Zenaida Amador (ALN).- El 4 de febrero de 1992 Venezuela amaneció con un intento de golpe de Estado que le dio piso a Hugo Chávez para llegar a la Presidencia unos años después. A 27 años de aquel día, luego de dos décadas de ejercicio del poder, el movimiento que Chávez lideró hace aguas y deja una estela de corrupción, destrucción de la economía, empobrecimiento de la población, desmantelamiento de la institucionalidad democrática y violación reiterada de los derechos fundamentales.
Nicolás Maduro se resiste a abandonar el poder. Son muchas las razones para hacerlo, pero hay una que pesa con más fuerza: Él es el autodenominado “hijo de Chávez”, el encargado de darle continuidad a la revolución bolivariana y, en consecuencia, el responsable de que el chavismo sobreviva políticamente, luego de haber sido la fuerza que tiñó de rojo el mapa latinoamericano y que se ramificaba con ímpetu por todo el orbe.
Nicolás Maduro se resiste a abandonar el poder. Son muchas las razones para hacerlo, pero hay una que pesa con más fuerza: Él es el autodenominado “hijo de Chávez”, el encargado de darle continuidad a la revolución bolivariana
Es complicado que Maduro alcance su objetivo. Si bien por años los seguidores discriminaban entre respaldar a Maduro y ser chavista, como si Hugo Chávez no hubiera tenido responsabilidad de cuanto sucede en el país, esa línea comienza a borrarse. De hecho, ni Maduro ni su partido (el PSUV) lograron la movilización de masas en su apoyo el 2 de febrero, cuando se cumplían 20 años de la llegada de Chávez a la Presidencia.
Por el contrario, en todo el país se hicieron marchas y concentraciones en respaldo a una transición política liderada por Juan Guaidó, quien como presidente de la Asamblea Nacional asumió de forma interina las funciones ejecutivas de la República para llamar a elecciones libres. La población en la calle no sólo rechaza a Maduro y le exige que entregue el poder, la gente rechaza el modelo político que el chavismo implica.
El saldo rojo de la revolución
El 4 de febrero de 1992 una asonada militar sacudió al país, que recién entraba a una etapa de ajuste económico con el impulso del presidente Carlos Andrés Pérez. Hugo Chávez habló por los militares alzados y llamó a la rendición: “Lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados”.
Ese “por ahora” desestabilizó a Venezuela. De esa frase amarró Chávez sus posteriores promesas de “liberación interior y exterior” del venezolano, conectándose con sectores de izquierda que le ayudaron a construir su piso político y con otros sectores que adversaban a los partidos tradicionales y que vieron en él la oportunidad de fragmentar el sistema.
Chávez se vendió como un paladín de la lucha anticorrupción, como un crítico del modelo económico que golpeaba a la población y como la opción de cambio del sistema político excluyente. “La crisis moral está allí, la crisis económica está aquí. Salgamos a la esquina y sentiremos que nos golpea el rostro y el alma”, dijo Chávez el 2 de febrero de 1999 al asumir como presidente de la República mientras renovaba la promesa de transformación.
Pero entre las promesas y los hechos hubo una gran diferencia.
Como parte del cambio del modelo económico Chávez siempre cuestionó la renta petrolera, pero su gestión lo único que hizo fue acentuar la dependencia del petróleo. Prefirió apostar al boom de precios y sacrificó los planes de expansión de la industria, usando los petrodólares para sostener la internacionalización de su modelo político y, dentro del país, acallar las voces críticas a su gestión al facilitar el florecimiento de corruptelas a todo nivel mientras usaba el gasto público para abultar el peso del Estado en la economía y, en consecuencia, la dependencia social.
A dos décadas de chavismo sólo queda una industria petrolera destruida, incapaz de atender la demanda interna de combustibles, que además está hipotecada por el sobreendeudamiento que se contrató en tiempos de bonanza económica y que en la actualidad es más un botín para repartir entre aliados políticos que un activo para la prosperidad nacional.
En 2003 Chávez aplicó controles de cambio y de precios para restringir el margen de acción en su contra sin importar el costo económico de tal medida. En varias ocasiones Aristóbulo Istúriz, actual ministro de Educación, ha reconocido que “el control de cambio se colocó como una medida política, no como una medida económica (…) Si nosotros quitamos el control de cambio ustedes (refiriéndose a la oposición) sacan los dólares y nos tumban, mientras gobernemos tenemos que tener control de cambio”.
