Pedro Benítez (ALN).- El chavismo ha sido un proyecto político autoritario concebido con un solo propósito: perpetuar a un hombre en el ejercicio del poder absoluto. Pero por sus orígenes y las circunstancias propias de Venezuela ha sido también un proyecto contradictorio. Hoy esas contradicciones están aflorando a plenitud.
En 1998, de cara a las elecciones presidenciales de ese año en Venezuela, cuyo resultado lucía predecible, el ensayista y profesor de la Universidad de Los Andes (ULA) Alberto Arvelo Ramos publicó un libro que tituló El dilema del chavismo. Una incógnita en el poder.
En ese texto Arvelo Ramos identificaba dentro del aluvional grupo de personalidades y organizaciones que apoyaban el ascenso electoral del entonces candidato presidencial Hugo Chávez tres sectores más o menos bien definidos:
1) Un gran frente popular y democrático, proveniente del desprendimiento del Partido Comunista de Venezuela (PCV) y de grupos de la extrema izquierda que participaron en la lucha armada de los años 60 del siglo pasado contra el naciente proyecto democrático venezolano, pero que habían experimentado una evolución ideológica que los acercaba hacia concepciones más abiertas. Muy crítico del régimen anterior y comprometido con impulsar reformas que ampliaran y limpiaran de sus lastres más negativos a la democracia venezolana. Este fue el sector clave en el triunfo electoral de Chávez en 1998, en la redacción de la Constitución de 1999, y ha encarnado a un chavismo, si no democrático en sus convicciones, por lo menos consciente de la importancia de mantener las formas.
2) Los partidarios de un autoritarismo militar duro, compuestos por los camaradas de armas de Chávez, reducidos en número pero significativos por ser los que lo acompañaron en la primera hora, desde los años de la conspiración, pasando por el alzamiento militar del 4 de febrero de 1992, hasta su etapa de presidio, y por sus vinculaciones personales dentro del Ejército. Este era un grupo nacionalista, anticomunista, muy crítico de la corrupción de los gobiernos del partido socialdemócrata Acción Democrática (AD) y del demócrata-cristiano Copei. Aquí se sitúan por sus orígenes el diputado y expresidente de la Asamblea Nacional Diosdado Cabello y la mayoría de los gobernadores de estados.
3) El grupo de extrema izquierda, que nunca dejó de aspirar a emular en Venezuela un modelo similar al instaurado en Cuba por Fidel Castro y que por lo tanto jamás desistió en conspirar para derrocar por la fuerza al sistema democrático instaurado en 1958. Tan reducido en número como el anterior, pero cuya importancia creció a medida que aumentaba la influencia cubana en la administración chavista. En este se ubicaba el presidente Nicolás Maduro y su círculo más cercano.
Las tensiones entre el ala militar dura y la extrema izquierda
Durante el largo mandato de Chávez las tensiones entre estas facciones fueron permanentes, en particular entre el ala militar dura y los provenientes de la extrema izquierda. La desconfianza entre estos dos sectores tenía sus raíces en el recuerdo de la lucha armada patrocinada por Cuba en Venezuela entre 1962 y 1972, porque fueron los oficiales del Ejército los encargados de derrotarla militarmente.
El enfrentamiento público más reciente entre estos grupos lo protagonizó el exjefe de los servicios de inteligencia (el SEBIN) de Chávez, general del Ejército Miguel Rodríguez Torres, quien en 2014, siendo ministro del Interior, fue cesado por Maduro al respaldar públicamente las operaciones de la policía contra los grupos armados de extrema izquierda (“colectivos”) que han operado libremente en algunos sectores de la ciudad de Caracas. Hoy Rodríguez Torres es un abierto disidente dentro del movimiento chavista.
Hay un chavismo, si no plenamente democrático en sus convicciones, por lo menos consciente de la importancia de mantener las formas
La habilidad (y suerte) de Chávez consistió en mantener unidos a estos grupos, gracias a su capital electoral, al uso de un clientelismo corrupto de una escala colosal y a la ambigüedad de su retórica, democrática en sus promesas pero vaciada de su contenido liberal. En la práctica en Venezuela se instauró la temida tiranía de la mayoría pero manteniendo las formas de una democracia liberal.
No faltaron, por supuesto, las desafecciones, siendo las más significativas las que encabezaron en 2007 el diputado y exdirigente del Movimiento al Socialismo (MAS) Ismael García y el exministro de la Defensa y excomandante del Ejército Raúl Isaías Baduel. Este último organizó la operación militar que devolvió a Hugo Chávez a la Presidencia el 13 de abril de 2002, tras un golpe de Estado, y se cuenta desde hace años entre los presos políticos venezolanos.
Hoy todas esas tensiones y contradicciones están emergiendo en el chavismo ante la propuesta de Maduro de instaurar una nueva Asamblea Nacional Constituyente (ANC). Las posiciones públicas asumidas por la fiscal general Luisa Ortega Díaz apuntan directamente al corazón de esas contradicciones y dan pie a todos los disidentes dentro del movimiento fundado por Hugo Chávez que ha criticado el empeño de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello de proseguir en su propio beneficio el proyecto autoritario.