Pedro Benítez (ALN).- La mejor prueba de que los distintos recorridos de los aspirantes opositores a participar en la elección primaria convocada por la Plataforma Unitaria (PU) algún efecto político han tenido, es la respuesta del oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Como no podía quedarse inerme ante la movilización de calle de sus adversarios, ha arrancado su precampaña electoral. El campo de batalla no se le puede dejar al enemigo. Al menos no sin pelear.
El alto mando político de “la revolución” parece haber sido tomado por sorpresa ante los indicios de que la nada edificante autodestrucción del denominado gobierno Interino no le haya pasado factura, aparentemente, a la oposición tradicional en su conjunto. Por el contrario, la expectativa electoral vuelve a ser la tabla de salvación de esa oposición que se encontraba en peligro de extinción, como consecuencia de su confianza en métodos propios de la medicina naturopática como la abstención electoral, una alianza liberadora internacional y Donald Trump.
También es posible que los voceros y dirigentes más connotados del chavismo gobernante tampoco considerarán en sus cálculos el enfriamiento de la raquítica recuperación económica experimentada el año pasado, con su correspondiente pase de factura a la popularidad presidencial en lo que va de este. Y, eso, sin perspectivas de mejora en lo futuro inmediato; léase, 2024 año electoral.
Además, la sonora campaña anticorrupción con la que empezó este 2023, con su puesta en escena de una fila de medianos, bajos y, en su mayoría desconocidos funcionarios oficialistas, exhibidos en bragas naranjas ante algún tribunal, como prenda de compromiso en la lucha contra la corrupción generalizada y las desviaciones (personales y colectivas) en la que muchos militantes revolucionarios han caído tentados por la perversa sociedad de consumo, tampoco parece que haya logrado revivir el fervor popular.
Encuesta tras encuesta señala que, mientras la oferta de pre candidaturas opositoras (estimuladas por la convocada pero aún incierta primaria) se van multiplicando y posicionando, con una (la de María Corina Machado) encabezando con comodidad el pelotón, la aspiración a la re reelección presidencial del líder y figura principal del PSUV, Nicolás Maduro, se va quedando atrás.
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Sin embargo, que lo anterior no sea motivo para subestimar el chavismo. Pese a quien pese, sigue teniendo su mercado electoral con millones de votantes, muchos como parte del clientelismo, pero muchos otros por elemental lealtad. O la mezcla de ambas. Es cierto que controlar más de 200 alcaldías, empezando por la capital, así como 17 gobernaciones de estado, ministerios, empresas e institutos, es una ventaja no menor (en realidad es parte de su ventajismo), aunque sean parte de un Estado nacional bastante venido a menos.
Y completemos ese cuadro recordando que ese conjunto de prerrogativas van acompañadas por las infaltables facilidades que le otorga su capacidad para manipular la ley, normas e instituciones a conveniencia y en detrimento de sus adversarios.
No obstante, a los ojos de sus jerarcas nada de eso es suficiente sin un factor que han considerado imprescindible: que la oposición se fracture por su propia mano. Que se repita el cuadro 2017 (elecciones de gobernadores); 2018 con abstención y en cayapa contra Henri Falcón; 2021 con más divisiones, peleas y pases mutuos de factura. Por lo pronto, esto no termina de llegar. Pero son pacientes; confían en que la dirigencia opositora se comporte como en Táchira, Mérida, Lara, Bolívar y Miranda en noviembre de 2021, y no como en Barinas en enero de 2022. Ese es el plan maestro.
Maduro contra Maduro
Pero la del año que viene no será (en principio) una elección regional y municipal, sino presidencial. Maduro contra Maduro. Porque la decisión de los electores será sobre él. Por supuesto, él espera enfrentarse contra varios candidatos opositores o seudo opositores, de los cuales uno, inevitablemente, va a despuntar. De modo que en mayor o en menor medida podría ser (está por verse) una campaña medianamente competitiva. Es decir, siempre con el riesgo de que se pierda.
