Ysrrael Camero (ALN).- La XXV edición del Foro de Sao Paulo, que finalizó el 28 de julio en una Caracas devastada por la crisis y el autoritarismo, es el epitafio de una iniciativa que se inició hace casi tres décadas. De la reunión de Caracas nada útil se puede extraer, ni para América Latina ni para quienes sostienen algún valor progresista. No hay experiencias locales innovadoras que resaltar, ni ampliación a nuevos sectores, ni un atisbo de modernidad ni un cambio de perspectiva.
Loas a experiencias autoritarias como las de Cuba, Nicaragua y Venezuela, usando a Caracas como escenario de un turismo político similar al que se hace en La Habana, despilfarrando los pocos recursos que le quedan a Venezuela, ya que tuvo un costo de 200 millones de dólares.
Los delegados debatieron de espaldas a las circunstancias reales que viven los latinoamericanos, con un discurso anquilosado y ensimismado, que sustituye el análisis por la consigna y el eslogan. Nicolás Maduro no sumó con este encuentro, ni las izquierdas latinoamericanas tampoco. Su aislamiento es cada día más evidente… y acelerado.
Los delegados debatieron de espaldas a las circunstancias reales que viven los latinoamericanos, con un discurso anquilosado y ensimismado, que sustituye el análisis por la consigna y el eslogan. Nicolás Maduro no sumó con este encuentro, ni las izquierdas latinoamericanas tampoco. Su aislamiento es cada día más evidente… y acelerado.
El Foro de Sao Paulo fue creado en 1990 con la intención de generar un espacio de debate que les permitiera a las izquierdas latinoamericanas superar la confusión y diseñar una alternativa al neoliberalismo imperante. Hoy luce agónico y reaccionario, incapaz de cortar sus vínculos con el fracaso de experiencias autoritarias como las de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Si las izquierdas quieren avanzar, hay que ayudar a bien morir al Foro de Sao Paulo, donde ya no hay nada que buscar.
Los cambios globales que recorrieron el período que va del derrumbe del Muro de Berlín en noviembre de 1989 hasta la disolución de la Unión Soviética en diciembre de 1991 generaron un terremoto político y cultural con repercusiones profundas en América Latina, que tuvieron un impacto en los diversos movimientos de la izquierda de la región.
Latinoamérica parecía estar completando su propio proceso de democratización. La sustitución de las dictaduras militares por presidentes electos por el voto universal, directo y secreto convertían al hemisferio americano en la región más democrática del planeta. ¿Esto ocurrió en todos los países? ¡No!, Una isla se resistió al cambio. La dictadura cubana de Fidel Castro y su Partido Comunista bloqueó cualquier mínima apertura política, prefiriendo sumergir a los cubanos en la miseria del “período especial” que iniciar una perestroika caribeña.
Pero no sólo estábamos en presencia de la democratización de la política, también América Latina se encontraba en un proceso de reforma del Estado marcado por la apertura y liberalización económica. El paradigma neoliberal se tornaba hegemónico en los gabinetes de las democracias recién estrenadas. Las privatizaciones y la reducción de la intervención económica del Estado marcaban el contexto económico.
En medio de ese contexto de confusión, anonadamiento y necesidad de respuesta apareció la iniciativa de crear un espacio de discusión sobre las perspectivas de los movimientos de izquierda en el continente.
El poderoso Partido de los Trabajadores (PT), dirigido por el popular líder sindical Luiz Inácio “Lula” Da Silva, impulsó la creación del Foro. La ciudad de Sao Paulo estaba regentada desde 1989 por Luiza Erundina, dirigente del PT, por lo que se escogió a esta gran ciudad de Brasil como primera sede.
Era difícil juntar las distintas tradiciones de las izquierdas latinoamericanas. Desde 1959 un abismo se había venido ensanchando entre dos perspectivas políticas en las izquierdas, negadas a reconocerse entre sí.
Los movimientos nacional-populares reformistas y democráticos, como Acción Democrática en Venezuela, el Partido Liberación Nacional en Costa Rica, el Partido Aprista Peruano, se habían comprometido con la democratización del continente, algunos de ellos peleando también contra guerrillas de la izquierda armada. En el Cono Sur los movimientos de izquierda democrática, como la Unión Cívica Radical argentina, el Partido Socialista chileno, el Frente Amplio uruguayo, se encontraban comprometidos con la consolidación del Estado democrático de derecho como parte integral de su lucha. Para todos estos movimientos la democratización del continente representaba un triunfo luego de 60 años de lucha por la libertad frente a dictaduras militares.
