Pedro Benítez (ALN).- Después de años de borrar al ex mandatario Hugo Chávez de la iconografía oficial, vuelven a desenterrar su recuerdo para que dé otra batalla. De cara al 28 de julio el oficialismo desempolva el color rojo, rescata el apellido y las “gestas” golpistas de 1992. No nos hemos olvidado de él compatriotas, es el mensaje que se envía con ciertas designaciones. Fue referencia constante en el V Congreso del Psuv que el pasado sábado nominó a Nicolas Maduro como candidato a la re-reelección presidencial. Nuevamente se le cita y se le recuerda desde lo más alto del poder.
La propaganda del partido oficial anda en busca de ese votante que se confesaba “chavista, pero no madurista”. Todos aquellos para los cuales el ex comandante/presidente evoca (o evocaba) buenos recuerdos; los cupos Cadivi, el incremento del consumo, los años de la bonanza 2004-2010, el reparto populista y los auspiciosos números del Instituto Nacional de Estadística (INE) de Elías Eljuri.
Chávez y Maduro
Un público que sostenía que todo se echó a perder con Maduro. Gente, que, sin detenerse a pensar en las causas, sencillamente concluía que con Chávez las cosas no eran así, con él se vivía mejor. Es más, el único error que le reprochaban es el de haberse equivocado en la designación de su heredero y sucesor. Bien avanzados los años de este en el poder un encuestador venezolano, muy activo en las redes sociales, aseguraba que, con más de 50% de imagen positiva del ex comandante/presidente, “Venezuela era chavista”.
Según ese dato, la estrategia del oficialismo debía consistir en “reconectarse” con esa base social. No faltaron, por supuesto, todos aquellos desplazados del poder que apostaron por un chavismo originario corriendo por fuera del oficialismo, pero se estrellaron contra las inhabilitaciones de la Contraloría, las decisiones de la Sala Electoral que bloquearon el registro de partidos a la izquierda del Psuv y, por supuesto, las eficaces acciones de la policía política. Después de todo las revoluciones son como Saturno.
¿A dónde se fueron los votantes del chavismo?
Pero, ese implacable juez que es el tiempo pasa y también nos recuerda que nada ya es lo mismo; todo se ve muy diferente. A juzgar por las encuestas y el ambiente ciudadano, hace mucho que esa magia en Venezuela se apagó. No es para menos en un país del cual ha emigrado (siendo conservadores) un quinto de su población en menos de una década. Un cambio demasiado profundo tiene que, necesariamente, haber ocurrido en esta sociedad. ¿A dónde se fueron los votantes del chavismo?
Hace seis años, en plena hiperinflación y escasez generalizada de alimentos, los estudios de opinión pública colocaban cómodamente como eventual aspirante presidencial a Lorenzo Mendoza, el más emblemático de los empresarios venezolanos y, por tanto, uno de los personajes más denostados por la propaganda oficial como protagonista de la “guerra económica” y representante de todo lo contrario de lo que “la revolución” ha predicado.
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Al año siguiente, un desconocido Juan Guaidó llegó a alcanzar el 75% de aprobación y, pese a que la oposición no ha logrado desplazar a Maduro del poder, allí tenemos a María Corina Machado punteando en las encuestas, transformada en líder popular. Nadie tiene esos números en Venezuela si no cuenta con el respaldo mayoritario de los pobres. Hace rato que estos cambiaron de bando.
Otro dato interesante, en julio de 2023, en consulta realizada entre la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) y la encuestadora Delphos, reveló que al medir las preferencias entre los ex presidentes Hugo Chávez y Carlos Andrés Pérez, este último se imponía 41,6% vs 28,9 de su adversario. Se ha dicho que la historia es la versión presente del pasado.
