Sergio Dahbar (ALN).- Sergio Larraín es uno de los mejores fotógrafos de América Latina y del mundo. Cuando era uno de los dioses de la agencia Mágnum, abandonó todo. ¿Por qué lo hizo?
Todos los rumores que se habían tejido alrededor del fotógrafo chileno Sergio Larraín Echenique en los años 60 y 70 se desvanecieron de pronto el 7 de febrero de 2012, cuando falleció en la localidad chilena de Ovalle, donde se había recluido como un monje.
Cinco años más tarde, su nombre ha cobrado una resonancia particular porque en el Centro Cultural Borges de Buenos Aires se han expuesto 160 imágenes únicas y sorprendentes (como siempre son las suyas). Representan una selección de 15 días de trabajo en el sur de Italia, que marcaron un antes y un después en su carrera.
Los directores de la mítica agencia de fotografía, que habían fundado Robert Capa y Henri Cartier Bresson, le solicitaron en 1959 que se trasladara a Italia para tomar fotos de un capo de la mafia que era elusivo y muy peligroso, Giuseppe Genco Russo. Era una suerte de misión imposible, pero Sergio Larraín hizo la tarea. Viajó a Sicilia y se expuso a lo peor. Descubrió que vivía en Caltanissetta, se hizo amigo de un abogado y logró ingresar en su intimidad. En algún momento fue natural que tomara fotos.
En esos 15 días Sergio Larraín tomó 6.000 fotos. 72 de esas imágenes corresponden al capo de la mafia. Esas imágenes fueron adquiridas y publicadas por 19 revistas de todo el mundo, entre ellas Life y Paris Match. Es el momento de su revelación en sociedad. Ha ingresado en el Olimpo de la fotografía mundial.
Las imágenes de Larraín sobre un capo de la mafia fueron publicadas por 19 revistas de todo el mundo
Y le escribe a una amiga: “Estoy nervioso porque me han publicado un reportaje en Match, porque he estado en el Vía Veneto donde está todo el mundo brillante de Roma y los fotógrafos me han recibido bien, muy amistosamente (la aristocracia de la Mágnum) y he estado con las divas y vedettes… tirito y miro las fotos del Paris Match, y esas fotos que casi no me doy cuenta en el momento en que las he tomado, se me hacen importantes y las distingo de las de los otros… toda esa emoción… el Yo”.
Ingresar entre los dioses de Mágnum es muy difícil. Hay sólo 60 fotógrafos que lo han logrado desde su fundación en 1947. Larraín es el único latinoamericano en ese círculo selecto.
Larraín adquiere un estatus de fotógrafo súper estrella. Pasa de no tener trabajo a ser el hombre que está en los sitios más exclusivos. Le encargan la cobertura de la captura de guerrilleros en Casbah, Argelia. Esas fotos aparecen en la edición dominical de The New York Times. Asiste al matrimonio del Sha de Irán, con la emperatriz Farah Diba, donde captura otra portada de París Match: la princesa probándose la corona. El Museo de Arte Moderno de Nueva York adquiere sus fotos para su colección latinoamericana. Mágnum, el capo de la mafia, su destreza y genialidad lo catapultan…
Cabe preguntarse en este momento de emoción y descubrimiento quién es Sergio Larraín Echenique. Era un pituco chileno. Un muchacho nacido en cuna de oro. Su padre, Sergio Larraín García Moreno, es uno de los arquitectos chilenos más prestigiosos y un coleccionista de arte renombrado a nivel internacional. Fundó el Museo Chileno de Arte Precolombino. Vivían en una mansión de 900 metros y su padre estaba enamorado de los automóviles deportivos.
Sergio Larraín Echenique no se lleva bien con este entorno. Nació en esa familia para poder romper con ella. Hay una sensibilidad social que va a expresar en su fotografía en Italia, Londres, Valparaíso, Bolivia, etcétera. Niños sin suerte abandonados en la calle, prostitutas, los contrastes del mundo glamuroso.
Lo curioso es que ese arte deslumbrante que expresan sus fotos apenas es un tránsito, un pasaje hacia una búsqueda mística, que meses más tarde lo llevará a abandonar todo lo que había conocido como vida, para esconderse del mundanal ruido en la aislada ciudad de Ovalle, en la región de Coquimbo, que abarca parte del desierto de Atacama.
Vienen los mantras
Hay señales que podrían significar un aceleramiento de un proceso que ya es inevitable. La muerte de su hermano, cuando se cae de un caballo. Un accidente tonto al que en principio los médicos no le prestan la atención debida. Una cadena de errores conduce a la muerte del más pequeño de la familia. En toda familia una noticia así representa un quiebre, pero en una frívola la procesión va por dentro.
La madre se convierte en monja laica. Sergio Larraín viaja en un barco carbonero para poder llegar al funeral. Se rapa la cabeza y las cejas. Ha comenzado a cambiar, sin que nadie entienda nada.
Larraín quiso destruir sus negativos y despojarse de lo que le había convertido en una figura exitosa
Su ruptura es definitiva. Quiere destruir sus negativos y despojarse de aquello que lo había convertido en una figura exitosa, llamativa, que todos querían conocer. Regala su ropa, libros, fotos… Hace votos de castidad. Y comienza sesiones de psicoterapia con LSD. Después conocerá a un maestro espiritual boliviano, Óscar Ichazo. Y vendrán los mantras y los despojamientos.
Quizás la mejor noticia es que fotógrafos como el checo Josef Koudelka, otro de los grandes de Magnum, guardaron copias de las fotos de Larraín. También el archivo de Magnum rescató sus materiales, que hoy representan un patrimonio impresionante de un artista que en un momento de trance vio una realidad compleja y llena de contradicciones, y supo capturar lo que su ojo le indicaba.
Para que Sergio Larraín pudiera encontrar el absoluto que le quitaba el aliento tuvo que matar al otro Sergio Larraín, el seductor nato, el que era capaz de convencer a un mafioso que le dejara tomar fotos cuando dormía la siesta, el que en el trance de estudiar ingeniería forestal se tropezó con una cámara Leica III C de 35 milímetros que parecía estar hecha para su mano. Al que se ganó un puesto en la eternidad de la fotografía mundial.