Pedro Benítez (ALN).- The Departed (titulada en español Los infiltrados) es una película de gánsteres, crimen y mucho suspenso del año 2006. Dirigida magistralmente por esa leyenda del séptimo arte que es Martin Scorsese, cuenta con un súper elenco de estrellas entre los que destaca otro mito del cine, Jack Nicholson.
La historia arranca cuando un mafioso de Boston se las arregla para introducir un informante en la policía de la ciudad y ésta, a su vez, consigue hacer lo mismo de vuelta. A partir de allí se desarrolla una trama donde nadie confía en nadie, todos traicionan a todos y casi todos los protagonistas se van eliminando en el proceso. Algo así como lo que en años recientes hemos estado viendo en Venezuela (aunque todo indica que en las últimas semanas la dinámica se ha acelerado) con ese movimiento político que ha ejercido el poder político en el país durante casi un cuarto de siglo, y que para ahorrarnos explicaciones denominamos como chavismo.
La «campaña anticorrupción»
Esto no hay que perderlo de vista ahora que el oficialismo venezolano ha retomado el control de la agenda pública con su “campaña anticorrupción” con la cual pretende, en una evidente jugada política a varias bandas, golpear, amedrentar, callar y neutralizar a factores de la oposición dentro del país usando su coartada de “caiga quien caiga”, mientras intenta disimular la auténtica lucha por el poder que se libra puertas adentro.
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No hay que ser muy agudo para darse cuenta que la citada campaña pretende cualquier cosa menos impartir Justicia. Probablemente muchos de los (hasta ahora) 61 detenidos y procesados son efectivamente culpables de lo que se les señala; otros, en cambio, son responsables pero de otros delitos y no de estos que se les imputa; y, como suele ocurrir, en la molienda caerá gente que no tenga nada ver. Este espectáculo apenas empieza. De modo que lo que se está presenciado en Venezuela es una persecución política en el contexto de una lucha cruda y despiadada por el poder.
Codicia en el chavismo
En ese sentido, el espacio, el enorme espacio, en términos financieros, de cargos, etc., que deja el grupo de Tarek El Aissami lo está ocupando otro grupo, que hace rato le había puesto sus codiciosos ojos. La codicia y la desconfianza son las dos variables que están moviendo todo esto. Mientras tanto, los involucrados buscan la manera de seguir disfrutando de las mieles del poder recibido en herencia hace una década, prestos a traicionarse mutuamente de ser necesario. Para muestras tenemos los botones.
Ahora bien, en ese propósito se les presenta un obstáculo mayor: necesitan legitimarse ante la comunidad internacional, a más tardar el próximo año, mediante un proceso democrático más o menos presentable, pero que ellos saben que con su actual jefe a la cabeza, es decir, titular del Poder Ejecutivo, Nicolás Maduro, corren el alto riesgo de no ganar la elección presidencial aún en las presentes condiciones de competencia electoral, con todo el ventajismoel a su favor, e incluso con la oposición dividida. Parafraseando a Karl Marx, un fantasma recorre Miraflores, el fantasma de Barinas.
Amor por Chávez, rechazo a Maduro
Como se recordará, en las elecciones de enero de 2022 la candidatura oficialista salió derrotada en la cuna del fundador del movimiento, pese a todos los abusos, inhabilitaciones exprés y en contra de todos los gobernadores, alcaldes, diputados de otros estados e incluso ministros del Gobierno nacional que durante un mes hicieron campaña ofreciendo el oro y el moro a cuenta del presupuesto público. No está de más recordar que ese accidentado proceso comicial ocurrió en el contexto de las elecciones regionales y municipales de noviembre de 2021, en las cuales la oposición al chavismo nunca fue tan dividida y nunca ganó tantas alcaldías, la mayoría de la cuales están ubicadas en el eje llanero del país que va de Apure a Guárico.
Es decir, en entidades otrora bastiones del oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Esos resultados guardan correspondencia con otro dato que a lo largo del año vienen indicando los estudios de opinión que maneja el propio Gobierno; según éstos la mitad de las personas que en el país se identifican o guardan un buen recuerdo del ex presidente Hugo Chávez rechazan a Maduro y expresan ese rechazo castigando al partido de Gobierno. Es decir, hay un quiebre de su base electoral que luce consistente. Así la cosa es muy cuesta arriba.
