Pedro Benítez (ALN).- Marcos Orlando Letelier del Solar, fue un abogado, diplomático y político chileno, colaborador cercano del ex presidente Salvador Allende como su ministro de Relaciones Exteriores, Interior y Defensa entre 1971 y 1973. Esta última responsabilidad le tocó en un momento crítico; la insubordinación de un grupo importante de altos mandos de las Fuerzas Armadas era abierta, con varias conspiraciones en desarrollo.
Fue testigo de la renuncia del general Carlos Prats como comandante del Ejército en agosto de 1973 y su reemplazo por el también general Augusto Pinochet, hasta la víspera, el más leal y obsecuente de todos los jefes militares con el gobierno allendista.
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Tres semanas después, en la mañana del 11 de septiembre, fue el primer miembro del gobierno de la Unidad Popular en ser detenido durante el Golpe Militar. Junto a otros funcionarios pasó los siguientes meses recluido en distintas instalaciones castrenses, incluyendo el Campo de Concentración de Isla Dawson, en el estrecho de Magallanes.
El venezolano Diego Arria intercede por su liberación
En junio de 1974, su amigo personal y entonces gobernador de Caracas, Diego Arria, intercedió personalmente ante Pinochet a fin de obtener su liberación. Luego de unos meses en Venezuela, Letelier se instaló con su familia en Washington D.C., donde había sido embajador de Chile.
Allí se convirtió en la cara más activa del exilio chileno, pues tenía muchos contactos en el Congreso estadounidense, así como en instituciones académicas. Incluso, logró detener préstamos internacionales para la dictadura.
En retaliación Pinochet le retiró la nacionalidad chilena el 10 de septiembre de 1976.
Once días después, a las nueve de la mañana, una bomba instalada en el automóvil en el que se trasladaba por Washington fue activada a control remoto. La explosión lo mató a él y su ayudante Ronni Moffitt, dejando mal herido al esposo de esta.
El acto terrorista conmocionó a la capital de Estados Unidos y tuvo importantes consecuencias en su política exterior.
Un disparate que no lo fue
Inicialmente la CIA, el FBI, el Departamento de Defensa, The New York Times y The Washington Post descartaron la posibilidad de que Pinochet hubiera ordenado o autorizado atentar contra la vida de un opositor a pocas cuadras de la Casa Blanca. Sencillamente parecía un disparate. En plena Guerra Fría no tenía ningún sentido que el régimen militar chileno organizara un atentado de esas características en la capital de su principal apoyo internacional.
Se manejó la hipótesis de que fuera obra de algún grupo de extrema izquierda contra un opositor moderado, como era el caso de Letelier, a fin de dañar las relaciones entre los dos países. Pero en poco tiempo las investigaciones del FBI dieron con el autor material del crimen. Michael Townley, un estadounidense ex agente de la CIA que operaba al servició de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) de Chile.
En 1978, bajo presión del gobierno de Estados Unidos, Townley fue extraditado de Chile a su país de origen, donde afirmó haber construido, instalado y detonado la bomba bajo instrucciones del general Manuel Contreras, director de la DINA. Se transformó en un testigo protegido al confesar el crimen y hacer un trato con el FBI.
El asesinato de Orlando Letelier arruina la diplomacia
El asesinato de Letelier dañó de manera irreparable la relación diplomática entre los dos países pues hizo que, ante los ojos de la opinión pública estadounidense y de buena parte del Congreso, el gobierno de Pinochet quedara como un régimen forajido. No es aventurado afirmar que ese fue el momento en el cual los gobiernos de Estados Unidos dejaron de respaldar incondicionalmente a las dictaduras militares latinoamericanas. Luego vendría programa atómico de los generales presidentes de Brasil y la guerra de las Malvinas. El monstruo se estaba saliendo de control.
Pero en este relato es inevitable hacerse dos preguntas: ¿Por qué Pinochet ordenó asesinar a un opositor que vivía a 8.067 km de distancia de Santiago de Chile, en nada menos que en la capital de Estados Unidos, en ese momento su aliado más importante? ¿Qué lógica hubo detrás de una decisión tan atroz y contraproducente?
Seguramente no hay una única respuesta a esas preguntas, pero podemos considerar dos posibilidades que son complementarias; por un lado, hay que tomar en cuenta esa embriagadora sensación de poder absoluto e impunidad que es típico de todo dictador. La otra, Pinochet decidió mandarle un macabro mensaje al exilio chileno que lo combatía: no importa dónde se encuentren, mi mano los puede alcanzar. No necesitaba amenazar a nadie, ni confesar el crimen (de hecho, nunca lo hizo).
Pinochet procedió exactamente en la misma lógica con la que el dictador comunista Iósif Stalin ordenó asesinar al otro lado del mundo a León Trotski, en 1940.
Una bomba contra el general Prats
Hoy sabemos que esa era una práctica usual de la DINA, pues un año después del golpe militar, en septiembre de 1974 (dos antes del atentado contra Letelier), una bomba colocada en su auto mató al general Prats y su esposa en Buenos Aires. El agente que activó el control remoto fue Michael Townley. Pinochet había decidido acabar con los que habían sido sus superiores inmediatos.
Prats fue quien le recomendó a Allende que designara a Pinochet al frente del Ejército.
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En 1993, Townley admitió en una entrevista para la televisión chilena haber puesto la bomba que causó la muerte al ex canciller socialista y ese mismo año la justicia de ese país condenó a general Manuel Contreras y a su jefe de operaciones, el general de brigada Pedro Espinoza, como autores intelectuales del crimen. Contreras acusó públicamente a Pinochet de haber ordenado el atentado. Pasó el resto de su vida sometido a diversos procesos judiciales, en arresto domiciliario o en prisión. Falleció en 2015.
Townley sigue vivo bajo los términos del Programa Federal de Protección de Testigos de los Estados Unidos.