Frente a ellos se encontraban las izquierdas más radicales, muchas de las cuales habían optado por la estrategia de la lucha armada, la guerrilla, en un proceso de emulación y admiración a la revolución cubana. Los comunistas veían insuficientes a las democracias nacientes y percibían los retrocesos en los derechos sociales como la amenaza central. Su crítica al neoliberalismo se deslizaba con frecuencia de la economía a la política.
La confusión y la incertidumbre eran comunes a todos los campos. El paisaje y la cartografía del futuro no estaban claras y el horizonte parecía difuminado. Fue esa indeterminación la que permitió unir parte de la diversidad de estas tradiciones durante estos foros. Sin embargo, tres actores irían progresivamente colmando la escena y marcando la agenda: Brasil primero, Venezuela después y Cuba a lo largo de todo el período.
Los periféricos contestatarios
En una primera etapa, entre 1990 y 1998, los debates estuvieron marcados por la recurrente crítica al neoliberalismo en medio de diversas tormentas de ideas sobre propuestas alternativas, que se centraban fundamentalmente en experiencias locales de participación comunitaria mientras se defendía al régimen castrista que dominaba a Cuba.
El encuentro inaugural se realizó en Sao Paulo en julio de 1990 con una retórica antiimperialista a la defensiva, 48 organizaciones proclamaban su defensa de las revoluciones cubana y sandinista, mientras Lula hacía una destacada participación.
El Partido de la Revolución Democrática, una escisión del PRI mexicano encabezada por Cuahtémoc Cárdenas, fue el anfitrión de la segunda cita, realizada en la ciudad de México en junio de 1991, con la incorporación de invitados europeos. En su declaración final reconocieron los participantes el carácter autoritario del “socialismo real” que se derrumbó en Europa oriental al mismo tiempo que ratificaban la solidaridad con la revolución cubana.
Díaz-Canel viajó a Caracas para salvarle a Maduro la fiesta del Foro de Sao Paulo
Los sandinistas nicaragüenses recibieron a las delegaciones para el tercer encuentro, realizado en Managua en julio de 1992. Casi dos centenares de invitados de América Latina, África, Asia y Europa. En medio del período especial, en junio de 1993, con los cubanos hambrientos y oprimidos, La Habana de Castro fue la sede de la cuarta edición, desapareciendo las menciones al autoritarismo del socialismo real. Fidel Castro se convirtió en el centro del evento.
Desde 1990 el Frente Amplio gobernaba en Montevideo. Esta experiencia local colocó a esta ciudad como sede de la quinta reunión del Foro en mayo de 1995. En medio del proceso de paz en Centroamérica se realizó en San Salvador el encuentro de 1996, siendo recibidos por el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional.
El séptimo foro retornó a Brasil. La ciudad de Porto Alegre, que se había convertido desde 1989 en estandarte alternativo de gestión local participativa con el PT, fue el lugar escogido para la realización de la reunión en 1997. Ese mismo año Cuahtémoc Cárdenas se convirtió en el primer jefe de gobierno electo de la Ciudad de México. Esto brindó el espacio ideal para que el Foro retornara a la locación azteca en noviembre de 1998, pero ahora con un PRD en el gobierno local.
Hasta este momento los participantes en el Foro de Sao Paulo eran movimientos radicales con escasa participación en el ejercicio del poder, más allá del ámbito local, pero su presencia en grandes ciudades como Sao Paulo, Montevideo o Ciudad de México parecía proyectar una posibilidad de construir una alternativa dentro de las democracias consolidadas latinoamericanas. El gran salto estaba por ocurrir.
La danza del poder
No quedaba claro quién era Hugo Chávez para aquellos que se reunían en el Foro de Sao Paulo a fines de los 90. El militar golpista de 1992 había recibido la bendición de Fidel Castro en su visita a La Habana en 1994. Su entorno era diverso y aluvional, pero quedaba claro el derrumbe de los partidos tradicionales que hizo posible su llegada al gobierno.
