Nelson Rivera (ALN).- ‘Los árboles portátiles’, del vasco Jon Juaristi, narra un emblemático capítulo del siglo XX: el viaje de 27 días, entre el 24 de marzo y el 20 de abril de 1941, de Marsella a Martinica, que hicieron alrededor de 300 refugiados que huían de las violencias del fascismo. En el ‘Capitaine Paul Lemerle’ cruzaron el Atlántico André Breton, Víctor Serge, Claude Lévy-Strauss, Anna Seghers, Wilfredo Lam, Alfred Kantorowicz y tantos más.
He cerrado Los árboles portátiles con el regusto de haber sido convidado a un banquete prolongado e inolvidable. Uso la figura de banquete porque en todo su recorrido me he sentido incorporado a una conversación profusa, erudita, hipnótica y novedosa. Y escribo conversación porque el recorrido no sigue una trayectoria lineal: como en las más gozosas sobremesas hay digresiones, datos que se retoman más tarde, algún comentario de perentorio sarcasmo, raptos donde la sazón personal se vincula con la gran historia del siglo XX: en sus paradojas y azares, en sus detalles e interpretaciones.
Hay en Los árboles portátiles la marca del hombre sensible a los avatares del siglo XX; del aventajado lector, estudioso de la lengua y las obras literarias; del amante del cine; del obsesivo que no se permite dejar cabos sueltos y afronta la exigencia de desentrañar cada episodio con la misma pasión con la que describe una corriente estética; del memorioso capaz de seguir la pista de personas, familias, genealogías y comunidades. Es, si se me permite, un libro-personalidad, una experiencia que cabe llamar el sello Juaristi.
Entre los pasajeros había un vasco, Toribio Echavarría, nacido en Éibar en 1887, y que vivió en Caracas hasta su muerte en 1968
Y hay que añadir que su autor, Jon Juaristi (Bilbao, 1951) es vasco, lo que no es un dato sin consecuencias, sino que agrega todavía más información, entre otras cosas, porque entre los pasajeros del ‘Capitaine Paul Lemerle’, por ejemplo, había un vasco capitular en esta historia, Toribio Echavarría, nacido en Éibar, en 1887, y que vivió en Caracas hasta su muerte en 1968.
Biografías, genealogías, orígenes
Los árboles portátiles es un compendio de breves e intensas biografías, genealogías, recorridos y entrecruzamientos. La ambición del autor se expresa en búsquedas tan detalladas como esta: a Juaristi le interesa no solo la historia de la construcción del ‘Capitaine Paul Lemerle’, sino también la historia del capitán francés de ese nombre, que murió durante la Gran Guerra. La cantidad de información que arrojan las páginas de Los árboles portátiles es profusa y ofrecida con rigor.
La historia principal del libro -pero no la única, tal su fortuna- se refiere a un emblemático capítulo del siglo XX: el viaje de 27 días, entre el 24 de marzo y el 20 de abril de 1941, de Marsella a Martinica, que hicieron alrededor de 300 refugiados que huían de las violencias del fascismo. Juaristi narra el activismo de Varian Fry, el periodista norteamericano que coordinó una red de salvamento: rescataba judíos y miembros de la resistencia de la persecución de la Gestapo.
Estremece pensar lo que el siglo XX hubiese perdido si estos refugiados no hubieran logrado escapar de las fauces de Adolf Hitler
Fue Fry quien organizó el viaje del ‘Capitaine Paul Lemerle’, en el que cruzaron el Atlántico, André Breton, Víctor Serge, Claude Lévy-Strauss, Anna Seghers, Wilfredo Lam, Alfred Kantorowicz y tantos más. Aunque la frase no sea más que un capricho, estremece pensar lo que el siglo XX hubiese perdido si estos refugiados no hubieran logrado escapar de las fauces de Adolf Hitler. Fue Fry el hombre vinculado a un episodio capitular en la historia, y también en el imaginario de las últimas siete u ocho décadas: el intento de huida de Walter Benjamin por la frontera entre Francia y España, que culminó con su suicidio en Port Bou.
El arte de la oportunidad
Juaristi me ha puesto a pensar en las destrezas necesarias para escribir un libro que es, a fin de cuentas, un lugar de confluencias. Un punto en el que concurren muchas cosas, que se enriquecen unas a otras cuando se las hace parte de un mismo relato. El afinado arte narrativo de Juaristi se basa, me parece, en la regla de oro de la conversación: sentido de oportunidad. El que exista una corriente principal, el viaje de un barco con refugiados desde Marsella a Martinica en 1941, no impide sino que estimula los pormenorizados incisos: esos excursos son la seña, la gracia muy suya que el autor ofrece en Los árboles portátiles.
La distancia -el extrañamiento- que le permite a Juaristi narrar el caso con maestría, no ocurre solo con respecto a los hechos: también le alcanza a él mismo. El avance lineal pone a los escritores ante el reto de la eficacia. La ruta con paradas y meandros sugiere un desafío de otro carácter: abrir la escritura a la experiencia: que su elaboración (y nuestra lectura) sea por sí misma un acontecimiento. Una prodigalidad literaria que da riendas al placer de las ramificaciones, sin perder nunca de vista que hay que llegar al final, narrar el viaje de Marsella a Martinica, un peculiar acontecimiento del siglo XX.