Sergio Dahbar (ALN).- En octubre pasado se estrenó en el Festival de Sitges un documental sobre unos fanáticos del cine que recuperaron el cementerio de Sad Hill, un mito del séptimo arte en Burgos donde se filmó la escena final de El bueno, el feo y el malo, de Sergio Leone.
Resulta curiosa la impronta que dejaron en España los escenarios donde se filmaron obras maestras de un género hoy olvidado, el spaguetti western. Aunque todo ocurrió en los años 60 del siglo XX, y el cine ha evolucionado desde aquel momento notablemente, los parajes que aprovecharon directores como Sergio Leone para sus parodias de violencia fueron desdibujándose bajo la maleza o se reconvirtieron en parques semitemáticos para nostálgicos.
Ahí está el Parque Natural Protegido Desierto de Tabernas, en Almería. Este desierto de casi 2.000 kilómetros cuadrados de extensión en el sur de la península dialoga de forma curiosa con la España contemporánea.
En 1966, el Ejército Español construyó un enorme cementerio con más de 5.000 tumbas en el Valle de Mirandilla, en Burgos, para la escena final de El bueno, el feo y el malo
Para llegar al pueblo fantasma de Tabernas se toma por la carretera de Granada A-92 o por la del Mediterráneo A-7. A 23 kilómetros de la capital, un desvío conduce al Mini Hollywood andaluz. Hay un teléfono para reservar, 950 362931 y las entradas cuestan 19 euros (adultos) y nueve euros (niños). Tabernas es una muestra de cómo se pueden resucitar los despojos de Hollywood, con una mente fría y con una visión de negocios, capaz de aprovechar hasta la desolación de un peladero de chivos.
Tabernas comparte con algunas soledades de Burgos los escenarios donde Sergio Leone filmó en 1966 El bueno, el feo y el malo, la tercera parte de la trilogía del dólar, saga que tuvo a un Clint Eastwood silencioso y misterioso como protagonista central.
En octubre pasado se estrenó, en el Festival de Sitges, un curioso documental, Desenterrando Sad Hill, de Guillermo de Oliveira (Vigo, 1986), que tiende puentes 52 años después con la mitología de Sergio Leone. Esta obra recupera una de las localizaciones más famosas de la historia del cine, el cementerio donde ocurre el duelo entre los tres protagonistas de la película: Joe (Clint Eastwood), Tuco (Eli Wallach) y Setenza (Lee Van Cleef).
En 1966, el Ejército Español construyó un enorme cementerio con más de 5.000 tumbas en el Valle de Mirandilla, en Burgos, para la escena final de El bueno, el feo y el malo. El lugar quedó abandonado una vez que finalizó el rodaje. En 48 años la vegetación cubrió cada tumba. Medio siglo después, un grupo de nostálgicos de las películas filmadas por Leone en España desenterró el cementerio.
Así nació la Asociación Cultural Sad Hill. Un esfuerzo de organizaciones sin fines de lucro y personalidades de la zona. “En 2014 varias personas de Hontoria del Pinar, Santo Domingo de Silos, Covarrubias, Contreras, Carazo, Hortigüela, Salas de los Infantes, Pinilla, se unieron para crear un colectivo que reivindique el valor turístico y cultural de los parajes burgaleses utilizados por Sergio Leone en el rodaje de El bueno, el feo y el malo”, confirma la página web de la asociación.
Deseaban recuperar los escenarios usados en la provincia de Burgos para el rodaje: específicamente el cementerio ficticio de Sad Hill (ubicado en Santo Domingo de Silos). Para lograrlo se realizaron actos culturales (conciertos, exposiciones, cursos, talleres…). En 2016 restauraron parte del cementerio y celebraron el 50 aniversario del rodaje del film. Todo esto ocurrió en los pueblos que forman el Valle de Arlanza.
Un regalo inesperado
Durante cuatro días se reunieron escritores, críticos, periodistas, investigadores y entusiastas del cine de Sergio Leone. La proyección simultánea de la película en los tres pueblos (Silos, Covarrubias y Salas) colocó esta iniciativa en los medios. Más de 5.000 personas se reunieron para disfrutar in situ de uno de los films legendarios del spaguetti western. En el acto participaron el director de orquesta y ganador de un Oscar, Ennio Morricone; y el propio Clint Eastwood, que envió un mensaje personal a la asociación y a los asistentes a la proyección.
En 48 años la vegetación cubrió cada tumba. Medio siglo después, un grupo de nostálgicos de las películas filmadas por Sergio Leone en España desenterró el cementerio
Este actor, que se ha reconvertido en uno de los grandes cineastas estadounidenses de todos los tiempos, en 1964 ni siquiera podía imaginar que el futuro le depararía semejante homenaje. Apenas era un desconocido que comenzaba a despuntar en la televisión como extra y tomó unas vacaciones para viajar desde California a Italia. Iba a protagonizar una película de un director gordo, que no sabía escribir y que no hablaba inglés.
El director se llamaba Sergio Leone y la película Por un puñado de dólares. Leone había conocido a Clint Eastwood a través de un capítulo de la serie Rawhide (Cuero crudo), “el incidente de la oveja negra”. Se la mostraron para que se fijara en otro actor, Eric Fleming. Pero este italiano obsesivo se detuvo en Eastwood.
Leone confesó en una entrevista que él necesitaba en ese momento más una máscara que un actor, y en aquel momento Eastwood tenía sólo dos expresiones: con sombrero y sin él. Eastwood acepto porque -aunque estaba casado- había embarazado a la actriz Roxanne Tunis. Y deseaba huir. Le ofrecieron 15.000 dólares, un pasaje en clase turista y los gastos pagos durante 11 semanas de filmación. Eso bastó.
Sólo en Italia Por un puñado de dólares se convirtió en lo que los americanos llaman un unsleeper (batacazo): recaudó cuatro millones de dólares. En otras ciudades europeas fue igual: la revelación inesperada de ese año 1964.
Todo salió tan bien, que Leone le regaló un Mercedes Benz a Eastwood. Se lo había prometido como incentivo del contrato. Había pertenecido al Vaticano, un objeto que había usado el Papa. Así coronó el nacimiento de una carrera que lo convertiría en mito y de una saga, la del dólar, que le haría ganar mucho dinero.
Una curiosa mueca de la nostalgia cinematográfica y de los fanáticos que hacen milagros, logró desenterrar un cementerio olvidado y recuperarlo para la posteridad como un museo de lo que alguna vez fue el cine en los años 60. Un cine para nada pretencioso y muy audaz, que emocionó a audiencias de todo el planeta. Esas audiencias convirtieron una pasión en un regalo inesperado.