La realización del XVIII Encuentro del Foro de Sao Paulo en Caracas en 2012 constituyó el cierre de una etapa y la despedida de Hugo Chávez de la escena política. Con un descenso claro hacia un régimen cada día más autoritario y menos competitivo y con el inicio de una caída de los ingresos petroleros los tiempos de bonanza iban desapareciendo.
El chavismo, con la progresiva autocratización de sus prácticas y con el uso generoso de sus recursos petroleros, contribuiría a corromper a las nuevas élites políticas de toda la región, su legado sepultaría al Foro de Sao Paulo como constructor de alternativas creíbles.
Entre la reunión de Managua en 2000 y la realizada en Caracas en 2012 medió una década de ascenso al gobierno de diversos líderes provenientes de las izquierdas que habían compartido espacio y discusiones en los encuentros del Foro de Sao Paulo.
Pero quedaba clara la existencia de dos izquierdas, como lo señalaban Teodoro Petkoff y Demetrio Boersner, con las tensiones que esto implicaba en la medida en que accedían a posiciones de poder. En Chile el Partido Socialista, dentro de la Concertación, protagonizó gobiernos progresistas que combinaban avances sociales con crecimiento económico y modernización. Desde un histórico luchador por la democracia, Ricardo Lagos, quien gobernó entre 2000 y 2006, hasta Michelle Bachelet, presidenta entre 2006 y 2010, y luego entre 2014 y 2018, protagonizaron un período de bonanza y bienestar en libertad para los ciudadanos chilenos.
En el otro extremo se encontraba el proceso acelerado de autocratización que lideraba Hugo Chávez en Venezuela, en alianza cercana con Fidel Castro. Fueron recursos petroleros venezolanos los que terminaron de sacar a Cuba del período especial, esta alianza salvó a la revolución cubana, en perjuicio de los sufridos pueblos de Venezuela y de Cuba. Esos mismos recursos petroleros, distribuidos con generosidad a través de la denominada “diplomacia de los pueblos” y de los jugosos contratos, contribuirían a corromper a las élites del continente que se acercaban a un chavismo que no reconocía límites en su saqueo.
Lula era otra historia. Un liderazgo construido mucho antes de que Chávez emergiera a la escena. Había madurado desde aquellos días en que era un vehemente dirigente sindical luchando contra la dictadura. El Partido de los Trabajadores tenía entidad propia desde que apareció en 1980. En 2003, finalmente, tras varios intentos, Lula gana las elecciones, convirtiéndose en la representación de una izquierda distinta al dogmatismo polarizador y agresivo de Chávez. Lula construyó alianzas con empresarios de Brasil, proyectando también una manera distinta de construir en libertad y luchar contra la pobreza.
Los encuentros siguieron, retornando a La Habana en 2001, en la ciudad de Guatemala en 2002, en el Quito de Rafael Correa en 2003, en el Sao Paulo de Lula en 2005, volviendo al San Salvador del FMLN en 2007 y al Montevideo de Tabaré Vásquez en 2008, para desembocar en México nuevamente en 2009.
Nuevos liderazgos emergieron en medio del boom de los commodities, la lotería de bienes volvió a generar una oportunidad para el crecimiento de las economías latinoamericanas. Hubo quienes aprovecharon la ocasión para crecer construyendo institucionalidad: Brasil, Chile y Perú sorprendieron en su momento. Pero hubo otros que engordaron el consumo sin generar el verdadero cambio estructural. Para estos países el despertar sería trágico, aunque ninguno como Venezuela, que sufrió un saqueo inédito en la historia.
Los recursos venezolanos llenaron las alforjas de las campañas políticas de muchos socios en la región. Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega, los Kirchner recibieron apoyo, tanto político como económico, del chavismo, hasta ser envueltos en su dinámica de corrupción. Iniciativas como el ALBA y Unasur, entre otras, constituyeron, o se convirtieron, en ejercicios de voluntarismo con la pretensión de crear una red de lealtades políticas para apoyar al chavismo en el escenario internacional.
Las movilizaciones indígenas en Bolivia derrumbaron el gobierno de Gonzalo Sánchez de Losada. En 2006 el dirigente indígena de los cocaleros, Evo Morales, se convirtió en presidente. La confrontación y polarización política fueron usadas para cambiar las reglas de juego, iniciando un proceso progresivo de autocratización que todavía avanza.