Si bien por años los seguidores discriminaban entre respaldar a Maduro y ser chavista, como si Hugo Chávez no hubiera tenido responsabilidad de cuanto sucede en el país, esa línea comienza a borrarse. De hecho, ni Maduro ni su partido lograron la movilización de masas en su apoyo el 2 de febrero, cuando se cumplían 20 años de la llegada de Chávez a la Presidencia
Hoy, a punto de perder el poder, Maduro finalmente avanza en lo que parece el desmontaje del control de cambios. Con el país prácticamente sin ingresos intenta propiciar que el sector privado se ocupe de importar lo que se necesita para producir y atender las necesidades básicas, luego de haberlo impedido y de llevar a la población a un estado de precariedad donde la mayoría está imposibilitada de acceder a alimentos y medicinas.
Ya con Chávez Venezuela llegó a tener la inflación más alta de la región. Pero con Maduro el país lleva 16 meses en hiperinflación y todo apunta a que, como mínimo, la tasa de 2019 llegará a 10.000.000%.
El modelo socialista de Chávez es el trasfondo de esta destrucción. “Me declaro en guerra económica. A ver quién puede más, ustedes burgueses de pacotilla o los que quieren patria. Guerra es guerra”, advirtió en algún momento Chávez mientras impulsaba su campaña de “exprópiese” que, según él, adelantaba en beneficio del pueblo.
La oleada de expropiaciones incluyó más de 5 millones de hectáreas de tierras fértiles y en actividad que, en su mayoría, actualmente están improductivas. Hubo unas 2.000 expropiaciones y estatizaciones en todos los sectores, desde el petrolero hasta el de turismo, que sólo han servido como desaguadero de fondos públicos.
La falsa deidad
En cuanto al sistema político Chávez se ocupó de eliminar la independencia de los poderes públicos y de desmontar cualquier vía legal que pudiera poner en riesgo su sostenimiento en el poder. Con Maduro esto se profundizó, especialmente tras diciembre de 2015, cuando la oposición ganó por la vía electoral la mayoría de la Asamblea Nacional. A partir de allí Maduro aceleró el desmantelamiento de la institucionalidad democrática. Arreció la persecución y cárcel de líderes opositores (políticos, estudiantes, sindicalistas) y la ilegalización de partidos, entre otras irregularidades.
Impuso una Asamblea Nacional Constituyente para legislar al margen del Parlamento y comenzó a diseñar una nueva Constitución sin las ataduras legales que la actual le impone.
Pero el cerco y la exclusión no son sólo para los opositores. Puertas adentro del chavismo no hay espacio para la crítica ni margen para el ascenso de nuevos liderazgos, lo que ha debilitado sus filas y ha impulsado la fragmentación de sus grupos de apoyo.
A esto se suma la corrupción que se gestó desde el inicio mismo del gobierno de Chávez y que por mucho tiempo “el comandante” ni siquiera mencionaba en sus discursos. Luego comenzó a hablar de que era fruto de algunos traidores y lanzó estrategias de “revisión, rectificación y reimpulso” para purgar esos vicios, sin que en el fondo nada cambiara.
Pero lo cierto es que bajo su gobierno desapareció todo rol contralor y con la excusa de la unión cívico-militar proliferaron las camarillas dedicadas a la malversación de fondos públicos que en dos décadas alcanzan cifras que rondan los 300.000 millones de dólares. A diario se descubren casos de exfuncionarios de Chávez incursos en casos de corrupción y, peor aún, ligados al narcotráfico y otras redes internacionales ilícitas, lo que con Maduro se profundizó y ha dado lugar a la extracción ilegal de minerales en lo que parece la rapiña en un país en quiebra.
Al momento de la muerte de Chávez, en marzo de 2013, ya Venezuela estaba en una crisis económica sin precedentes. Sin embargo, su discurso encendido y la conexión que lograba con ciertos segmentos de la población hicieron que su figura fuera idealizada por muchos. Pero con los años, y en la medida en que se han hecho visibles los desmanes del propio Chávez, esa visión mítica también parece desdibujarse.
Aunque se estima que el chavismo duro sigue concentrando a un 15% de la población, la forma como se geste la salida de Maduro puede ser determinante para la evolución que tendrá este movimiento en un eventual cambio político. Para muchos en este momento el chavismo es sinónimo de destrucción y pillaje. Cabe preguntarse si es sólo “por ahora”.