Pedro Benítez (ALN).- Como si el gobierno argentino que preside Alberto Fernández no tuviera suficientes problemas, su canciller, Felipe Solá, sale a defender sin defender a Nicolás Maduro a propósito del informe independiente de Naciones Unidas (ONU) sobre violaciones a los Derechos Humanos en Venezuela. Una pequeña muestra de los problemas que Maduro les seguirá causando a sus aliados, exaliados, amigos y simpatizantes en todo el mundo.
En la edición digital del diario argentino Clarín de este lunes 21 de septiembre, aparece una larga entrevista que la periodista Natasha Niebieskikwiat le hace al canciller argentino Felipe Solá.
En la misma no podía faltar la pregunta de rigor: “El martes se trata el último informe de la ONU que apunta a Nicolás Maduro y otros jerarcas por ‘crímenes de lesa humanidad’. ¿Qué posición tendrá el gobierno?”.
A continuación el alto funcionario da una respuesta que es digna de la más cantinflérica tradición latinoamericana:
“Nosotros no confirmamos ese informe pero opinamos sobre él ayer (el jueves) en el Grupo de Contacto Internacional con Venezuela. Opinamos que nos preocupaba mucho ese informe, que fue hecho sin entrar a Venezuela, desde Panamá, con información vía internet, Whatsapp de mucha gente que denunciaba. O sea que le damos importancia al informe pero remarcamos que no fue hecho in situ. Firmamos un documento en el que se habla del tema de derechos humanos en Venezuela y se muestra preocupación, lo que no se dice es que son crímenes de lesa humanidad. Nosotros no elegimos esa palabra para Venezuela”.
A mejor opinión del amable lector, por ninguna parte de la respuesta parece quedar clara la opinión del canciller Solá sobre el tema en cuestión: “no confirmamos ese informe pero opinamos sobre él”.
-“Opinamos que nos preocupaba mucho ese informe, que fue hecho sin entrar a Venezuela, desde Panamá, con información vía internet, Whatsapp de mucha gente que denunciaba”.
-“O sea que le damos importancia al informe pero remarcamos que no fue hecho in situ”.
Es decir, bañarse en el río y cuidar la ropa al mismo tiempo. Quedar bien con Nicolás Maduro y el kirchnerismo más duro (sobre todo esto último) pero no aparecer justificando lo injustificable. Eso sí, no desaprovecha la ocasión para poner en duda la veracidad del informe.
Con esto último Solá asume la tesis que, sobre la labor de la Misión Internacional Independiente de determinación de los hechos en Venezuela del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas (ONU), ha venido difundiendo el gobierno de Maduro. Que la misma carece de validez y rigor por no haberse realizado en Venezuela.
De modo que el ministro de Relaciones Exteriores de Argentina ignora las dificultades bastante conocidas que para realizar esa labor pone el régimen madurista, y de paso los dos informes previos efectuados, y ampliamente difundidos, por parte de la Alta Comisionada para los DDHH de la ONU, la expresidenta Michelle Bachelet. Así como las innumerables denuncias realizadas durante años por organizaciones defensoras de los Derechos Humanos dentro y fuera de Venezuela, como por ejemplo Human Rights Watch.
El canciller Solá ha podido ser más cauto, afirmando, sin faltar a la verdad, que las denuncias contenidas en el trabajo de la Misión son muy graves, pero que no constituyen una condena judicial sobre los señalados, como lo afirma el texto del mismo informe.
Pero no, prefirió irse por el lado fácil, con lo cual repite exactamente el mismo argumento, casi letra por letra, que exponía el general Jorge Rafael Videla para justificar o disimular su responsabilidad directa en la represión ocurrida durante la última dictadura militar argentina.
Es decir, descalificar a los denunciantes. No pueden opinar con base, viene a decir, porque no fue hecho in situ.
Contradicciones de la izquierda
La entrevista al canciller Solá es sólo una muestra de las profundas contradicciones entre lo que han dicho defender, y lo que efectivamente defienden, los militantes de la autodenominada izquierda progresista latinoamericana, con la que se identifica el gobierno argentino.
El desempeño económico, político, en materia de corrupción y de Derechos Humanos de Nicolás Maduro les está dando todo tipo de munición a sus adversarios en todo el continente.
La oposición, y buena parte de la opinión pública argentina, ya se preguntan seriamente si el proyecto oculto de Cristina Kirchner no será el de imponer una versión austral del chavismo. Después de todo, las motivaciones para perpetuarse en el poder por parte de la vicepresidenta, sus socios y familia, no son muy distintas a las de sus amigos venezolanos. Y sus métodos tampoco.
Hace un año, acercándose la elección presidencial en Uruguay, tres dirigentes del Frente Amplio de ese país, entre ellos el expresidente José Mujica, calificaron públicamente al régimen de Nicolás Maduro como dictadura. Ese tema fue (y sigue siendo) una fuente de conflicto interno para la izquierda uruguaya. Pero era necesario. Retratarse al lado de Maduro tiene un costo político cada vez más alto.
Y alejarse de él también. En el caso del kirchnerismo por una relación de favores que tiene más de un lustro y que incluye la polémica relación con Irán. No es el único caso; desde Podemos en España hasta los expresidentes Rafael Correa, Evo Morales y Luiz Inácio Lula Da Silva han tenido una sociedad (política y crematística) muy estrecha con el chavismo.
En otros casos, como el chileno o el uruguayo, la dependencia de los pequeños, pero influyentes partidos comunistas de la región con Cuba sigue siendo fundamental.
Mientras tanto, en La Habana intentan no llamar mucho la atención sobre su papel de asesores de los aparatos de represión que sostienen a Maduro, y tampoco quieren que se recuerde cómo los hermanos Castro fueron claves en su designación como heredero de Hugo Chávez en diciembre de 2013.