En Argentina la dispersión peronista y la crisis económica de 2001 desembocaron en la elección presidencial de Néstor Kirchner en 2003. Su gobierno consiguió en Hugo Chávez un aliado cercano, para la política y para las negociaciones. Ese legado lo heredó su esposa Cristina Fernández cuando se convirtió en presidenta en 2007. Por lo mismo resultó natural que Buenos Aires fuera la sede del Foro de Sao Paulo en 2010. Doce años se extendió el dominio kirchnerista sobre Argentina.
Desde la Managua tiranizada por Daniel Ortega, donde se realiza la reunión de 2017, hasta la Caracas sometido al despotismo de Nicolás Maduro donde se ubicó la última reunión, pasando por el encuentro en La Habana de 2018, ya no hay manera de salvar un foro envuelto en una radicalización reaccionaria que aplaude despotismos y tiranías.
Las economías de América Latina recibieron el impacto de la crisis mundial dependiendo de dos factores, de la exposición que su sector exportador tenía a la caída del precio de las materias primas y a la fortaleza de sus instituciones. Esto no escapó a los socios del Foro de Sao Paulo. Brasil y Chile resistieron bien. Venezuela siguió disfrutando de altos precios del petróleo con los que ayudó a sus socios preferentes mientras destruía toda su capacidad interna para generar riqueza.
En Nicaragua, Daniel Ortega había vuelto a la Presidencia en 2007. En Managua se realizó la reunión del Foro en 2011. El sistema político nicaragüense, particularmente débil desde el punto de vista institucional, se autocratizó sin pausa hasta desembocar en el despotismo arbitrario hegemónico que hoy reprime a la ciudadanía con la misma saña que lo hizo la familia Somoza a mediados del siglo pasado.
La realización del XVIII Encuentro del Foro de Sao Paulo en Caracas en 2012 constituyó el cierre de una etapa y la despedida de Hugo Chávez de la escena política. Con un descenso claro hacia un régimen cada día más autoritario y menos competitivo y con el inicio de una caída de los ingresos petroleros los tiempos de bonanza iban desapareciendo.
La oportunidad perdida
El ciclo presidencial de Lula había finalizado en 2010, su liderazgo permanecía sólido a pesar de los escándalos de corrupción que envolvían a los políticos de su partido. La elección de Dilma Rousseff como presidenta fue su último éxito político, garantizando continuidad en la línea política moderada del PT.
Para 2013 el Foro vuelve a Sao Paulo, pero el clima de cierre dominaba el encuentro. La muerte de Hugo Chávez y la polémica elección de Nicolás Maduro como presidente en medio de una caída de los precios internacionales del petróleo anunciaban la inminencia de un fracaso monumental.
Finalmente, en agosto de 2014 le tocó el turno a Evo Morales de oficiar de anfitrión de la reunión del Foro en La Paz. En Ciudad de México se realizó el encuentro de 2015, que resultaría el último con Cristina Fernández de Kirchner en la Presidencia argentina, ya que saldría del cargo en diciembre de ese año. El XXII Encuentro se realizó en San Salvador en junio de 2016, sin nada que resaltara.
La sorpresa que encontrarán los invitados de Diosdado Cabello al Foro de Sao Paulo en Caracas
La agonía terminal
Los lugares escogidos para los últimos tres encuentros del Foro de Sao Paulo son una declaración clara de compromiso con regímenes autoritarios y violadores de los derechos humanos.
Desde la Managua tiranizada por Daniel Ortega, donde se realiza la reunión de 2017, hasta la Caracas sometido al despotismo de Nicolás Maduro donde se hizo la última reunión, finalizada hace pocos días, pasando por el encuentro en La Habana de 2018, ya no hay manera de salvar un foro envuelto en una radicalización reaccionaria que aplaude despotismos y tiranías.
Si la izquierda quiere tener un futuro en América Latina debe dejar morir al Foro de Sao Paulo, ya nada progresista puede salir de allí. Declaraciones rimbombantes plenas de lugares comunes sin propuestas creíbles ni experiencias edificantes. Efectivamente…, “otro mundo es posible…”, pero puede ser terriblemente peor.