Circo a falta de pan
Sin embargo, tratándose de alguien por el cual no se daba ni medio diez años atrás, pero que se las ha ingeniado (por las malas maneras, es cierto) para mantenerse en el poder, es comprensible que Maduro tenga una gran confianza en sí mismo y por lo tanto crea que de está tan bien puede salir bien librado. En ese sentido ha lanzado su “campaña anticorrupción” y hasta se ha permitido presentar su propio programa de televisión, que nos imaginamos le hará competencia al popular espacio que en la cadena del Estado conduce el vicepresidente del PSUV. A falta de pan tenemos circo.
Pero si ese ejercicio de prestidigitación no resulta, el problema de fondo sigue presente. En ese sentido, y desde hace rato, hay una operación política bastante ambiciosa en sus propósitos en desarrollo con un planteamiento que vendría siendo el siguiente: ante el chavismo sin Chávez, que estaría encarnando Maduro, hay que presentar el chavismo con un Chávez. La cabeza más visible de esta maniobra (porque hace todo lo posible por llamar la atención) es el ex ministro de Petróleo y ex presidente de PDVSA, Rafael Ramírez.
Una obsesión colectiva
Lo suyo ya es más que una obsesión (que lo es) y las ganas de cobrárselas a Maduro (que también lo es). De cara al mundo del chavismo Ramírez tiene un punto; él dice, Maduro malbarató el capital político que recibió pero yo sé cómo recuperarlo. Si queremos seguir mandando, hay que sacar a Maduro del juego. Ese es el mensaje que insistentemente envía.
No entremos aquí a discutir si tiene razón o no, ni recordar su responsabilidad ineludible en la debacle venezolana. Su mensaje va dirigido a un grupo muy específico y en particular a unos factores del poder dentro del régimen.
Y esto nos lleva a abordar otro fantasma que recorre, ya no Miraflores, sino al chavismo como movimiento; la traición. Esta es su más grande obsesión colectiva, quién o quiénes serán los próximos traidores. Si alguien del grupo se pasó de rosca robando es porque con toda seguridad estaba conspirando. Si alguien formula una legítima crítica a la gestión de gobierno, pues ese es un traidor a la patria. Eso es parte del lenguaje chavista, no de ayer, sino desde el día uno. Traidores, lacayos, escuálidos y apátridas.
Además, es típico de los regímenes autoritarios que cuando han eliminado a la oposición, y ante la lógica ausencia de normas democráticas para ordenar pacíficamente la alternabilidad en el ejercicio del poder, sus dirigentes empiezan a eliminarse unos a otros. En una democracia (como en los vituperados 40 años del puntofijismo) el que pierde se va para su casa; aquí el que pierde va preso o al exilio. Al final sobrevive el más apto o el que tenga más suerte. El chavismo está inmerso en ese proceso.
Traiciones en el chavismo
Chávez traicionó a Luis Miquelena, a los comandantes que lo acompañaron en la felonía militar del 4 de febrero de 1992, y luego al general Raúl Isaías Baduel que el 13 de abril del 2002 lo rescató y repuso en el Gobierno. Por su parte, Maduro habría traicionado a Rafael Ramírez, pues según la versión de éste tenían el compromiso, junto con Diosdado Cabello, de turnarse en la Presidencia. Nadie nunca dijo que Maduro sería presidente vitalicio, que es lo evidentemente aspira.
Por cierto, revisando la hemeroteca, encontramos que Maduro también traicionó a Tareck El Aissami, pues éste, en noviembre de 2017, cuando entre los dirigentes chavistas no estaba claro que el mandatario debía ir a la reelección, fue el primero en manifestar su respaldo a la reelección presidencial para un segundo mandato en los comicios de 2018.
Ahora, de cara al 2024, es El Aissami el que queda fuera del juego. La oposición venezolana, a la que tantas cosas se le puede criticar, al menos ha buscado siempre alguna manera más o menos democráticamente de elegir a sus abanderados. En el PSUV, en cambio, eso ni existe ni se les espera. La única manera que hay para modificar las cosas allí dentro es como lo hace el denominado chavismo disidente; conspirando. No hay otra. Maduro, que también fue conspirador, lo sabe. Su problema consiste en identificar a los conspiradores. ¿Quién será el próximo?