Ante ese escenario el chavismo gobernante, es decir, Maduro, va con una desventaja importante a considerar; no tiene qué ofrecer. Los asesores, estrategas y conocedores de campañas electorales insisten que éstas se ganan ofreciendo algo de futuro que ilusione y genere esperanza. El voto contra el otro sirve, pero no es suficiente.
Digamos que la actual movilización de calle por parte del PSUV “en apoyo al presidente Maduro” no es que provoque delirios de entusiasmo. Su antecesor (con mucho más arrastre popular) hizo campaña ofreciendo “algo”. Primero la Constituyente en 1998; luego fue Barrio Adentro en la elección de 2006; y en 2012 la Gran Misión Vivienda. Esta última la estiraron hasta 2018. Esas fueron las grandes banderas de campaña del chavismo. Todas esas ofertas ofrecían una esperanza. Barrer con los adecos y copeyanos para que la riqueza petrolera, ahora sí, le llegara a todos; una mejor atención a la salud; unas mejores condiciones materiales de vida para las familias venezolanas. De todas esas ofertas sólo la primera se cumplió en parte; las demás fueron nuevas frustraciones para el pueblo venezolano, al menos en su abrumadora mayoría.
Pero ahora el país y el Estado han llegado a un punto en cual el chavismo ya no tiene más nada que ofrecer que no sea la administración de la amenaza. O yo, o el caos. Nosotros somos la garantía de paz y estabilidad (el gobierno), con ellos (la oposición) vendrá la inestabilidad y el conflicto. Aparte de eso, ¿qué les puede ofrecer a los venezolanos?
¿Más libertad y democracia?
¿Más libertad y democracia? ¿La defensa de la soberanía nacional? ¿La protección de los derechos y las conquistas sociales efectuados por la revolución? ¿El eventual gobierno de un opositor va a despojar a jubilados y pensionados de las pensiones peor pagadas del hemisferio?
El gobierno de Maduro está en su situación en la cual no puede ofrecer, ni siquiera, la garantía de un futuro mejor para todos. Si por el contrario la economía venezolana se encontrará hoy en plena y firme recuperación, recibiendo importantes inversiones de todo el mundo en petróleo y gas (aprovechando la oportunidad que para desgracia de los ucranianos presentó Vladimir Putin), con expectativas de que todo va para mejor, pues otro gallo cantaría. En ese escenario buena parte del país razonaría diciendo: sí, el señor ha violado Derechos Humanos, que lamentable todo lo que ha pasado, pero es preferible que siga en el poder a que la recuperación del país se desestabilice con un triunfo opositor. La vida sigue. Esa fue la cuenta que muchos venezolanos sacaron en 2006. Hoy Maduro tendría fácil el 40% de intención de voto.
Pero en vez de eso, desaprovechó la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca para acelerar la negociaciones que le permitieran el levantamiento de, sino todas, al menos buena parte de las sanciones a entregando todo lo que le pidieran, sólo a condición de que él (Maduro) llegara a la elecciones de 2024. En cambio, perdió todo el 2021, 2022 y ya se le fue el 2023 en su estilo de hacer todo a los trancazos.
De modo que en las presentes circunstancias a los creativos del PSUV la mejor consigna que se les ha ocurrido es: #YaTeDijeQueNoVas. O, “la Unión Europea no va a venir a darnos
órdenes”.
Apelar a la mística revolucionaria a fin de resistir el acoso imperial y el “bloqueo” es otra coartada débil, incluso para las propias bases chavistas, en donde todos los días, y desde hace bastante tiempo, se hace evidente que unos son más iguales que otros. La ley de hierro de las oligarquías fue impuesta muy rápido en el PSUV por parte de su líder y fundador.
En Miraflores leen las mejores encuestas todos los días. Sabe cómo se mueve el ánimo popular. Necesitan sacar un conejo de la chistera. Rápido.