Rafael del Naranco (ALN).- Suministrar información del coronavirus se volvió extenuante. Pero esa labor se ha transformado en un servicio imprescindible, de primera necesidad, que unido estrechamente a los profesionales médicos, la amplia escala de auxiliares hospitalarios y cuerpos seguridad, se eleva heroicamente en medio de la dramática situación.
La labor reporteril de la que se hablará en el futuro inmediato, concentrada en el coraje, sacrificio y la insondable nobleza extrema de cada hombre y mujer, terminará siendo el punto exacto en que los medios de comunicación estuvieron en la primera línea de la dramática epidemia.
En el presente, en cada canal de televisión, emisoras y periódicos, hay infinidad de rostros demacrados y fatigosos, entregándose a comunicar la situación, con la misión de que los españoles reciban la información al instante que ayude a calmar los ánimos caídos, lo que en todo momento será soporte para emerger de este siniestro contagio.
Sin amplia labor informativa, la malaventura que se está sufriendo regresaría a los albores de la Baja Edad Media. Y si hoy nos encontramos en mitad de un tiempo sostenible, es a recuento del sacrificio de hombres y mujeres imbuidos en el servicio de la comunicación instantánea.
El autor de esta cuartilla y media recalca la necesidad de la información libre, y eso se comprenderá cabalmente si el lector conociera que hombres y mujeres -en el tema presente- autoexiliados de Venezuela, defendieron con bravura la información veraz.
Cada venezolano del éxodo no es sólo un número sino un ser humano que se debate entre la nostalgia y la esperanza
Eliminar al mensajero siempre está presente. El reportero o reportera van desguarnecidos: llevan únicamente bolígrafo, papel, grabador o cámara. Y ahí están, en medio de la trifulca o el suceso cotidiano, en primera fila, jugándose la vida por una misión muy por encima, la mayoría de las veces, de sus propias fuerzas, al tener la responsabilidad del deber por encima de los propios miedos, y esa ingenuidad de creer que vale la pena jugarse la existencia por algo tan prosaico, poco definido y hasta fantasioso, como el derecho a informar.
No es masoquismo, sino pasión desbordada: el periodismo sigue siendo la profesión más apasionante para todo hombre o mujer con sueños, una obsesión incontrolada por buscar la verdad, objeto que en este trabajo es la primera víctima a cazar.
El reto de la información es cada día mayor, no sólo desde el punto de vista de una concepción moderna de la profesión, sino al tener que enfrentar la compleja situación social, económica y política que vive el planeta de nuestros anhelos, dudas y cuantiosas esperanzas.
Siempre hemos creído que el periodismo es esencia de seres buenos, donde los pequeños pecados veniales nacen más de la zozobra que de una calculada intención. Por ejemplo, quedar herido por narrar una historia.
No seremos el “cuarto poder” tan mencionado con frecuencia. Sí la luz de un faro auxiliador, el apoyo de quien busca justicia, el sosiego, la calma del afligido y el soporte del solitario.
A partir ahí, el coronavirus, con buena información, será menos dañino.