Pedro Benítez (ALN).- En Chile ha ocurrido un terremoto político que deja al Gobierno del presidente Gabriel Boric muy tocado. Luego de tener al alcance de la mano por medios democráticos el poder total, la coalición de izquierda chilena (Frente Amplio y Partido Comunista) se ha llevado la peor derrota de su historia.
Es también la primera derrota para la generación de dirigentes políticos que hicieron acto de presencia en la vida pública chilena con el movimiento estudiantil de hace una década y, además, para la nueva izquierda postmarxista no socialdemócrata hoy tan de moda en América y Europa.
Montado en la ola del proceso constituyente, Gabriel Boric acumuló en un tiempo muy corto un poder político con el que jamás hubiera soñado alcanzar el malogrado expresidente Salvador Allende, cuando intentó su “vía chilena al socialismo”, entre 1970 y 1973, con apenas un tercio del voto popular y la mayoría del Congreso en contra.
Por el contrario Boric fue elegido con el 56,8% de los sufragios en la segunda vuelta del 19 de diciembre de 2021, y aunque su coalición no logró la mayoría en el Congreso, su agenda política gozaba de una hegemonía absoluta en la Convención Constituyente (CC) y, se suponía, de un respaldo popular abrumador.
El 20 de octubre de 2020, en el primer plebiscito desde 1989, el 78% de los votantes aprobó el inició del proceso constituyente para redactar una nueva Constitución, contra el 22% que lo rechazó. La tendencia hacia el cambio fue ratificada cuando en las elecciones de los miembros de la CC de mayo de 2021, las distintas listas de izquierda o independientes alcanzaron más de dos tercios del cuerpo, dejando a la coalición de centroderecha absolutamente impotente, incluso de ejercer el bloqueo.
El país que había sido el laboratorio de las políticas de libre mercado en los años setenta y ochenta del siglo pasado daba un giro completo. Por esos avatares de la historia volvería a ser un laboratorio pero de signo opuesto: desmontar el modelo neoliberal y consagrar constitucionalmente el indigenismo y el ecologismo entre otras políticas.
En cuestión de seis meses todo eso se vino abajo y la iniciativa política ha regresado a manos de la (hasta la semana pasada) desprestigiada tradicional clase política chilena.
¿Cómo ha sido posible?
La clave está en el 35% del electorado chileno, el más apolítico, el que menos cree en los partidos políticos y en la política general, que no se movilizó en el plebiscito de octubre de 2020, ni en la elección de los miembros de la Convención Constituyente.
En la primera consulta la participación fue del 50% del electorado y en la elección de la Convención sólo del 41%. En cambio este pasado domingo el plebiscito, donde el rechazo al proyecto de constitución se impuso casi 62% versus 38% de salida, la participación fue del 85,8%. Con más de 13 millones de votantes ha sido todo un récord en ese país. Finalmente la abstención no fue la que decidió.
El rechazo al proyecto de texto constitucional se impuso en todas las regiones del país (incluso las que ganó Boric en diciembre), en todas las ciudades, en todas las clases sociales y en la Araucanía superó el 70% de los sufragios.
Es difícil determinar un sólo factor que haya provocado la movilización de todo ese electorado. Tampoco queda claro quién perjudicó a quién; si la mala imagen que dejó en el público la Convención Constituyente a Boric, o si el Gobierno de éste a la Convención.
Según lo venían indicando semana a semana las principales encuestadoras de ese país, en particular la prestigiosa Cadem, la mayoría de los chilenos nunca giraron a la izquierda. Boric ganó en segunda vuelta más por el rechazo a su adversario de la derecha más conservadora, José Antonio Kast, que por un voto hacia él y su proyecto político. En primera vuelta Boric llegó de segundo con el 25% de los votos. Esa es su base dura, comprometida y movilizada en el propósito de instaurar un nuevo régimen político en Chile.
Pero resulta ser que son las urnas electorales y no la movilización de calle las que reflejan la verdadera realidad de una sociedad.
Los promotores del proceso constituyente les ofrecieron a los chilenos un modelo constitucional que consagrará un Estado de bienestar social siguiendo el modelo escandinavo y terminaron redactando un texto de izquierda radical con una grotesca puesta en escena.
Según los estudios de opinión que divulgó Cadem, hubo tres momentos claves que determinaron el divorcio definitivo de la abrumadora mayoría del electorado del país con la propuesta constitucional.
El primero ocurrió el 15 de marzo cuando se incluyó en el proyecto el aborto libre y sin restricciones. La encuesta de esa semana indicó que más del 50% de los chilenos manifestaban su desacuerdo con esa norma.
La segunda, cuando la Convención rechazó discutir una propuesta popular orientada a garantizar constitucionalmente la propiedad personal de los ahorros previsionales. Las polémicas AFP. Pese a que habían dicho estar abiertos a iniciativas ciudadanas de ese tipo, los convencionales se negaron a discutir esa propuesta, que fue la que más respaldo en firmas recogió. Luego las proposiciones efectuadas en ese sentido fueron derrotadas 17 veces dentro del cuerpo. Allí la desconfianza del público escaló hasta el 55%.
Pero el tiro de gracia vino en junio, cuando la centroderecha (la coalición Chile Vamos del expresidente Sebastián Piñera) aceptó respaldar una enmienda constitucional presentada por senadores de centroizquierda que le permitiría al presidente Boric convocar un nuevo proceso constituyente en caso de que el rechazo ganara.
Al renunciar a defender la Constitución vigente, que la izquierda asocia con Augusto Pinochet, la disputa ya no fue entre el proyecto de la nueva Constitución y la Constitución de la dictadura, sino entre este proyecto, que hasta sus apologistas aceptaban había que reformar, y la posibilidad de hacer una mejor Constitución.
La coalición del centroderecha salió de la trampa en la que estaba metida y le abrió un puente a la centroizquierda. Por regla general en democracia se gana y se gobierna en el centro.
Lo paradójico es que Boric fue el jefe de campaña del Apruebo pero no lideró el proceso constituyente que fue derrotado este domingo. Se metió un enorme autogol. Nunca usó su influencia para intentar mejorar el texto.
El joven mandatario lo apostó todo al proyecto de nueva constitución alegando que la necesitaba para llevar a cabo las promesas que le formuló al electorado en su campaña. Mientras tanto la inflación ha ido repuntando y la seguridad en las calles se sigue deteriorando.
Por su parte, la Convención Constituyente chilena fracasó porque para que los procesos de ese tipo sean exitosos tienen que arrancar de las experiencias previas de cada país. Pretender escribir sobre el papel en blanco lleva a estos fracasos, y dado las recientes experiencias en la materia en Latinoamérica hay que decir que a Chile este experimento le está saliendo barato.
Los partidos de la antigua Concertación (Democracia Cristiana, Socialista y PDD del expresidente Ricardo Lagos), que pese haber protagonizado los que (desde cualquier punto vista) se encuentran entre los gobiernos que ha tenido Latinoamérica, se dejaron imponer el relato de la extrema izquierda según el cual los 30 años previos a 2019 fueron un fracaso para Chile.
Tres años después las aguas vuelven a su nivel. La prudencia y el sentido común se volvieron a imponer en Chile este domingo, tal como lo hicieron entre 1988 y 1990.
Las fuerzas del rechazo (centroderecha y centroizquierda) deben ahora cumplir su promesa de realizar un nuevo proceso constituyente y de paso salvar del naufragio al presidente Boric.