Eduardo Sánchez Rugeles (ALN).- El álbum ‘Serenata’ del artista puertorriqueño Danny Rivera cumple 38 años. A pesar del éxito del disco, los detalles de la producción no han sido compilados en crónicas o ensayos; los artistas que participaron en la grabación no aparecen citados en los créditos del LP, por lo cual permanecen en el anonimato. Las canciones de ‘Serenata’, grabado en Venezuela para el sello Top Hits, integran el imaginario musical latinoamericano. Entre ellas, el bolero perfecto: ‘Madrigal’, que, en su sencillez romántica, logró dejar huella.
La canción popular latinoamericana, a juicio del poeta colombiano Darío Jaramillo Agudelo, forma parte de las entrañas de los hombres y mujeres que habitan entre el Río Grande y el Río de la Plata, “es la música de fondo de las rutinas y la vida cotidiana, acompaña el ocio, la parranda, el baile, la vida social toda”, pero ese mismo paisaje sonoro, esa armonía domesticada, asimilada por las costumbres, muchas veces es subestimada. El vacío bibliográfico sobre la escena musical de América Latina, en su vertiente popular, muestra cómo para ciertas academias e instituciones culturales se trata de una tradición sin importancia, marginal y corriente. No existe, por ejemplo, una biografía oficial (autorizada) sobre la Sonora Matancera, la relevancia continental de esta orquesta se da por supuesta o se reduce a un conjunto de testimonios de literatura oral y bloguera. El tango, la ranchera y el bolero cuentan con un amplio compendio de estudios de carácter local, de tirajes pequeños, de ediciones nacionales de cierta popularidad en sus países de origen, pero de acceso limitado para los lectores de otros países hispanohablantes. Los análisis de conjunto o revisiones críticas son escasos y dispersos. Basta escribir en Google o Amazon el nombre de un artista popular de la segunda mitad del siglo XX, cantautor o baladista, para encontrar, en el mejor de los casos, biografías impresionistas calcadas de Wikipedia, entrevistas perdidas en ocasión de recitales pasados, comentarios de melómanos entusiastas o notas a pie de página de rigurosos aficionados.
Un artista en ascenso
Serenata de Danny Rivera, valiosa compilación de canciones populares latinoamericanas, cumple 38 años. Se trata de un álbum original e innovador que, en su reivindicación del legado musical, representa un notorio antecedente de los Romances de Luis Miguel (1991/1994/1997) o las más recientes Musas de Natalia Lafourcade (2017/2018). Serenata fue una apuesta afortunada que supuso la consagración definitiva de su intérprete. Desde finales de los años 60, el joven Danny Rivera encontró un lugar de preferencia en la escena puertorriqueña. Los exitosos festivales televisivos, que decenas de artistas contemporáneos utilizaron como plataforma, fueron el punto de partida para su popularidad creciente. Las versiones de singles exitosos le permitieron definir un estilo y encontrar un auténtico registro melódico. Amada amante, Porque yo te amo, Mi viejo y Fuiste mía un verano conformaron, entre otras, esa etapa primaria. Como muchos artistas de su tiempo, Danny Rivera no cuenta con un biógrafo de oficio, por lo que la aproximación a su historia tiene mucho de especulación y de collage. Sus memorias, reunidas bajo el título Vejestud (2011), son una reflexión existencial sobre el paso del tiempo, en las que el artista improvisa un monólogo espiritual, pero elude los detalles de su peripecia como cantante y de su inagotable compromiso político.
Un vacío historiográfico
El éxito de Danny, feraz e ininterrumpido, dio un paso al frente en 1977 con la grabación del álbum Muy amigos, junto a la estadounidense Eydie Gormé. Para decir adiós, balada ejemplar, llevó su voz más allá de las fronteras y consolidó su posición como artista de méritos propios, impulsándolo a acometer un ambicioso proyecto sobre la renovación de la música tradicional latinoamericana, cada vez más desatendida por la industria cultural. Y es, en este contexto, donde el vacío historiográfico deja sobre la mesa un centenar de preguntas. En 1979 (o 1980, según el comentarista de turno), Danny Rivera firmó contrato con la, para entonces, exitosa disquera venezolana Top Hits. Serenata y Danza para mi pueblo son los dos álbumes que el joven intérprete grabó para este prestigioso sello (la web del artista, así como el perfil de Wikipedia, incluyen también Alborada, pero ese disco se grabó en 1976, lo que genera dudas razonables). Las condiciones del acuerdo con Top Hits no están referidas en ninguna crónica de la época. Serenata, LP o CD, no incluye créditos de grabación en ninguna de sus caras (al menos en los ejemplares consultados). El productor musical no aparece citado. Arreglistas e instrumentistas no son referidos en la obra. El diseño de portada, de fondo negro, con fuentes intervenidas sobre un tapiz minimalista, parece pertenecer a un diseñador anónimo. Lo único que se sabe, atendiendo a la bibliografía escasa y a las noticias de internet, es que el disco se grabó en Venezuela. El comentario incierto de un aficionado me permite agregar que el proyecto contó con la participación del talentoso percusionista venezolano Carlos Nené Quintero, pero esta información no ha podido ser confirmada. A falta de historia oficial, la invitación a participantes, testigos y protagonistas de la realización de Serenata queda abierta.
