Pedro Benítez (ALN).- La izquierda ecuatoriana parece que va encontrando la vía para independizarse de Rafael Correa y el correísmo. Yaku Pérez, el candidato del movimiento indígena Pachakutik está muy cerca de romper con la polarización impuesta a Ecuador. Algo que ese mismo sector político no ha podido hacer con el chavismo en Venezuela, con el kirchnerismo en Argentina o con el Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil.
Carlos Ranulfo Pérez, de 51 años de edad, es un doctor en jurisprudencia por la Universidad Católica de Cuenca que en 2017 cambió legalmente su nombre por Yaku Pérez. Este activista por los derechos indígenas es hoy la gran sorpresa de las elecciones presidenciales en Ecuador.
Hasta hace una semana las encuestas lo ubicaban con alrededor del 13% de las preferencias electorales, aunque subiendo. Su inesperado repunte de los últimos días ha sido suficiente para colocarle en el segundo puesto de la carrera presidencial con casi el 20% de los votos, apenas 25.000 por encima de Guillermo Lasso, líder de la tradicional oposición al correísmo.
Para ganar la elección presidencial en Ecuador un candidato necesita obtener el 50% de los sufragios o el 40% con más del 10% de ventaja del segundo. Andrés Arauz Galarza de Unión por la Esperanza, ha obtenido el 31%.
Al momento de redactar esta nota no está claro quién, entre Yaku Pérez y Lasso, disputará la segunda vuelta presidencial contra Arauz pautada para el próximo 11 de abril. Podrían pasar varios días para dilucidar ese resultado.
Pero por lo pronto la irrupción de Yaku Pérez en el cuadro electoral ecuatoriano es una mala noticia para uno de sus viejos conocidos: el expresidente Rafael Correa.
La razón es muy sencilla: Yaku Pérez, al frente del movimiento indígena Pachakutik, está rompiendo la polarización política que ha caracterizado la política ecuatoriana desde que Correa ganó las elecciones presidenciales de 2006. Durante sus 11 años de presidencia Correa aplicó la fórmula política de su amigo el expresidente venezolano Hugo Chávez para ponerle la mano a las instituciones de su país. Convocó una Asamblea Nacional Constituyente que dominó plenamente e introdujo (detalle importante) la reelección presidencial.
Con ayuda de un inédito auge en los precios del petróleo que alimentó la economía ecuatoriana Correa impuso su estilo de confrontación permanente, cazando pelea con casi todos los sectores. Oposición política, empresarios, medios de comunicación, policías e incluso el movimiento indígena. Casi nadie escapó de los improperios semanales de su afilada lengua y transformó a su país en un ring de boxeo político con él como estrella central.
La confrontación, los insultos, las amenazas y hasta la persecución de los adversarios (de moda por entonces en Suramérica) fueron algunos de los secretos de su poder político. Correa convenció a unos ecuatorianos de que otros ecuatorianos eran sus enemigos. Ricos contra pobres. Neoliberales contra antineoliberales. Pasado contra presente. La vieja política contra su revolución ciudadana. Buenos contra malos. Correístas contra anticorreístas.
Un esquema del cual era muy difícil escapar. O se estaba en un bando o se estaba en el otro. Correa decidió que no había términos medios.
Mientras el viento de los petrodólares sopló a su favor el esquema funcionó. Pero luego de su segunda reelección presidencial en 2013 la dolarizada economía ecuatoriana comenzó a desinflarse y con ella la popularidad presidencial. De modo que tomó la prudente decisión de buscar un candidato que pudiera enfrentar exitosamente a una oposición crecida. Ese hombre fue su exvicepresidente Lenín Moreno, quien derrotó 51% a 48% en segunda vuelta a Guillermo Lasso hace cuatro años.
Una vez en el poder Moreno se dedicó a desmontar al correísmo, con lo cual pasó a ser el enemigo jurado de Correa.