La primera etapa de Maduro en Miraflores
La primera etapa de Maduro en Miraflores (2013-2018) fue bajo la sombra de su antecesor. La acusación de “traicionar el legado” condicionó sus decisiones. Recordemos, el antiguo canciller nunca fue de los jefes, no tenía peso propio, no era un Diosdado Cabello, ni perteneció al grupo de los comandantes del 4 de febrero. Luego vinieron años más recientes en los cuales a muchos venezolanos, de regreso al país, les llamaba la atención la ausencia de su anteriormente omnipresente imagen en los aeropuertos y otros sitios públicos. La “revolución” se fue vistiendo de morado y hasta Maduro se permitió registrar ante el CNE su propio partido, distinto al Psuv; el Movimiento Somos Venezuela, en enero de 2018. La estética oficial se comenzó a modificar al compás de la flexibilización económica y el acercamiento a los empresarios. La imagen del gobernador Rafael Lacava, el menos chavista de los chavistas, comenzó a despuntar.
Paralelamente apareció un nuevo culto a la personalidad que no puede otro más sino de quien manda. El que ha sobrevivido a Donald Trump y a las sanciones. Cada día se le lanzaba una pala de tierra adicional a la tumba del ex comandante/presidente. El socialismo había fracasado, era una mala palabra y había que enterrarlo. La derrota de la familia Chávez en su feudo de Barinas en enero de 2022 fue parte de ese proceso y en Miraflores no lo vieron tan mal.
Sin embargo, corriendo contra el tiempo, como el estudiante que no se preparó para el examen con suficiente antelación, emerge, de cara al próximo 28 de julio, la tentación de apelar a la nostalgia. De algo hay que agarrarse. Pero resulta que la gente, aun en condiciones normales, vota por el futuro. No por lo que le dieron.
El deseo de cambio
En Venezuela hay un masivo y consolidado deseo de cambio que se ha establecido desde hace años. Maduro lucha contra eso, no contra María Corina Machado. Ninguno de los artilugios comunicacionales, piruetas retóricas, insidias, campañas para confundir y amenazas, han logrado quebrar la voluntad de la abrumadora mayoría por cambiar y, en esta oportunidad, manifestarlo por medio del voto. Un ciclo político se cerró hace ya varios años. En ese sentido, los resultados de la primaria del pasado 22 de octubre no deberían sorprender. Que no se quiera aceptar ese hecho político, es otro asunto.
Le pasó a AD y a Copei. Los partidos políticos suelen ser víctimas del clientelismo del que no pueden escapar. Pero en un espacio de tiempo más corto, el chavismo pasó de representar a la mayoría popular en el clivaje político de pobres contra ricos que estimuló Chávez, de pueblo contra oligarquía, Catia contra Altamira, a ser la oligarquía misma (la ley de hierro de Robert Michels).
El chavismo también es prisionero
Eso les ha pasado a todos los movimientos políticos en la historia. Pero en este caso ha sido más dramático, más acelerado y más profundo, en primer término por el grado de destrucción humana y productiva que ha padecido Venezuela; el chavismo y el castrismo cubano han sido máquinas de crear anticomunistas. Pero también hay otro hecho a destacar: el chavismo también es prisionero del propósito de perpetuación personal de Maduro. La obsesión por seguir en el poder a toda costa le ha impedido reinventarse, a diferencia del peronismo en Argentina.
Hoy se ha reducido a un grupo de burócratas y conectados, sin otro ideal o propósito común que no sea el de controlar y usufructuar el poder político a toda costa. Busca imponerse desconociendo la voluntad de la sociedad ofreciendo el “no va”; resignense. Dejen eso así. No saldremos ni por las malas ni por las buenas. Su oferta es la desesperanza.
En términos políticos y sociales el chavismo es un zombi. No ilusiona a nadie, no representa aspiración social colectiva alguna, no tiene ideas. Nadie cree que si sigue en el poder Venezuela vaya a estar mejor, habrá menos corrupción y se multiplicarán las oportunidades para todos. Su única idea fuerza (más amenaza que oferta) es que la oposición, “la derecha”, es todavía peor. Matar la esperanza. Subsiste por su control del Estado. Pero no de un Estado potente con tres millones de barriles de producción, sino de uno quebrado y precario; no hay mucho que repartir. De hecho, la oferta asistencialista más sonora consiste en repartir colchones como parte de la Gran Misión Igualdad y Justicia Social Hugo Chávez.
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Un muerto en vida.