El repertorio de Serenata es una muestra significativa del trabajo creativo de un conjunto de compositores célebres, cuyas canciones encontraron en la obra de Danny una renovación valiosa y necesaria. Silencio de Rafael Hernández, ese “auténtico logro poético” (Jaramillo Agudelo) es la pieza de apertura. Completan el compendio versiones magistrales de Piensa en mi (Agustín Lara), Ausencia (Rafael Hernández), Esperanza inútil (Pedro Flores), Bajo un palmar (Pedro Flores), Mayoral (Daniel Santos), Así eres tú (Benito de Jesús), Amor robado (Esteban Toronjil), Amanece (Rafael Hernández), Diez lágrimas (Gurionex González), Despacito (José Alfredo Jiménez), Las perlas de tu boca (Eliseo Grenet), Si fuera pintor (Pepito Lacombe) y Aquel amor (Agustín Lara). Comentario aparte merecen Yo nací en esta tierra, composición original de Danny Rivera, con la que el artista busca establecer una sintonía entre tradición e inspiración personal; Mujer abre tu ventana, reconversión del clásico de Jorge Negrete, Serenata tapatía (Cortázar y Esperón) y la sin par Tintorera del mar (Canario), en la que Nené Quintero, percusionista hipotético, deja un registro virtuoso y sobresaliente.
Madrigal
Pero Serenata también incluye el bolero perfecto, una balada bisagra convertida en icono, el poema intimista que el prolífico (y olvidado) Felipe Rosario Goyco, Don Felo, dedicó a una monja que lo atendía en un hospital de San Juan y que, a decir de un amigo de Darío Jaramillo Agudelo, llevaba una medalla en el cuello, lo que provocó en el poeta un lírico destello. Valdría la pena preguntar a los productores de Serenata, invisibles para la posteridad, si a la hora de compilar la antología tuvieron conciencia de las posibilidades de esta magistral pieza. La suerte de las canciones es impredecible, algunas calan en el imaginario popular de manera apacible mientras que otras, construidas con esmero, pasan desapercibidas; algunas conectan con la sensibilidad de su tiempo, pero otras resultan incomprendidas y ajenas. Madrigal es una de esas canciones que, en su sencillez romántica, logró dejar una huella. Se trata de un poema contemplativo, una enunciación de rasgos de belleza inalcanzables para el bardo enfermo, asediado por una herida mortal. Estando contigo, título original del tema, es una de las 200 composiciones de Don Felo, boricua autodidacta y memorioso. La primera versión data de 1943, cuando el Sexteto Puerto Rico la musicalizó a ritmo de bolero son. El arreglo de Quique y Tomás (1970), décadas más tarde, tuvo cierta presencia en el ambiente radiofónico de San Juan, pero no contó con el impulso suficiente para salir de la isla. La versión de Serenata fue la que rompió el hielo, la que supuso el cambio de paradigma, la que volvió a darle voz a la agonía silente de Don Felo e inmortalizar su romance imposible. Desde entonces, un centenar de artistas han incorporado Madrigal a sus variables y amplísimos repertorios (Gilberto Roig, Alfredo Sadel, Marco Antonio Muñiz, Pete “El Conde” Rodríguez, José Feliciano, José Luis Rodríguez y, entre otros, Oscar D’León). Sobre la vida y obra de Felipe Rosario Goyco, vale la pena acercarse al esfuerzo biográfico que, desde Puerto Rico, se ha hecho por reivindicarlo. En este sentido, son significativos los trabajos de Tito Ortiz (A tres voces y guitarras, entre otros), Mi dolor es mío (2009) de Agustiné Velez, albacea de la obra poética de Don Felo y el libro de relatos Capá Prieto (2009) de la escritora Yvonne Reyes Rosario, quien, amparada en el parentesco lejano, le dedica un cuento.
Los álbumes clásicos son aquellos que “ejercen una influencia particular, ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual”. Esta reflexión de Italo Calvino, referida a la experiencia literaria, también es legítima para el hecho musical. Serenata, en este sentido, es una revisión consciente, original y crítica de un conjunto de piezas esenciales de la tradición latinoamericana, amenazadas por el olvido, la indolencia, los vaivenes de la industria y la fugacidad de las modas. Treinta y ocho años después, vale la pena visitarlo para degustar la actualidad melódica de Silencio, la festividad de Tintorera y, entre otras, las desventuras del viejo Madrigal.