Impedido de presentarse él mismo como candidato presidencial por la justicia ecuatoriana, que lo ha condenado e inhabilitado por corrupción (caso “Sobornos 2012-2016”), Correa apeló a una táctica que se ha vuelto a poner muy de moda por estos años en Latinoamérica. Postuló como persona interpuesta a su exministro de Conocimiento y Talento Humano, el economista Andrés Arauz.
Correa esperaba (o espera) ser el gran elector de estos comicios. Contando todavía con un importante capital político en su haber, ha creído que la estratagema de la polarización política esta vez volvería a resultar. ¿Los enemigos? Lenín Moreno, Lasso, la vieja política, el FMI y todos los que le hicieran el juego. Del otro lado de la cancha él y su candidato.
Una tercera opción
Pero algo se ha torcido en el camino. Resulta que Correa no es el dueño del voto de los pobres. Una tercera opción ha aparecido en la candidatura de Pachakutik quitándole una buena porción de sufragios que creía seguros.
En el conteo oficial del Consejo Nacional Electoral ecuatoriano Yaku Pérez ha ganado cómodamente en 13 de las 24 provincias de Ecuador. La Sierra y la Amazonia.
Hace cuatro años Lasso ganó en 10 de esas provincias y Lenín Moreno, entonces candidato del correísmo, en tres.
Arauz obtuvo suficientes votos en la costa, bastión del correísmo, para imponerse, pero muy por debajo de las expectativas iniciales. Incluso Lasso que perdió votos con respecto a la primera vuelta de 2017 pudo arrebatarle alguna provincia al correísmo.
Sumados los votos de Pachakutik, Lasso y el cuarto candidato, el empresario Xavier Hervas de Izquierda Democrática (el tradicional partido socialdemócrata ecuatoriano), que obtuvo otro inesperado 15%, la mayoría de los votantes sufragó por alternativas distintas a Arauz. Es decir, a Correa.
Y dado el rechazo que tiene el expresidente, es de presumir que esos votos vayan en contra de Arauz en la segunda vuelta.
Porque ocurre que Correa dejó muchas facturas políticas en su presidencia. Por ejemplo, Yaku Pérez estuvo cuatro veces en la cárcel durante el gobierno de Correa. Tres de ellas por oponerse a sus proyectos mineros y otra por protestar el intento de reelección indefinida.
Durante su gobierno Correa tuvo una relación que pasó de cordial a conflictiva con el combativo movimiento indígena ecuatoriano. En 2006 recibió en una ceremonia el bastón de mando de parte de los indígenas de la localidad de Zumbahua. Inicialmente los incluyó en su alianza política pero no aceptó sus presiones, sus reclamos y mucho menos la protesta social.
A algunos los acusó de sabotaje y terrorismo. Contra otros sostuvo una campaña de desprestigio ya desde 2009, cuando sacó a sus representantes de su gobierno. La Confederación Nacional de Indígenas del Ecuador (Conaie) denunció la represión contra líderes indígenas en todo el país.
En marzo de 2012, días antes de una marcha en defensa del agua protagonizada por las comunidades indígenas, Correa dijo: “No permitiremos que la izquierda infantil, con plumas, con ponchos, desestabilice el proceso de cambio”.
Como se podrá apreciar hay mucha gente que no quiere que Rafael Correa vuelva al poder en Ecuador y no sólo son los banqueros.
A primera vista parece que Yaku Pérez en la segunda vuelta tendría más chance de derrotar a Arauz que Lasso. Es una candidatura que al correísmo le sería muy difícil atacar pues le rompe el juego. No es rico, ni blanco, ni “neoliberal”.
Sólo juega en su contra, y no es poca cosa, el temor de la mayoría de los ecuatorianos a perder la dolarización.
Sin embargo, el suyo es un éxito político histórico. Luego de varios intentos fracasados la izquierda ecuatoriana parece que va encontrando la vía para emanciparse de Correa y el correísmo al romper con la polarización política. Algo que ese mismo sector político no ha podido hacer con el chavismo en Venezuela, con el kirchnerismo en Argentina o con el Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil.