos cuyo control asumieron al constituirse el gobierno interino en enero de 2019. Obviamente fracasaron al desperdiciar la oportunidad de demostrar que podían administrar mejor los recursos públicos que el chavismo, según la denuncia nunca aclarada ni desmentida que, entre otros, formuló en su día el ex presidente de la Asamblea Nacional, Julio Borges.
Pero seamos claros, el chavismo y la oposición no se encuentran en el mismo nivel de la balanza moral; entre otras cosas porque, además de la autocrítica que siempre abunda en la oposición venezolana, la base opositora ha tenido la oportunidad de manifestarse mediante el voto, castigando claramente al G4 y entregando el liderazgo a María Corina Machado. Una oportunidad que la dirección política del PSUV les ha negado sistemáticamente a sus activistas, impidiendo incluso el registro ante el CNE de cualquier opción a su izquierda y despojando de sus símbolos al PCV. La dictadura empieza por casa.